jueves, 18 de abril de 2019

RAFAEL SANCHEZ FERLOSIO. ALFANHUÍ.



  La casualidad ha querido que el 1 de abril de 2018 fuera el día que compré este libro en el Rastro, 1 euro, y que haya sido también el 1 de abril de 2019, cuando haya muerto su autor. Como una premonición. Una edición de quiosco, Orbis, del año 82, de páginas amarillentas y rizadas por la humedad. En las necrológicas, autores que me gustan mucho han hablado muy bien tanto de su persona como de su escritura. Antonio Muñoz Molina, Trapiello. Una persona ajena totalmente a las guerras de egos propias de los escritores y lejos de las hogueras de las vanidades. El ejemplar estaba en un montón de libros a euro. Y tenía ganas de leer algo nuevo de Ferlosio. Tiene esa potencia expresiva de la que uno no llega a cansarse nunca. Leí hace mucho su novela El Jarama, del que aborrecía hasta su recuerdo, sus libros de Pecios, Campo de Retamas, y ya está, porque, quitando sus ensayos y artículos periodísticos tampoco escribió mucho.
  En este libro se habla de un viaje, el que emprende Alfanhuí en un mundo que es la antesala del mundo mágico, el realismo mágico que tardaría todavía algunos años en llegar. Usa frases muy sencillas para contar cosas muy complejas. Decía Trapiello que buscaba las costuras de la novela para descubrir el prodigio de su prosa.
  Al principio parece la descripción de un sueño, pero según se avanza hacia el final se va imponiendo una realidad extraña, como el final del Quijote. “Alfanhuí lloraba: Tellamaré Alfanhuí, porque éste es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros”.




  En el libro hay también dos relatos: “Y el corazón caliente” y “Dientes, pólvora, febrero”. Me han gustado mucho. En el primero se habla de un día de invierno especialmente frío en el que un camionero tiene un accidente con su camión después de haber bebido de más en el restaurante de carretera. Su obstinación a no irse del lugar donde su camión está volcado.
  En el segundo se cuenta una caza al lobo en el medio rural. Maravilloso el lenguaje que utiliza. La fuerza de las descripciones: “Y el pastor se acercó y le pisaba el hocico con la albarca y lo afianzó contra la tierra, y blandiendo en el aire la garrota, le rompió con un golpe cetero la caja del cráneo, cuyos huesos crujieron al cascarse y hundirse en el seso. Después el pastor se echó al suelo y se sentó junto a la loba muerta, y con la mano le anduvo rebuscando entre el pelo del vientre y tiró de un pezón y lo exprimía entre sus dedos, hasta sacarle un hilillo de leche, que saltó blanqueando entre las ingles de la loba y corría por su pelo de sombra y de la maleza, a escurrir a la tierra, entre las verdes agujas de hierba de febrero. Estaba criando, dijo el pastor al levantarse, mirando hacia los otros”. Brutal la escena.
  Que descanse en la paz de los justos y de los que han hecho cosas buenas en este mundo.

viernes, 12 de abril de 2019

BENITO PÉREZ GALDÓS. JUAN MARTIN EL EMPECINADO. LA BATALLA DE ARAPILES.



     Siempre había pensado que Juan Martín, el Empecinado, fue llamado así por su coraje, por su insistencia ante el enemigo o por ser un tauro de la vida. Por “siempre” me refiero a las cosas que se escuchaban en el colegio. Los Comuneros de Castilla, Juan Martín El Empecinado, Pepe Botella, Agustina de Aragón. Al parecer tenía un físico imponente, una gran cabeza subrayada por un mostacho puramente español y en estatura por encima de la media. Pero no. Era por el mote que había llevado siempre su familia porque en su pueblo natal, Castrillo de Duero, Valladolid, discurrían unas aguas turbias y con cieno.
  La novela de Galdós, cuenta algunas facetas de su vida aventurera y novelesca. Mató a un soldado francés por haber violado a una paisana. Fundó una guerrilla y murió ahorcado en Roa, un pueblo cercano al de su nacimiento. Hubo que atarlo y “su cuerpo quedó negro como un carbón”. Otra víctima del, éste sí felón, rey Fernando VII. En la actualidad es noticia el cuadro sobre el fusilamiento en las playas de Málaga del general Torrijos pintado por Gisbert. Trienio liberal, década ominosa.

“-Hacéis bien en traer a vuestro niño a la guerra. Así os distraéis con él… Lo dicho, cuando os despachen, me quedaré con esta alhaja y le llevaré conmigo a todas partes. No le faltará nada y le enseñaré a que me llame papá.
   Al decir esto noté súbita alteración en las rudas facciones del soldado. Hizo algunos visajes como luchando con una importuna sensibilidad; mas no pudiendo vencerla, le vi que con disimulo se llevaba la mano a los ojos para limpiarse una lágrima”.

  En La Batalla de Arapiles, Gabriel Araceli, el personaje que narra y que se repite en muchas de las novelas de Galdós, asiste como un héroe de su tiempo, un espía infiltrado en las fuerzas napoleónicas en Salamanca, y acompañado de Fly, una culta y preciosa británica, a una serie de aventuras noveleras propias de un tebeo. A su vez mantiene una tensa relación con Inés, hija de un personaje algo desagradable. La lucha de entonces entre lo liberal y el poder absoluto de la monarquía sustentada por grandes poderes y por la iglesia. Me gusta esa forma de contar pegado al terreno. Personajes que viven y sufren y se desenvuelven como si los viéramos en una cinta de cine. Pero a veces echo de menos una visión histórica, una especie de ensayo a modo de explicación, un elevarse en el terreno. Terreno en este caso llamado a situarse entre el Arapil grande y el Arapil chico. Elevaciones destacadas dentro de la planicie en el sur de Salamanca. Dos enormes ejércitos matándose cara a cara.
  Se lee bien, pasan las páginas rápido pero, como pasa cuando después de una peli triste nos apetece algo alegre o cómico, lo mismo me pasa con estas novelas: me apetece un ensayo, algo de historia pura, quizá la novela del recién desaparecido Ferlosio y su Alfanhuí.

jueves, 4 de abril de 2019

SAPIENS. YUVAL NOAH HARARI.



  Por fin leo este libro tan ardientemente aconsejado por tantos de tantos ámbitos distintos. Un libro muy recomendable por su erudición, a la vez que por su tono didáctico, y por su claridad. No es fácil intentar abarcar toda la historia del ser humano.
  “Dentro de unas décadas, la gente mirará atrás y pensará que las respuestas a todas estas preguntas eran evidentes”.
  Ha coincidido esta lectura con el renacimiento, otra vez, de la leyenda negra. Es algo recurrente, sobre todo en España. Pareciera que todos los demás países han sido ejércitos de ángeles celestiales. Es bien sabido que una de las obsesiones que tenían los conquistadores en México cuando iban en viaje de ocupación y conquista era, aparte de la plata y el oro, quitar de cuajo la costumbre que tenían los indígenas del fornicio entre hombres, también llamado pecado de sodomía; por otra parte, costumbre tan moderna y actual. También estaban muy atareados en difundir la religión católica, algo verdaderamente incomprensible para las mentes de aquellos hombres y mujeres del siglo XVI. El cuerpo de Cristo, la virginidad de la Virgen, las tres personas en una, etc. Pero es que todas esas cosas forman parte de la simiente que supone el florecer de una expansión de la nueva cultura, de la nueva forma de ver el mundo. Han pasado hasta ahora muchos imperios, muchas filosofías y creencias, religiones monoteístas y politeístas. Pero lo más universal y más extendido es la idea del dinero. En cualquier rincón del planeta se tiene capacidad para apreciar un puñado de dólares.
  En los imperios acaban ganando no solo los conquistadores sino también los conquistados. Qué somos nosotros sin los romanos, los fenicios, los godos o los árabes, los nuevos conquistadores que vienen de nuevo de allá.
Del libro Sapiens de Harari:
  “Imaginemos un íbero de buena familia que viviera un siglo después de la caída de Numancia. Habla su dialecto celta nativo son sus padres, pero ha adquirido un latín impecable, con solo un ligero acento, porque lo necesita para hacer negocios y tratar con las autoridades. Permite el gusto de su esposa por la bisutería de adornos complejos, pero le avergüenza un poco de ella, como otras mujeres locales, conserve esta reliquia del gusto celta; sería mejor que adoptara la simplicidad de las joyas que lleva la esposa del gobernador romano. Él mismo viste túnicas romanas y, gracias a su éxito como mercader de ganado, debido en no menor medida a su experiencia en los enredos de la ley comercial romana, ha podido construir una villa de estilo romano. Pero, aunque puede recitar de memoria el libro tercero de las Geórgicas de Virgilio, los romanos todavía lo tratan como un semibárbaro. Se da cuenta con frustración que nunca conseguirá un puesto en el gobierno, ni uno de los asientos realmente buenos en el anfiteatro”.
  “Con cada nuevo invento ponemos otro kilómetro más de distancia entre nosotros y el jardín del edén”.
  “Nunca convenceremos a un mono para que nos dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos”.