lunes, 24 de junio de 2013

BILL BRYSON. EN LAS ANTÍPODAS.




 

Si tuviera que elegir una sola palabra para describir a este escritor estadounidense sería la palabra ameno. Todo lo que cuenta es dulcemente digerible. En su día, cuando estuviera aprendiendo el oficio, se diría que eligió la simpatía y la diversión. Al lector se le escapará de seguro alguna carcajada. Es un libro en el que no se ahonda en ningún aspecto de la historia pero sin embargo toca muchísimos temas a pesar de tener solo trescientas y pico páginas. Habla de los ataques de los tiburones, de los enormes cocodrilos, de la fauna y de la flora especial, de los primeros exploradores, de los increíbles paisajes, de las distancias inabarcables del “outback”, por supuesto del pasado penitenciario de los primeros pobladores oficiales. Habla incluso de quienes de seguro fueron los primeros pobladores europeos en llegar al continente: los dos delincuentes a quienes abandonó a su suerte el capitán del Batavia en el año 1629. En la Costa Fatídica, el hermoso libro de Robert Hughes no se habla de tan increíble historia y sin embargo en éste, en el de Bryson, se le dedica un estupendo resumen de un par de páginas. En algunos aborígenes se ha descubierto algún rastro de gen holandés en forma de ojos claros y pelo color trigo.
Una de las anécdotas más sabrosas, precisamente por tratarse de un ciclista, ocurrió en un viaje que emprende Bryson a través de la segunda ruta ferroviaria más larga de la tierra. Casi mil trescientos kilómetros a través del desierto. En una de las paradas, sin duda porque iba acompañado de un par de periodistas del país, le dejan subir en la locomotora. Al frente, ardiendo por el sol, las traviesas se pierden en el infinito. Pregunta cuándo vendrá la próxima curva. Dentro de trescientos noventa kilómetros, le contesta el jefe de máquinas. En medio de la nada ven un ciclista solitario. Le cuenta que es un japonés. “Está chalado”, le matiza. “¿Y no es peligroso? No si no se aparta de la ruta. Pasan sesenta trenes semanales; en estas condiciones de calor es seguro que lo socorrerían”.

  Es una delicia poder sumergirse de la mano de Bryson en un mundo tan extraño; más sabiendo que nunca tendremos la oportunidad de visitar tan gran país-continente, y sobre todo, tan lejano.

jueves, 20 de junio de 2013

El Soprano se va

 
Esta mañana, mientras tomábamos un café, mis compañeros me han preguntado: ¿te pasa algo? Les he respondido: se ha muerto y tenía mi edad. Se han mirado entre ellos. ¿Quién se ha muerto? Gandolfini, les he dicho apesadumbrado. Se han vuelto a mirar, ya moscas. ¿Y quién cojones es Gandolfini? Joder, el de Los Soprano. Entonces, ya sí, me han mandado a la mierda. Y es que lo he sentido de veras. Es como si se hubiera ido alguien muy cercano de la familia. ¡Cuántas noches he pasado embutido en su familia, en sus diversiones, en sus manías, en sus miedos y en sus problemas! En fin, otro que se va. Cuando me he enterado me han venido a la mente esas veces que salía en pantalla como con falta de aire, al borde del colapso, del infarto. Qué se le va a hacer…

lunes, 17 de junio de 2013

EN BUSCA DEL DOCTOR LIVINGSTON. HENRY STANLEY.


  Luego se dice que el mundo es siempre el mismo. En la época en la que el periodista Stanley salió en busca del Dr. Livingston, 1869, matar un elefante era una proeza alabada por todo el mundo. Ahora ni siquiera el rey se lo puede permitir. O para ser más exactos: se lo puede permitir pero luego ha de pedir perdón.
  Desde la perspectiva actual es muy extraño el comportamiento y las ideas que profesaba este hombre. Consideraba la raza blanca como muy superior al resto. Detestaba a los negros a los que calificaba de salvajes incorregibles aunque después de pasar varios meses reconociera la belleza de algunas mujeres y la valía e inteligencia de muchos hombres negros.
  El libro se lee muy bien en un estilo, como no podía ser de otra manera, periodístico, aunque en ocasiones utilice la forma del diario. Las descripciones de los paisajes por los que pasaba la interminable caravana son sublimes y no es de extrañar que haya inspirado y estimulado a los escritores modernos de viajes.
  Henry Stanley tardó bastantes meses en encontrar al Dr. Livingston en la aldea de Ujiji, en la orilla del lago Tanganika. Lo encontró gravemente enfermo y desposeído de todas las pertenencias pues se las habían robado quienes debían guardarlas. Con la ayuda del periodista se recuperó pronto y juntos exploraron el norte del lago. Puso a su disposición todo cuanto llevaba. Los últimos capítulos son un panegírico encendido de las virtudes humanas del Dr. Llegó a admirarlo profundamente. “Bajo su aspecto exterior oculta un espíritu vigoroso y una vivacidad notable; a pesar de su apariencia fatigada y enfermiza, su alma rebosa juventud; su verbo es infatigable, su memoria asombrosa, y nunca faltan anécdotas, historias y cuentos para distraer a sus oyentes. Lo he oído además recitar poemas enteros de Byron, de Burns, de Tennyson y otros autores; y esto después de tantos años pasados en África, donde no tenía libros”.
  Hay que ser un hombre muy seguro de sí mismo. Hay que tener talento para emprender misiones tan descomunales como esas. Mucha determinación. Hay que tener habilidad para tratar con toda clase de especímenes humanos.
  No cabe duda que estos dos hombres tenían todos estos pilares y muchos más.

viernes, 7 de junio de 2013

JULIAN BARNES. EL SENTIDO DE UN FINAL.


  A un terceto de estudiantes llega un tal Adrian Finn. Un chico inteligente y apuesto que le quita la chica al narrador, Tony Webster. Muchísimos años después intenta saber qué es lo que realmente sucedió. El meollo de la novela consiste en saber que “lo único que sacará en claro es que nuestros recuerdos no siempre nos cuentan las cosas tal y como sucedieron en realidad   …”  Julian Barnes es un escritor de altura. Yo lo encuadro dentro de los tres o cuatro británicos más  talentosos, Martin Amis y Ian Mcewan.
  La novela está bien sin ser de las que más me han gustado. Quizá me decidí a leerla el hecho de que otro de los personajes es el suicidio. Uno de ellos se suicida. En la carta que dejó al juez “había explicado su razonamiento: que la vida es un don otorgado sin que nadie lo pida; que una persona racional tiene el deber filosófico de examinar tanto la naturaleza de la vida como las consecuencias en que se presenta”. Obviamente fue capaz de detener el tiempo y la vejez en la que está sumido ya el que nos cuenta esta historia.

lunes, 3 de junio de 2013

EL TIEMPO DE LOS HEROES. JAVIER REVERTE.



   Mi querido autor de libros de viajes, Don Javier Martínez Reverte, ha emprendido nuevamente la ardua tarea de escribir otra novela. En esta ocasión la biografía novelada del general republicano y comunista Juan Modesto, aunque su verdadero nombre fue Juan Guilloto León. Ya dije en una ocasión que para mí la novela no es su fuerte. Ésta, podría ser, como diría el otro, otra maldita novela sobre la guerra civil. A los lectores nos ha quedado claro que Modesto era un hombre valiente, apuesto y seductor. Tenía la cabeza grande cubierta de un abundante pelo negro. Hizo lo que pudo para ganar la guerra pero hacía falta más que voluntad para hacerlo. A los países involucrados no les apetecía, como creyeron, que España se convirtiera en una nación de la órbita de Rusia por muy democrática que se creyera la República. Y faltaron los aviones, los barcos, los carros de combate o las municiones. También les faltó unidad. En la guerra hay que tener objetivos claros y simples y mantener la voluntad de conseguirlos a toda costa, con rigor y disciplina, cueste lo que cueste. En el frente popular se llamaban unos a otros, independientemente del rango militar, de camaradas o de tú. Y se empieza así y se termina perdiendo la guerra.
  A pesar de sus seiscientas y pico páginas he tardado pocos días en leerla. Se lee bien pero no he dejado de sentir que la novela tenía algo de tebeo. Demasiadas escenas peliculeras para tomarlas en serio. Me han gustado mucho más, hablando de guerra civil, los libros que ha escrito su hermano Jorge sobre la Batalla del Ebro o la de Madrid. Que nadie busque en este libro, ya lo dice el propio autor en el epílogo, mucho rigor histórico.
  No obstante, la historia de este personaje permanecerá en mi memoria por otro hecho concreto: mientras lo leía he vuelto a ver la estupenda serie española de los noventa: La Forja de un Rebelde, de Arturo Barea. Basado en un libro, éste sí, grandioso sobre la guerra civil. Y aún más, sobre sus antecedentes y consecuencias.