miércoles, 27 de octubre de 2010

MI TALISMÁN

Hace quince años fuimos a veranear al El Puerto de Santamaría. Todas las mañanas íbamos a recorrer alguna de las magníficas playas de los alrededores para bañarnos, jugar a las palas y disfrutar de la luz y de las olas. La arena estaba tan dura y lisa, la que era lamida por el agua, que parecía de cristal. Jugábamos con palas de madera y pelotas de goma maciza, tan lejos unos de los otro que arreábamos a la bola con todas nuestras fuerzas. Una mañana la orilla apareció llena de lo que parecían ser cacas humanas. Eran cacas de un absoluto color marrón. Al principio pensamos que eran, efectivamente, cacas, y las evitábamos para no mancharnos los pies pero luego vimos que, joder, no podía haberse puesto de acuerdo todo el mundo para cagar en el mismo lugar de la costa. Así es que con mucho reparo me acerqué, cogí una con la punta de los dedos, la más clásica, y noté que estaba dura como una piedra. El que ahora es mi más querido talismán era una piedra volcánica, con sus poritos, su forma y su peana.Siempre que la miro aquí en mi escritorio, me acuerdo de aquél estupendo verano en Cádiz.

viernes, 8 de octubre de 2010

ALFONSINA STORNI

Siendo apenas un niño comencé a practicar acordes con la guitarra. Cantaba canciones simples con el LA, el RE y el MI. Me gustaba cantar canciones; era la época en la que se produjo el boom de los cantautores latinoamericanos. En una ocasión me enseñaron, no sin esfuerzo, una canción que pervivirá en mi memoria para siempre: Alfonsina y el mar. Tuve que aplicarme en serio pues algunos de los acordes iban en sostenido, con bemoles, con menores, séptimas... Y tenía una letra que entonces veía misteriosa y apenas con el significado de una sirena perdida en el mar.
Muchos años después supe que Alfonsina era la historia de una poetisa argentina nacida en Suiza. Se va a vivir a Argentina con apenas cuatro años a la ciudad portuaria de Rosario. Tenían carencias económicas. El padre era raro y melancólico. Su madre abre una escuela con no demasiado éxito. Con trece años y para sustituir a una actriz enferma, se traslada con una compañía de teatro por diversas ciudades y cuenta que le sirvió para conocer las mejores obras de teatro clásico y contemporáneo.
Al regresar se hace maestra de escuela y comienza a publicar poesía. Se traslada a Buenos Aires. Da a luz a su hijo Alejandro y debe afrontar sola la situación. Trabaja como cajera. Comienza a relacionarse con diversos poetas. Publica en la revista Caretas.

En 1920 llega a Montevideo y triunfa en el círculo intelectual uruguayo. Era de conversación chispeante y en no pocas ocasiones era la reina de la simpatía. Ahí conoce a Horacio Quiroga; otro ejemplar de la “colección”. En 1920 recibe el segundo premio nacional de poesía.
Conoce a Gabriela Mistral. Quien dice que no ha visto en su vida cabellos más hermosos: sus cabellos eran plateados aun teniendo sólo veinticinco años.
Fracasa con una obra de teatro. Conoce a Federico García Lorca. En 1935 es operada de un cáncer de mama y al año siguiente se suicida su amigo Quiroga.
En Mar de Plata y a la una de la madrugada abandonó su habitación y se dirigió al mar. Por la mañana unos trabajadores encontraron el cadáver. Lo que ocurrió esa noche ya lo cuenta esa canción. El Senado de la Nación le rindió un sentido homenaje: Se lamentaron de que cómo era posible que un país con tantas riquezas no supiera crear una atmósfera propicia para esa planta tan delicada como es un poeta.

lunes, 4 de octubre de 2010

03/10/2010



En Auto de fe se describe al protagonista como en esta imagen:
sus libros, sus lápices perfectamente ordenados en la mesa de
madera.

Reunión familiar en la sierra. Alguien saca una caja con fotos antiguas y las vemos en blanco y negro; fotos de todos los tamaños y épocas. Cada vez que pasa esto falta más gente porque ya se han muerto unos cuantos más. ¿Quién era ésta señora? Fue la madre de tu abuela. Se ve a una mujer arrugada, consumida, muerta hace tantos años que nadie la recuerda. Esa mujer es parte de mí, o bien soy yo parte de ella, pero me es a la vez tan ajena... ¿Quién me pidió permiso para existir? Se pueden apreciar mis rasgos en los suyos. Siempre me acongoja pensar que también acabaré así, siendo apenas una sombra que no dice nada en una fotografía. Entonces he mirado a mi madre y he dicho: mamá, ahora me planto; ya no quiero cumplir más años. Era una gracia y me ha mirado sonriendo pero he podido ver en el fondo de sus ojos la pena. Luego he visto una foto de ella antes de casarse con mi padre; tan joven, tan guapa. Y la he mirado y ella ha dicho; qué triste es hacerse viejo.

La muerte. Acabo la lectura de El libro de los muertos. De Elias Canetti. Forma parte de la infinidad de apuntes que escribió a lo largo de su vida. Me acabo de comprar sus memorias, tres libros que abarcan desde 1911 hasta 1937. Escribió mucho este escritor del que leí hace un montón de años su Auto de fe con prólogo de Vargas Llosa. Pero aún más, al parecer, es lo que aún no ha salido a la luz: diarios y más escritos custodiados en un búnker de Zurich a 15 metros de profundidad y que no podrán ver la luz hasta el 2024.

Una cita del libro me ha inspirado para un micro:

En la grada, ante el apasionado final de la obra, el público esperaba compungido a que llegara la muerte del protagonista. Todo el mundo evitaba mirarse porque todo el mundo estaba al borde del llanto. Pero al término, algo había salido rematadamente mal; la escena había sido vulgar, sin brillo, patética. Se empezó a oír un murmullo que fue creciendo, un pataleo. Un rato de rabia y desconcierto. Finalmente alguien ajeno a la escena se acercó y agitó al actor que estaba tendido. Le tocó la yugular y vio que estaba muerto. Entonces el teatro estalló en un solemne aplauso lleno de reconocimiento.