miércoles, 28 de mayo de 2014

IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN. LA BUENA REPUTACIÓN.






 Hará un mes y pico entré a un bar a tomar un café y vi en el mostrador la revista cultural de El Mundo. Nunca ha sido de mi devoción pero como no tenía nada más a mano decidí echarle un ojo.  Dentro había una entrevista a Martínez de Pisón y como he leído un par de novelas suyas que me han gustado, decidí leerla. Enseguida me llamó la atención porque se hablaba de una familia judía. Comienza la andadura en los años justo anteriores a la independencia de Marruecos. Es decir, es el comienzo de una gran preocupación por la pérdida del protectorado español. La historia se desarrolla por tanto en gran medida en Melilla que es donde se establecen cuando tienen que abandonar Tetuán. Yo nací en Melilla aunque me viniera a Madrid hace muchos años, pero me ha gustado contemplar de nuevo los edificios, las calles, los parques y los olores, la luz de la ciudad donde nací.
  Para recorrer la historia de la familia el autor escribe cinco novelas llamándolas así: La novela de Samuel, La novela de Daniel, etc. Y claro, le ha salido una novela gorda, para seguir con el adjetivo empleado en una entrada reciente. En una entrevista en la radio, cuando le preguntan cómo es que le ha salido una novela con tantas páginas responde que podría haber sido mucho más porque había más personajes. Yo, voy a decirlo ya, le habría metido la tijera en todas.
  La geografía no se limita a Melilla solamente. En aquella época era el trampolín para que las familias hebreas saltaran a Israel o a la península. Más teniendo dos hijas casaderas.
  He reconocido en la novela –cómo no- cosas de mi familia. Dice en El Cultural: “A mí me gustan las novelas en las que el lector puede reconocer algo de sí mismo. Y en esas novelas la protagonista, con todas sus contradicciones, con sus glorias y sus miserias, sólo puede ser la clase media”.  
  “No hay que buscar al novelista en la voz de sus personajes sino en sus dilemas”. Philip Roth.
  Me ha gustado leer esta novela a pesar de que en algunas partes me haya aburrido un poco. Es una novela escrita con el instinto de los buenos novelistas con técnicas de los buenos novelistas, pero le ha faltado algo que no sé bien qué es. Estoy de acuerdo con Sanz de Villanueva, el crítico, cuando dice que “Carece de un criterio selectivo de materiales y se atiene a dicha forma del pasado con indiferencia de las múltiples conquistas, estructurales, estilísticas y expresivas, de la narrativa moderna”, aunque al autor le hayan resultado como el culo. 

lunes, 19 de mayo de 2014

MANU LEGUINECHE. LA FELICIDAD DE LA TIERRA.


  Algunas veces uno no tiene más remedio que ir a un gran centro comercial para hacer de acompañante y ayudar en la elección de ropa, por ejemplo. Es tan duro que siempre termino por abandonar y me voy a la tienda donde venden libros; invariablemente. Sé que debería tener prohibida la entrada pero por alguna razón de intereses a los enfermos compradores compulsivos como yo nadie les impide la entrada. El caso es que siempre, a pesar de que está algo desabastecida, visito la sección de guías y libros de viaje. Y cuál fue mi sorpresa que me encuentro con este libro de mi querido Leguineche ¡editado en el año 1999! No me lo podía creer. ¿Qué hacía ese ejemplar tan “antiguo” allí? El caso es que aunque no tenía intención lo compré y sentí esa mezcla entre la euforia y la angustia. Demasiado dinero gastado este mes en el vicio, pensé. Pero peor sería gastarlo en máquinas tragaperras o en alcohol o en mujeres malas, seguí pensando para consolarme.
  En 1986 el reportero Manu Leguineche decidió comprarse una casa de campo en medio del monte, el Tejar de la Mata. Sin agua ni electricidad. Habla de lo que le rodea, de los pueblos y de las tertulias que tiene con los lugareños, como hiciera tantos años antes Camilo José Cela, al que nombra en muchas ocasiones; de las lluvias y de los seteros; de los cazadores y los rateros; de los gatos, perros, caballos y ratas, de su encina centenaria. También hay espacio para el recuerdo de otros viajes y de los que emprende mientras habita la casa y hasta su muerte, hace apenas cuatro meses. De la dificultad que tuvo para editar las memorias de Tierno Galván “la vida es olvidadiza”.
  Cuántas anécdotas sabrosas que sólo él y unos pocos sabían contar: por algo le llegaron a llamar el Kapuscinski español.

 “Una mujer joven ha venido a suicidarse de cara al valle, a pocos metros de El Tejar. Candi descubrió un coche aparcado durante varios días junto a la curva, en la entrada del inglés, y dio parte a la Guardia Civil. En la breve batida que siguió dimos con el cuerpo de la mujer, tieso, yerto, a la que su familia dio por desaparecida. Se había tomado un tubo de somníferos. Sostenía Camus que el suicidio es el único misterio filosófico de la vida; y Shakespeare que quien se quita la vida se quita de paso el mantenido temor a la muerte. La infortunada joven no era de aquí. Misterio en la elección del lugar para la voluntaria despedida del mundo. La última mirada a Hita, a los olivares, a la cordillera de Ocejón, el lento efecto de la droga… Con tan triste motivo El Tejar de la Mata sale en los periódicos. Guardo un recorte del Diario de Cuenca con el despacho de la agencia Efe”. 
  Y una cosa que he pensado siempre: ¿Quién es más real para la memoria de nuestra cultura, Don Quijote o Don Miguel de Cervantes? “Un japonés ya muy mayor apareció hace unos años y me preguntó contra cuál de los molinos había chocado Don Quijote. Yo me quedé perplejo: ´Contra ninguno –respondí, imbécil de mi-. Don Quijote no existió, es una novela´. El hombre se fue sin despedirse de mí, desilusionado porque había chafado sus sueños. No lo he vuelto a hacer. Ahora, cuando me preguntan, respondo muy seguro de lo que digo: ´Es aquél, aquél es el molino contra el que chocó Don Quijote´. Tanta emoción sólo la he visto en los japoneses”. 
  Viva Leguineche...

lunes, 12 de mayo de 2014

Cumpleaños. Dejar de fumar. Juan Formel. El libro de un amigo.


Otro cumpleaños. Siempre he querido ser mayor de lo que era: de niño ser adolescente, de joven ser adulto, de adulto ser más adulto en independiente. Pero hay que tener cuidado con lo que se desea porque se acaba consiguiendo. Y más hablando del paso del tiempo. Ahora quiero echar para atrás pero las leyes de la vida lo impiden. Acabo de leer en el libro que leo estos días que si a los cincuenta no tienes algún achaque es que estás muerto. Bueno, ya he pasado esa frontera y de momento, como la canción de los Van Van, me mantengo. Por cierto, triste la noticia de la muerte reciente de Juan Fromel. El fundador y líder del grupo.
  Doce años sin fumar. Haciendo un cálculo generoso me he ahorrado unos trece mil euros. Y quizá trece mil toses, o trece mil días de vida. Quién sabe. En cualquier caso, una de las mejores cosas que he hecho en la vida.
  Terminado de leer el libro de un amigo. Es una autoedición de esas en las que el autor corre con los gastos y en los que la editorial te “obsequia” con un par de cajas de ejemplares. Luego ha de ir regalando o vendiendo entre familia, amigos y conocidos como si fuera la lotería de navidad del colegio de los niños. El libro trata sobre un halcón que cruza el paisaje de Asturias y lo cuenta. En principio no tengo nada en contra de que el personaje sea una animal. Yo mismo hice una vez un cuento cuyo protagonista era una rata de biblioteca. Con esa excusa se hablaba de libros pero era tan malo que se perdió solo en algún traslado; hizo bien. Lo hicieron muy bien antes, Esopo, La Fontaine, Samaniego y más recientemente Javier Tomeo en su libro “Bestiario”. La pega viene cuando uno sabe que no puede esperar a que un pájaro se relacione con los lugareños o se tome una sidriña o tenga una aventura sensual con una moza.  Para mí, si un protagonista ha de ser animal tiene que ser solo en una fábula porque es para imitar el comportamiento del ser humano. Pero un halcón que sólo es un halcón que habla es más bien un dron que vuela encima de un google map.  Y el lenguaje. Ya que hacemos hablar a un pájaro que al menos tenga un estilo elevado. Y no es el caso a mi entender. Más bien parece un pájaro que ha imitado a los competidores de rap: “Para despertar aún más mis sentidos me alejo de la tierra, me adentro en el mar, juego con el oleaje, las mareas, un carguero en la línea allá al final, un barco pesquero dando bandazos, con gaviotas alrededor, el sol subiendo, mirándose en el mar. De repente un ruido ensordecedor perturba el momento y el lugar, un avión cruza de este a oeste a gran velocidad, según mi hermano Alonso, el halcón peregrino indio o shasheen, es el símbolo militar de la Fuerza Aérea de Pakistán, debido a su velocidad solo sé que el avión es militar. Se desvanece el ruido, el que queda ya es local”. En fin, puro rap. Y para terminar el capítulo: “…Desperté cuando enfrente tenía un poste de la luz, y no era de madera sino de hormigón: un reflejo en el último momento me libro (sic) de un gran chuletón”.

martes, 6 de mayo de 2014

EN CASA. BILL BRYSON.

  Este libro es un libro gordo. Uno, irremediablemente comienza los libros gordos con cierta aprensión. Uno piensa que se va a casar con un libro mientras lo lea y que eso puede suponer mucho tiempo. Pero pasa con los libros gordos y no tan gordos de Bryson que se leen sin que uno se fije nunca en el conteo de las hojas. Todas las cosas que cuenta este autor norteamericano trasplantado a Inglaterra durante dos décadas y con cara de profesor encantador, son cosas amenas y divertidas, y uno sabe que va a tener un matrimonio feliz de principio a fin.
  El libro es una historia de la vida privada. Un día se plantó en una antigua casa de Nordfolk y quiso saber el origen y la historia de cada objeto y de cada estancia para hacernos sentir, los habitantes contemporáneos de este planeta, lo afortunados que somos de vivir precisamente ahora. Porque, siempre lo he dicho, si hubiera vivido en otra época, casi seguro que ya estaría muerto. ¿Haber llegado a mi edad sin antibióticos? ¿Sin anestesia? ¿Sin wáter? ¿Sin bidet? Imposible, me habría muerto.
  Muchas veces damos por sentado cosas de las que ignoramos casi todo. Algunas veces nos molestamos en coger un diccionario o un google y nos ponemos a buscar el origen o significado de algo. Bryson lo hace con todo. Quiere saber por qué un tenedor tiene las puntas que tiene, quién inventó la trampa para ratones y cómo, cómo se inventó el primer wáter y cómo de apestosos fueron los primeros intentos, cómo se fabricó la primera bombilla, etcétera etcétera, etcétera. No importa cuán prolijo, sea, siempre resultará interesante.
  Lástima que no haya más traducciones de sus libros de viajes. El de Australia me gustó mucho, mucho.