domingo, 29 de abril de 2018

LA MUJER DE TU PRÓJIMO. GAY TALESE.



  Las historias que va hilvanando Talese en este libro se podrían comparar con las historias contadas por Sherezade cada noche para no morir asesinada. Todo se va entrelazando. Una lleva de la mano a otra incrementándose el interés. Este hombre sabe buscar y encontrar cientos de novelas escondidas en cada rincón de realidad en cada ciudad, en cada hogar, en cada hombre y mujer. De hecho hubo algunos proyectos –se cuenta al final del libro- para hacer películas basadas en algunas de las historias. Si alguien quisiera bucear en cómo eran las relaciones de las personas, las relaciones afectivas y sexuales entre hombres y mujeres en el siglo XX de los Estados Unidos, tendría que leer los libros de Talese, igual que si queremos estudiar las sociedades de hace dos mil y pico de años en Italia debemos leer a Horacio o Virgilio. Es apasionante, divertido, didáctico, sorprendente. Tiene el suspense de las buenas novelas. Es como esos tipos que saben ganarse la audiencia durante mucho tiempo a base de giros, subidas de volumen en la voz e interés. En una página no he podido evitar escribir con trazo grueso “pene”, para recordar que ahí hay unos párrafos hablando sesudamente del aparato: “…parece provisto de voluntad propia, de un ego superior a su tamaño y resulta frecuentemente molesto debido a sus necesidades, apasionamientos e impredecible naturaleza. A veces, hay hombres que su pene les domina, les hace perder el control, les obliga a pedir favores de rodillas de noche a mujeres de las que de día preferirían no recordar ni el nombre. Ya sea insaciable o inseguro, exigen pruebas constantes de su potencia introduciendo en la vida de un hombre complicaciones no requeridas o frecuentes rechazos. Sensible y elástico al mismo tiempo, disponible tanto de día como de noche con un mínimo de ayuda, lleva actuando porfiada aunque no siempre hábilmente durante muchos siglos, incesantemente a la búsqueda, sensible, expandiéndose, probando, penetrando, palpitando, encogiéndose y queriendo siempre más. Sin jamás esconder su interés lascivo, es el órganos más honesto del hombre”.
  Esto de la lectura lo considero un milagro: un tipo observador que rescata de un lugar y un tiempo nombres, personajes que transporta a los ojos de un lector del futuro sea este largo o corto. Nombres que estarán siempre en su memoria o al menos pasarán un tiempo en su compañía: John Bullaro, Barbara Crame, John Williamson, Arlen Cough…, una minibiografía de Hugh Hefner, el fundador de Play Boy, personas convertidas en personajes que se encuentran, se conocen, se acuestan y pasan cosas que hacen que el lector asista, obnubilado, como en un cine viendo deambular sus vidas.
  Muy al final Talese aparece como otro personaje para entrar en acción. Y qué acciones. Se va a la casa de los Williamson para acostarse con la mujer y estar rodeado de los demás invitados, todos desnudos. O se va a comprobar, en propias carnes, cómo funcionan las casas de masajes que hay en EEUU. Su mujer, cuenta, casi le abandona por eso pero más tarde entendió que la causa –científica, humana, periodística, histórica- valía la pena.
  Un libro valioso donde podremos comprobar que los que siempre dicen que ya no hay valores o no se respetan los que hay, podremos comprobar, digo, cómo podía ser que en la época que yo nací un hombre podía entrar en la cárcel por practicar sexo anal, sexo oral o tener una revista porno en su casa.

lunes, 16 de abril de 2018

EN EL SILENCIO. WADE DAVIS.


  Editorial Pre-Textos. 1143 páginas. Tiempo de lectura: desde el 29 de marzo al 15 de abril de 2018. 42 euros. Las últimas trescientas y pico de páginas leídas, de un tirón este domingo levantando solo la vista para ir al baño, comer y una carrera de media hora, pensando en lo que estaba leyendo. Wade Davis lo cuenta todo sobre el Everest, sobre sus protagonistas. Agarra a cada uno de los personajes y los disecciona: No sólo a los grandes protagonistas, Mallory e Irvine, sino a todos los que intervinieron antes o después: Antecedentes: de qué mundo venían: los hombres jóvenes que sufrieron la Primera Guerra Mundial, el infierno atroz del que algunos pocos lograron salir: “La cirugía plástica nació en la guerra y por la necesidad de reparar, hasta donde fuera posible, caras tan quebrantadas, que aquellos que sobrevivieron pasaron el resto de sus días escondidos detrás de máscaras, reunidos en campos rurales especiales donde podían llegar a sentir el viento en sus caras de gárgola sin miedo a la burla o la compasión ajena. Al final de la guerra, además de los ciento ocho millones de vendajes que se necesitaron, el RAMC precisó de 22.386 ojos artificiales”.  Los primeros fracasos. Los intentos tomados como una conquista militar. Los aspectos políticos, culturales, logísticos, científicos. El libro está narrado como lo hacen los cronistas e historiadores experimentados. No conocía a Wade Davis pero a partir de ahora será una referencia ineludible.
  Mención especial a la joven traductora: Nuria Molins Galarza, que ha hecho un trabajo impresionante. Qué alegría poder contemplar a gente tan preparada. Y el esfuerzo del propio escritor que según confiesa en las últimas páginas se interesó por el tema en un viaje a la India. Tardó diez años ¡diez años! en escribirlo y la bibliografía comentada abarca cerca de cien páginas. Cómo no, menciona al maravilloso libro de Krakauer Mal de altura que tanto me gustó.
  Los primeros hombres que intentaron la ascensión venían, como decía, de un mundo de horror donde la juventud de Europa y no solo de Europa abastecía las trincheras infinitas del continente. Había ansia de ver otros mundos, escapar a la naturaleza. Cualquier cosa distinta sería mejor que aquello. “Los hombres han de aprender a obedecer por instinto, sin pensar. Se tiene que ejecutar el avance como si fuera un taladro”. “Estuvimos dos años planeándolo -el ataque- y aguantamos diez minutos antes de ser destruidos”.
  Es exhaustivo hasta la admiración y si no llega a la amenidad de Bill Bryson, se le acerca bastante. Hace listas de hasta cuántos pares de calcetines llevaban en cada ocasión o la mugre que portaban los gurkas. La clase de material de escalada, la cantidad de cajas, la cantidad de comida necesaria, los kilómetros recorridos, la descomunal escala de lo que suponía emprender esa tarea a principio de los años veinte. Las muertes que se produjeron con sus nombres y apellidos, las circunstancias, cómo se avisaba a las familias y cómo se las ayudaba.
  Las maravillosas historias contadas como en inspirados trazos:
  “Maurice Wilson, que obtuvo la Cruz Militar en Passchendaele y más tarde vio cómo se le desgarraban el brazo y el pecho con el fuego de una ametralladora, una herida que nunca se le llegó a curar, deambuló por el Pacífico Sur durante una década antes de concebir el plan alocado –ya tiempo después de la muerte de Mallory- de subir al Everest haciendo ayuno y con levitación mística. Se compró un Gipsy Moth, aprendió a pilotar y consiguió llegar por aire a Darjeeling, donde vendió su biplano y, acompañado por dos guías sherpas, emprendió la marcha que lo conduciría a su solitaria muerte en el hielo de los accesos a la montaña”.
  He subrayado poco porque la lectura es absorbente y hubiera sido excesivo hacerlo con infinidad de párrafos interesantísimos. Otra anécdota no obstante, como cuando cuenta su labor como ordenanza de un coronel: “Su tarea era atender las necesidades del coronel, que eran pocas, pues aquel hombre, por lo que Mallory podía observar, no hacía nada en realidad. Parecía, escribió Mallory, un chino mandarín en una opereta de Gillver y Sullivan. El propio ordenanza de Mallory había sido barbero en su vida civil, así que ahora sus mañanas empezaban con un afeitado en la cama”.
  Las descripciones de la naturaleza salvaje son portentosas. “¿Quién podía dudar de su identidad? Era un prodigioso colmillo blanco que sobresalía de la mandíbula del mundo”.
  Habla de las enseñanzas budistas. Cuatro nobles verdades: Primera, el mal no es algo excepcional, sino una parte del orden existente de las cosas. Segunda, la causa del sufrimiento es la ignorancia, entendiendo esta como la tendencia de los seres humanos a su propia permanencia y centralidad, su aislamiento y separación del flujo de la existencia universal. Tercera: se puede superar la ignorancia. Y la cuarta, la práctica contemplativa. La meta era no escaparse del mundo sino escapar de ser esclavizado por él.
  Cuenta hechos históricos como en el mejor de los libros de historia. Como por ejemplo la matanza en la ciudad punyabí de Amristar. “La noche del 13 de abril, desafiando la ley marcial, una multitud formada por varios miles de hombres, mujeres y niños desarmados se reunieron en Jallianwala Bagh. … No hubo avisos, no hubo piedad, no hubo escapatoria para las víctimas. Durante diez minutos, Dyer obligó a sus hombres a mantener un fuego constante”. Los muertos cubrían los muros del cercado en pilas sangrientas de tres metros”.
  Después de todo eso Dyer “seguía siendo un devoto imperialista con firmes principios de tory, convencido de que el dominio británico, firme y justo, era la mejor forma de gobierno para el subcontinente”.
  Los contrastes de una de las zonas más inclementes del planeta: “El sol, a estas latitudes tan extremas es uno de los mayores enemigos contra los que tenemos que luchar. Todo el clima es un desafío y los extremos son tan acusados que puede que los pies sufran de congelación al tiempo que te está dando una insolación grave”. El cansancio: “…Todo estaba en calma, no se movía ni una mano en busca de comodidad; sólo descanso, no dulce, sino como el de la muerte; como si el espíritu de la partida hubiese muerto. Y así había ocurrido, lo enterramos a la mañana siguiente”.
  La descripción potente de cada personaje que pasa por sus páginas: “Tejbir, bajito y chaparro, tremendamente fuerte, parecía medir lo mismo de hombro a hombro que de pies a cabeza. Finch lo había elegido por una simple razón: El hombre que más sonríe casi siempre es el que llega más lejos en la montaña”.
  Cosas de este libro las recordaré durante toda la vida porque los libros que son capaces de crear atmósferas propias son capaces de generar sueños eternos.

sábado, 7 de abril de 2018

DE CÁRCEL EN CÁRCEL. DIEGO SAN JOSE.



  Luis Antonio de Villena tiene un espacio en Radio Nacional en el que habla de un libro. Lo hace de una manera amena y siempre que tengo oportunidad lo escucho. La mañana que fui a ver la maravillosa exposición de Cartografía en la Biblioteca Nacional (27 de diciembre de 2017) fui a la Cuesta de Moyano y lo vi. Editorial Renacimiento. Edición de Juan A. Ríos Carratalá, catedrático de literatura en la Universidad de Alicante.
  Una tarde habló de este sobre las memorias del periodista del Liberal entre otros Diego San José. Fue un periodista bastante popular antes de la Guerra Civil y a lo largo de sus años de cautiverio no fueron pocos los que reconocieron haber leído sus novelas cortas, su teatro o sus artículos, artículos que, como le recordaron en más de una ocasión, tuvieron la culpa de provocar el desastre. Cosa, por descontado, falso. Eso sí que eran injusticias y arbitrariedades en las cárceles de Franco. A pesar de que el dictador no tocaría a los que no tuvieran las manos manchadas de sangre, a Diego, que solo hubo de escribir en un periódico en la República, fue sentenciado a veinte años de cárcel de los cuales estuvo cinco en sitios infectos.  
  Al final de su cautiverio permaneció en la isla de San Simón de la Ría de Vigo, donde, dentro de la catástrofe, fue feliz al estar más en libertad. Allí recordaba las puestas de sol y los paseos y charlas con otros presos. “…acudía por las mañanas; y por las tardes, a un rinconcillo retirado, desde el cual contemplaba la entrada a la ría. La puesta de sol desde aquel espléndido miradero era indescriptible; tanto, que ni siquiera he intentado trasladarla al papel, porque, suspenso el ánimo, me olvidaba de todo ante el grandioso espectáculo de la naturaleza, acordado con el toque del Ángelus en las iglesias ribereñas”. Cuando recobró la libertad se estableció en Redondela, ese magnífico pueblo gallego.
  Murió en el glorioso año de 1962 a la edad de 78 años.
  Unas memorias que para mi gusto no pasan de modestas.