lunes, 27 de octubre de 2014

EL ULTIMO TRAMO. PATRICK LEIGH FERMOR.



  Sí, éste es otro de los escritores de viajes que me ha hecho tener ganas de coger una mochila y marcharme a recorrer caminos. Desgraciadamente uno no tiene la edad ni las habilidades de este seductor que con dieciocho años decidió viajar a pie por toda Europa con la intención de llegar hasta Estambul. Pero al menos ha logrado que emprenda un humilde viaje por el norte de España. Para que luego digan que un libro no puede cambiar la vida de nadie.
  El libro es una edición de Artemis Coorper y Colin Thubron y contiene un prólogo de ambos. Traducido por Inés Belaustegui hasta la página 310 y de la 311 hasta el final por Ismael Attrache; ignoro por qué.  Los admiradores de Paddy estuvieron esperando este libro durante decenas de años. Pero yo creo que se había secado su interés en seguir contando su periplo. No obstante guardaba numerosas páginas del resto de su viaje. Recordemos que ya escribió El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua. Conservaba diarios  y anotaciones en cartulinas pero adolecía de coherencia y para colmo, una de las personas que más le animaban a terminar su trilogía, su mujer, murió y la muerte le llegó a él mismo sin acabar. Artemis Cooper, mujer del historiador Antony Beevor, y el también escritor de viajes Thurbon fueron los que convencieron a los herederos para refundir todo y darle el aspecto redondo que tiene ahora la trilogía (¡cómo dejar huérfano a mi libro!). La lectura del libro me ha parecido muy amena y he seguido admirando al hombre que era capaz de seducir a una princesa, hacer que lo atendiera durante días todo un cuerpo diplomático, hacer disfrutar a varias prostitutas con sus atenciones y ocurrencias o pasar la noche en una cabaña solitaria con la sola compañía de unos leñadores. Ha merecido la pena a pesar de que albergaba mis dudas. Me lo he pasado bien. Ahora tengo intención de buscar y leer la biografía que ha escrito Cooper. Porque conozco la historia enorme de estos meses de viajes y la estancia de Paddy en los monasterios de Grecia en Un tiempo para callar pero, dentro de su longeva vida hubo muchas cosas más.
   Un párrafo que me hizo gracia: Un amigo le cuenta sus escarceos amorosos en esa zona de Europa, Bulgaria, y en ese tiempo, los años treinta. Le está contando lo importante que era para las chicas mantener el virgo y las artes de que se valían los chicos para atravesar todas las barreras. Normalmente paseaban por los parques viéndose en cada vuelta solo unos segundos y se intercambiaban cartas furtivas, misivas: “unos ripios en los que todos los elementos de la naturaleza (la golondrina, la alondra, las gaviotas solitarias y los ruiseñores que reclinaban el pecho en un espino para traspasarse el corazón) eran reclutados a la fuerza”.

jueves, 23 de octubre de 2014

ETAPA 2. VENTAS DE NARÓN-MELIDE. 10 de septiembre de 2014.




   En la mochila de 35 litros que me ha prestado David, una estupenda mochila Salomón con la espaldera en forma de malla separada del cuerpo, he metido el siguiente material; todo guardado de forma apretada en bolsas de plástico transparente y atado con gomas: una bolsa con la muda y las camisetas viejas que iré tirando según las vaya usando. Una bolsa con vaselina (fundamental), ibuprofeno, crema vitamina a+d y anti escoceduras de las de los bebés, anti mosquitos, betadine, una pastilla de jabón y un tarrito de gel, una maquinilla de afeitar. En otra bolsa el libro de lectura, una cuaderno fino, lápiz y bolígrafo, clínex. Un bolsito de viaje para llevar lo más personal y más a mano: los billetes de tren, la cartera, el móvil y las anotaciones con las reservas de los hoteles. Guantes de ciclismo, el bastón de treking. Un tubular de tela elástica para la cabeza, una de las prendas más prácticas que se han fabricado: sirve para todo, para el cuello si hace frío, para limpiar el sudor, etc. Barritas energéticas y frutos secos, una navaja con cubiertos (nunca la llegué a utilizar) una linterna (tampoco, pero no está de más llevarla), chubasquero (tampoco, por suerte porque apenas cayeron cuatro gotas), gps y un plano rudimentario (tampoco hizo falta. Debe ser el camino mejor señalizado del mundo). En total no debe sobrepasar los seis kilos. Muy cómoda de llevar. Mi espalda no ha sufrido nada. En realidad los únicos problemas físicos han sido las rozaduras en el interior de los muslos y una tendinitis en el empeine del pie derecho.





  A las 7:30 estoy ya caminando. La luna llena está a mi izquierda, envuelta en una gasa de niebla. Voy por un camino recto desde donde se ve el valle a la derecha sumergido en una nube de algodón. De vez en cuando emerge un pueblo o alguna montaña. El espacio que hay entre los pocos caminantes es grande; a esas horas lo que más apetece es estar solo. Hay mucha humedad y huele a hierbas y a los establos que no deben estar lejos, pero no hace frío con respecto a mi habitación. Al poco, he alcanzado a Arantxa. Ella iba más despacio porque le molestaban las rozaduras. Le he dicho si necesitaba algo y he sentido que deseaba estar sola, confirmando la impresión inicial. Me he despedido sabiendo ambos que al final coincidiríamos. A las dos horas de empezar a caminar ha empezado a salir el sol, cuyos rayos iban calentando cada vez más. Todo el campo, los árboles, las piedras, el cielo, parecía recién lavado. He comenzado a sentir fuerte el dolor del empeine pero he querido llegar hasta Palas de Rei. Busco una farmacia para comprar una crema que me alivie. Me recetan una que es muy fuerte. Le pregunto al dependiente un buen sitio para tomar algo. Me recomienda donde va cada día a desayunar (siempre hay que preguntar a los lugareños dónde tomar algo). En el bar pido un bocadillo de tortilla con atún y una cerveza. Mientras espero me siento y me descalzo el pie y me unto por todas partes. Al poco siento un gran calentón en la piel, pero a la vez un alivio. El bocata es espectacular, tanto por el tamaño y la calidad del pan como por el color de la tortilla. Lo devoro con apetito. Luego un café con una barrita. A pesar de la cantidad de kilómetros diarios, no solo no he adelgazado sino que he llegado a casa con más kilos. Ni siquiera en el Camino fallan las matemáticas. Si metes más de lo que sacas…
      
 


  Hay un montón de jóvenes en la calle esperando no se sabe qué. Quizá esperan clientes para llevar sus mochilas o esperan algún camión para descargar. La salida de la población es un poco aburrida porque discurre por carretera, pero al poco uno se vuelve a internar en esos bosques que son una de las grandes motivaciones del camino.
  Pronto veo a lo lejos a Arantxa. Es un camino que me recuerda a las películas de Disney de Alicia en el País de las Maravillas. Cuando saludo noto que ahora sí que no le importa mi compañía. Debo tener un sexto sentido para esas cosas: al mínimo gesto retrocedo como una cobra. Charlamos. El tiempo es magnífico. Quizá algo de calor, pero siempre lo he preferido al frío. Dice Burton en su libro de la Peregrinación a la Meca que tiene la sensación de que con calor es más fácil morir. No sé, quizá tenga razón. A Arantxa la veo tan animada que le propongo comer en la famosa pulpería Ezequiel de Melide. Para eso tenemos que apretar el paso. Llegamos sobre las dos al precioso puente medieval de Furelos. Allí un peregrino italiano nos hará la única foto que tengo en la que salimos Arantxa y yo. Luego seguimos y parece que llegamos pero se hacen eternos los últimos kilómetros. No había prisa. En el restaurante nos dice el encargado que no cierran en todo el día. Me voy a duchar a la pensión; tiene una habitación minúscula, pero sigue siendo para mí, con una buena cama y un baño propio. A las tres estamos sentados en un banco corrido mientras esperamos que nos traigan lo que hemos pedido. La atmósfera está cargada de vaho de vino y de comida. Cientos de personas pasan por allí para comer y beber verdadera comida gallega. Bebo un tercio de cerveza para empezar y para aplacar la sed. Enseguida nos traen una buena tabla de pulpo. Está buenísimo y tenemos hambre. Ella ha pedido un trozo de empanada y una ensalada. Piropeamos la lechuga y los tomates. Siguen siendo auténticos. Pedimos un vino blanco y fresquito de la casa. Está también buenísimo. Ya lo decía Cervantes, que el hambre es la más perfecta de las salsas. Ella parece disfrutar y eso me reconforta. Tenía muchas ganas de repetir esa experiencia. Pedimos de postre una tarta de orujo, un café y el mítico licor de hierbas; justo en el punto de dulzor y en su punto de alcohol.








  Nos vamos más que satisfechos a los aposentos. Quiero echar una siesta de pijama y orinal aunque no tenga. No obstante siempre he sido malo para echar la siesta. Compagino las cabezadas con la lectura de unas páginas del libro. A las siente salgo a dar un paseo y a comprar una camiseta. Me hace falta una para completar los días. El señor de la tienda me dice sin dudar, cuando le pregunto, que más del noventa por ciento de la gente de los pueblos de los alrededores viven de los peregrinos. Me alegra ser uno de ellos aunque sea solo por eso. La verdad es que todas las terrazas están animadas y los restaurantes a tope. Por la mañana me dijeron que habían abierto un montón de nuevos albergues y hoteles.


  


  Compro una camiseta nike de un bonito color rojo y me la llevo puesta.  Me encuentro al poco con Arantxa. Cuando le digo que me la acabo de comprar me dice que le gusta mucho el color. Me siento bien; qué buena cosa es contentarse con tan poco. Me cae muy bien. Se hacen lazos muy fuertes en pocas horas con gente desconocida. He visto mensajes dejados en cruces de caminos donde se grita lo que algunos echan de menos a otros. Damos un paseo y recorremos toda la parte central, la iglesia, los comercios de ropa, de vinos; parece entender bastante más que yo de todos ellos. Después de la cantidad de comida no tenemos mucha hambre pero buscamos un sitio para cenar. Yo pido, justo al lado del Ezequiel, un plato con un filete y patatas. Ella una pequeña ensalada. No bebe alcohol. A mí me apetecería un gin-tonic de postre pero no me gusta beber si no me acompañan. Su marido llama y se tira hablando un buen rato. Desde Madrid le gestiona su billete de avión. Me confiesa que es algo mayor que ella. Después de cenar damos un pequeño paseo hasta el albergue y nos despedimos con un buen abrazo. Sería el último. A las once de la noche estaba metido en la cama. Oscuridad total, cansancio y sueño. Paz.