lunes, 4 de octubre de 2010

03/10/2010



En Auto de fe se describe al protagonista como en esta imagen:
sus libros, sus lápices perfectamente ordenados en la mesa de
madera.

Reunión familiar en la sierra. Alguien saca una caja con fotos antiguas y las vemos en blanco y negro; fotos de todos los tamaños y épocas. Cada vez que pasa esto falta más gente porque ya se han muerto unos cuantos más. ¿Quién era ésta señora? Fue la madre de tu abuela. Se ve a una mujer arrugada, consumida, muerta hace tantos años que nadie la recuerda. Esa mujer es parte de mí, o bien soy yo parte de ella, pero me es a la vez tan ajena... ¿Quién me pidió permiso para existir? Se pueden apreciar mis rasgos en los suyos. Siempre me acongoja pensar que también acabaré así, siendo apenas una sombra que no dice nada en una fotografía. Entonces he mirado a mi madre y he dicho: mamá, ahora me planto; ya no quiero cumplir más años. Era una gracia y me ha mirado sonriendo pero he podido ver en el fondo de sus ojos la pena. Luego he visto una foto de ella antes de casarse con mi padre; tan joven, tan guapa. Y la he mirado y ella ha dicho; qué triste es hacerse viejo.

La muerte. Acabo la lectura de El libro de los muertos. De Elias Canetti. Forma parte de la infinidad de apuntes que escribió a lo largo de su vida. Me acabo de comprar sus memorias, tres libros que abarcan desde 1911 hasta 1937. Escribió mucho este escritor del que leí hace un montón de años su Auto de fe con prólogo de Vargas Llosa. Pero aún más, al parecer, es lo que aún no ha salido a la luz: diarios y más escritos custodiados en un búnker de Zurich a 15 metros de profundidad y que no podrán ver la luz hasta el 2024.

Una cita del libro me ha inspirado para un micro:

En la grada, ante el apasionado final de la obra, el público esperaba compungido a que llegara la muerte del protagonista. Todo el mundo evitaba mirarse porque todo el mundo estaba al borde del llanto. Pero al término, algo había salido rematadamente mal; la escena había sido vulgar, sin brillo, patética. Se empezó a oír un murmullo que fue creciendo, un pataleo. Un rato de rabia y desconcierto. Finalmente alguien ajeno a la escena se acercó y agitó al actor que estaba tendido. Le tocó la yugular y vio que estaba muerto. Entonces el teatro estalló en un solemne aplauso lleno de reconocimiento.

3 comentarios:

Chuchuik dijo...

el micro me recordó el cuento "Un sueño realizado", tiene una idea muy similar.

lo de las fotos es terrible, en ese sentido creo que los indígenas son muy sabios cuando usan la excusa del alma para no dejarse tomar fotos...

saludos

Hermi dijo...

No conozco el cuento pero quizá Onetti también se inspiró en la tragedia del teatro Drury Lane, quién sabe. Éste es el apunte de Canetti: "Palmer, el actor trágico, murió cuando hubiera tenido que fingir una muerte en el escenario del Drury Lane. El público lo abucheó porque el héroe no había muerto bien, pero el pobre actor fue encontrado sin vida."
Gracias por pasarte y comentar.

Chuchuik dijo...

ah caramba, pues leyendo el apunte de Canetti creo que es muy posible. ahora tengo otro más para esa lista interminable de pendientes.

salud!