Por fin leo este libro tan ardientemente
aconsejado por tantos de tantos ámbitos distintos. Un libro muy recomendable
por su erudición, a la vez que por su tono didáctico, y por su claridad. No es
fácil intentar abarcar toda la historia del ser humano.
“Dentro de unas décadas, la gente mirará
atrás y pensará que las respuestas a todas estas preguntas eran evidentes”.
Ha coincidido esta lectura con el
renacimiento, otra vez, de la leyenda negra. Es algo recurrente, sobre todo en
España. Pareciera que todos los demás países han sido ejércitos de ángeles
celestiales. Es bien sabido que una de las obsesiones que tenían los
conquistadores en México cuando iban en viaje de ocupación y conquista era,
aparte de la plata y el oro, quitar de cuajo la costumbre que tenían los
indígenas del fornicio entre hombres, también llamado pecado de sodomía; por
otra parte, costumbre tan moderna y actual. También estaban muy atareados en
difundir la religión católica, algo verdaderamente incomprensible para las
mentes de aquellos hombres y mujeres del siglo XVI. El cuerpo de Cristo, la
virginidad de la Virgen, las tres personas en una, etc. Pero es que todas esas
cosas forman parte de la simiente que supone el florecer de una expansión de la
nueva cultura, de la nueva forma de ver el mundo. Han pasado hasta ahora muchos
imperios, muchas filosofías y creencias, religiones monoteístas y politeístas.
Pero lo más universal y más extendido es la idea del dinero. En cualquier
rincón del planeta se tiene capacidad para apreciar un puñado de dólares.
En los imperios acaban ganando no solo los
conquistadores sino también los conquistados. Qué somos nosotros sin los
romanos, los fenicios, los godos o los árabes, los nuevos conquistadores que
vienen de nuevo de allá.
Del
libro Sapiens de Harari:
“Imaginemos un íbero de buena familia que
viviera un siglo después de la caída de Numancia. Habla su dialecto celta
nativo son sus padres, pero ha adquirido un latín impecable, con solo un ligero
acento, porque lo necesita para hacer negocios y tratar con las autoridades.
Permite el gusto de su esposa por la bisutería de adornos complejos, pero le
avergüenza un poco de ella, como otras mujeres locales, conserve esta reliquia
del gusto celta; sería mejor que adoptara la simplicidad de las joyas que lleva
la esposa del gobernador romano. Él mismo viste túnicas romanas y, gracias a su
éxito como mercader de ganado, debido en no menor medida a su experiencia en
los enredos de la ley comercial romana, ha podido construir una villa de estilo
romano. Pero, aunque puede recitar de memoria el libro tercero de las Geórgicas
de Virgilio, los romanos todavía lo tratan como un semibárbaro. Se da cuenta
con frustración que nunca conseguirá un puesto en el gobierno, ni uno de los
asientos realmente buenos en el anfiteatro”.
“Con cada nuevo invento ponemos otro
kilómetro más de distancia entre nosotros y el jardín del edén”.
“Nunca convenceremos a un mono para que nos
dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado
de bananas a su disposición en el cielo de los monos”.
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