lunes, 19 de mayo de 2014

MANU LEGUINECHE. LA FELICIDAD DE LA TIERRA.


  Algunas veces uno no tiene más remedio que ir a un gran centro comercial para hacer de acompañante y ayudar en la elección de ropa, por ejemplo. Es tan duro que siempre termino por abandonar y me voy a la tienda donde venden libros; invariablemente. Sé que debería tener prohibida la entrada pero por alguna razón de intereses a los enfermos compradores compulsivos como yo nadie les impide la entrada. El caso es que siempre, a pesar de que está algo desabastecida, visito la sección de guías y libros de viaje. Y cuál fue mi sorpresa que me encuentro con este libro de mi querido Leguineche ¡editado en el año 1999! No me lo podía creer. ¿Qué hacía ese ejemplar tan “antiguo” allí? El caso es que aunque no tenía intención lo compré y sentí esa mezcla entre la euforia y la angustia. Demasiado dinero gastado este mes en el vicio, pensé. Pero peor sería gastarlo en máquinas tragaperras o en alcohol o en mujeres malas, seguí pensando para consolarme.
  En 1986 el reportero Manu Leguineche decidió comprarse una casa de campo en medio del monte, el Tejar de la Mata. Sin agua ni electricidad. Habla de lo que le rodea, de los pueblos y de las tertulias que tiene con los lugareños, como hiciera tantos años antes Camilo José Cela, al que nombra en muchas ocasiones; de las lluvias y de los seteros; de los cazadores y los rateros; de los gatos, perros, caballos y ratas, de su encina centenaria. También hay espacio para el recuerdo de otros viajes y de los que emprende mientras habita la casa y hasta su muerte, hace apenas cuatro meses. De la dificultad que tuvo para editar las memorias de Tierno Galván “la vida es olvidadiza”.
  Cuántas anécdotas sabrosas que sólo él y unos pocos sabían contar: por algo le llegaron a llamar el Kapuscinski español.

 “Una mujer joven ha venido a suicidarse de cara al valle, a pocos metros de El Tejar. Candi descubrió un coche aparcado durante varios días junto a la curva, en la entrada del inglés, y dio parte a la Guardia Civil. En la breve batida que siguió dimos con el cuerpo de la mujer, tieso, yerto, a la que su familia dio por desaparecida. Se había tomado un tubo de somníferos. Sostenía Camus que el suicidio es el único misterio filosófico de la vida; y Shakespeare que quien se quita la vida se quita de paso el mantenido temor a la muerte. La infortunada joven no era de aquí. Misterio en la elección del lugar para la voluntaria despedida del mundo. La última mirada a Hita, a los olivares, a la cordillera de Ocejón, el lento efecto de la droga… Con tan triste motivo El Tejar de la Mata sale en los periódicos. Guardo un recorte del Diario de Cuenca con el despacho de la agencia Efe”. 
  Y una cosa que he pensado siempre: ¿Quién es más real para la memoria de nuestra cultura, Don Quijote o Don Miguel de Cervantes? “Un japonés ya muy mayor apareció hace unos años y me preguntó contra cuál de los molinos había chocado Don Quijote. Yo me quedé perplejo: ´Contra ninguno –respondí, imbécil de mi-. Don Quijote no existió, es una novela´. El hombre se fue sin despedirse de mí, desilusionado porque había chafado sus sueños. No lo he vuelto a hacer. Ahora, cuando me preguntan, respondo muy seguro de lo que digo: ´Es aquél, aquél es el molino contra el que chocó Don Quijote´. Tanta emoción sólo la he visto en los japoneses”. 
  Viva Leguineche...

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