La casualidad ha querido que el 1 de abril de
2018 fuera el día que compré este libro en el Rastro, 1 euro, y que haya sido
también el 1 de abril de 2019, cuando haya muerto su autor. Como una
premonición. Una edición de quiosco, Orbis, del año 82, de páginas amarillentas
y rizadas por la humedad. En las necrológicas, autores que me gustan mucho han
hablado muy bien tanto de su persona como de su escritura. Antonio Muñoz
Molina, Trapiello. Una persona ajena totalmente a las guerras de egos propias
de los escritores y lejos de las hogueras de las vanidades. El ejemplar estaba
en un montón de libros a euro. Y tenía ganas de leer algo nuevo de Ferlosio.
Tiene esa potencia expresiva de la que uno no llega a cansarse nunca. Leí hace
mucho su novela El Jarama, del que aborrecía hasta su recuerdo, sus libros de
Pecios, Campo de Retamas, y ya está, porque, quitando sus ensayos y artículos
periodísticos tampoco escribió mucho.
En este libro se habla de un viaje, el que
emprende Alfanhuí en un mundo que es la antesala del mundo mágico, el realismo
mágico que tardaría todavía algunos años en llegar. Usa frases muy sencillas
para contar cosas muy complejas. Decía Trapiello que buscaba las costuras de la
novela para descubrir el prodigio de su prosa.
Al principio parece la descripción de un
sueño, pero según se avanza hacia el final se va imponiendo una realidad
extraña, como el final del Quijote. “Alfanhuí lloraba: Tellamaré Alfanhuí,
porque éste es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros”.
En el libro hay también dos relatos: “Y el
corazón caliente” y “Dientes, pólvora, febrero”. Me han gustado mucho. En el
primero se habla de un día de invierno especialmente frío en el que un
camionero tiene un accidente con su camión después de haber bebido de más en el
restaurante de carretera. Su obstinación a no irse del lugar donde su camión
está volcado.
En el segundo se cuenta una caza al lobo en
el medio rural. Maravilloso el lenguaje que utiliza. La fuerza de las
descripciones: “Y el pastor se acercó y le pisaba el hocico con la albarca y lo
afianzó contra la tierra, y blandiendo en el aire la garrota, le rompió con un
golpe cetero la caja del cráneo, cuyos huesos crujieron al cascarse y hundirse
en el seso. Después el pastor se echó al suelo y se sentó junto a la loba
muerta, y con la mano le anduvo rebuscando entre el pelo del vientre y tiró de
un pezón y lo exprimía entre sus dedos, hasta sacarle un hilillo de leche, que
saltó blanqueando entre las ingles de la loba y corría por su pelo de sombra y
de la maleza, a escurrir a la tierra, entre las verdes agujas de hierba de
febrero. Estaba criando, dijo el pastor al levantarse, mirando hacia los otros”.
Brutal la escena.
Que descanse en la paz de los justos y de los
que han hecho cosas buenas en este mundo.
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