También este libro lo en el Rastro. En los puestos del Campillo del Mundo Nuevo. Estaba con mi mujer y no tenía mucho tiempo porque estando solo soy de los que voltean los tomos una y otra vez alerta ante un título de sorpresa, valioso para mí y sólo para mí. Vi este de Grass en Alfaguara y recordé las discusiones que engendró, hace más de una década, la publicación de sus memorias, éstas, donde admitía haber vestido el uniforme de las juventudes hitlerianas. Nada hay más adecuado para las ventas el hecho de que sea declarado un escándalo. El mundo de la literatura, del arte, está llenos de ejemplos. Lo tuve un momento entre las manos mientras me metían prisa. Era junio y el sol pegaba ya con algo de rabia. Lo ojeé y vi que había un billete de cinco euros muy bien doblado. El libro tiene una pequeña pegatina con esa cantidad: De cinco euros. Está claro que me estaba llamando. Le pedí a mi mujer que me diera un billete por esa cantidad y le susurré que se los devolvería en un minuto. Nos separamos del puesto, una vez metido en la mochila, lo saqué cuando estábamos fuera de la vista de la vendedora y así lo hice.
Pelando la Cebolla. El Nobel cuenta ccon esfuerzo de memoria sus recuerdos y para ello echa mano de las más o menos profundas capas de su memoria, las capas de la cebolla. Y avisa al lector cuando algo es desdibujado o turbio o confuso.
Cuenta sus restregones contra señoritas en el tranvía abarrotado de la postguerra, con sus excitaciones incontrolables, más en verano con las ropas de telas más finas. Yo reflexionaba que hoy en día, con los parámetros actuales, pocos (escritores, filósofos, artistas, intelectuales de un antaño no tan lejano) se salvarían de ser tachados de: proxenetas, puteros, pedófilos, sátiros, machistas. También añade que algunas se reían con risas nerviosas al notar su “cercanía”. Era la postguerra. Ahora mismo Günter Grass está muerto y ha salido impune de esto de los restregones. Ya no se le podrá meter en la cárcel o ¿al paredón? o exponerlo al escarnio público. Ya es como Platón, Aristóteles y tantos otros que hace unos siglos veían normal tener como amantes a jovencitos, y a las señoras madres para poco más que parir y hacer las cosas de la casa. Y esos son, no lo olvidemos, parte de la base de nuestra cultura. Si juzgamos con nuestros ojos de ahora, con nuestra moral de ahora, no se salvará ni el tato. Pero debemos pensar que mañana vendrán otros tipos y nos juzgarán a nosotros y habrá alguno/a que diga: ¡cómo podían permitir eso en los años veinte en occidente!
Günter Grass fue herido en la guerra y le quedó como recuerdo un trozo de metralla en el hombro. Tenía diecisiete años y espíritu de artista. Quería ser escultor, pintor, dibujante y al final le dieron el Nobel por escribir novelas ambientadas en su vida. En esta se cuenta, además de la guerra, el largo camino de ciudad en ciudad buscándose la vida. Como aprendiz, como amante, como aventurero. Fue un racimo de cosas: albañil, picapedrero, ayudante de cocina, bailarín. Pasó las tres hambres: la del alimento, el hambre de la carne femenina y el hambre del arte. Y esos recuerdos ocultos en las capas más profundas, como la violación de su madre por las tropas rusas, para salvaguardar la integridad de su hermana demasiado joven para ese drama. Los crímenes del Reich “No se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, eso es seguro”.
Habla de sus lecturas y vuelve a salir otra vez Charles de Costery su Ulenspiegel, libro que también maravilló a Zweig.
“...pero la escasez nos ayudó a tener un aspecto ascético. Hasta quien no tenía tendencia a ello se veía espiritualizado”. Es lo que yo intento: mantener a mi yo Sancho Panza a raya.
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