jueves, 4 de abril de 2019

SAPIENS. YUVAL NOAH HARARI.



  Por fin leo este libro tan ardientemente aconsejado por tantos de tantos ámbitos distintos. Un libro muy recomendable por su erudición, a la vez que por su tono didáctico, y por su claridad. No es fácil intentar abarcar toda la historia del ser humano.
  “Dentro de unas décadas, la gente mirará atrás y pensará que las respuestas a todas estas preguntas eran evidentes”.
  Ha coincidido esta lectura con el renacimiento, otra vez, de la leyenda negra. Es algo recurrente, sobre todo en España. Pareciera que todos los demás países han sido ejércitos de ángeles celestiales. Es bien sabido que una de las obsesiones que tenían los conquistadores en México cuando iban en viaje de ocupación y conquista era, aparte de la plata y el oro, quitar de cuajo la costumbre que tenían los indígenas del fornicio entre hombres, también llamado pecado de sodomía; por otra parte, costumbre tan moderna y actual. También estaban muy atareados en difundir la religión católica, algo verdaderamente incomprensible para las mentes de aquellos hombres y mujeres del siglo XVI. El cuerpo de Cristo, la virginidad de la Virgen, las tres personas en una, etc. Pero es que todas esas cosas forman parte de la simiente que supone el florecer de una expansión de la nueva cultura, de la nueva forma de ver el mundo. Han pasado hasta ahora muchos imperios, muchas filosofías y creencias, religiones monoteístas y politeístas. Pero lo más universal y más extendido es la idea del dinero. En cualquier rincón del planeta se tiene capacidad para apreciar un puñado de dólares.
  En los imperios acaban ganando no solo los conquistadores sino también los conquistados. Qué somos nosotros sin los romanos, los fenicios, los godos o los árabes, los nuevos conquistadores que vienen de nuevo de allá.
Del libro Sapiens de Harari:
  “Imaginemos un íbero de buena familia que viviera un siglo después de la caída de Numancia. Habla su dialecto celta nativo son sus padres, pero ha adquirido un latín impecable, con solo un ligero acento, porque lo necesita para hacer negocios y tratar con las autoridades. Permite el gusto de su esposa por la bisutería de adornos complejos, pero le avergüenza un poco de ella, como otras mujeres locales, conserve esta reliquia del gusto celta; sería mejor que adoptara la simplicidad de las joyas que lleva la esposa del gobernador romano. Él mismo viste túnicas romanas y, gracias a su éxito como mercader de ganado, debido en no menor medida a su experiencia en los enredos de la ley comercial romana, ha podido construir una villa de estilo romano. Pero, aunque puede recitar de memoria el libro tercero de las Geórgicas de Virgilio, los romanos todavía lo tratan como un semibárbaro. Se da cuenta con frustración que nunca conseguirá un puesto en el gobierno, ni uno de los asientos realmente buenos en el anfiteatro”.
  “Con cada nuevo invento ponemos otro kilómetro más de distancia entre nosotros y el jardín del edén”.
  “Nunca convenceremos a un mono para que nos dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos”.

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