viernes, 12 de abril de 2019

BENITO PÉREZ GALDÓS. JUAN MARTIN EL EMPECINADO. LA BATALLA DE ARAPILES.



     Siempre había pensado que Juan Martín, el Empecinado, fue llamado así por su coraje, por su insistencia ante el enemigo o por ser un tauro de la vida. Por “siempre” me refiero a las cosas que se escuchaban en el colegio. Los Comuneros de Castilla, Juan Martín El Empecinado, Pepe Botella, Agustina de Aragón. Al parecer tenía un físico imponente, una gran cabeza subrayada por un mostacho puramente español y en estatura por encima de la media. Pero no. Era por el mote que había llevado siempre su familia porque en su pueblo natal, Castrillo de Duero, Valladolid, discurrían unas aguas turbias y con cieno.
  La novela de Galdós, cuenta algunas facetas de su vida aventurera y novelesca. Mató a un soldado francés por haber violado a una paisana. Fundó una guerrilla y murió ahorcado en Roa, un pueblo cercano al de su nacimiento. Hubo que atarlo y “su cuerpo quedó negro como un carbón”. Otra víctima del, éste sí felón, rey Fernando VII. En la actualidad es noticia el cuadro sobre el fusilamiento en las playas de Málaga del general Torrijos pintado por Gisbert. Trienio liberal, década ominosa.

“-Hacéis bien en traer a vuestro niño a la guerra. Así os distraéis con él… Lo dicho, cuando os despachen, me quedaré con esta alhaja y le llevaré conmigo a todas partes. No le faltará nada y le enseñaré a que me llame papá.
   Al decir esto noté súbita alteración en las rudas facciones del soldado. Hizo algunos visajes como luchando con una importuna sensibilidad; mas no pudiendo vencerla, le vi que con disimulo se llevaba la mano a los ojos para limpiarse una lágrima”.

  En La Batalla de Arapiles, Gabriel Araceli, el personaje que narra y que se repite en muchas de las novelas de Galdós, asiste como un héroe de su tiempo, un espía infiltrado en las fuerzas napoleónicas en Salamanca, y acompañado de Fly, una culta y preciosa británica, a una serie de aventuras noveleras propias de un tebeo. A su vez mantiene una tensa relación con Inés, hija de un personaje algo desagradable. La lucha de entonces entre lo liberal y el poder absoluto de la monarquía sustentada por grandes poderes y por la iglesia. Me gusta esa forma de contar pegado al terreno. Personajes que viven y sufren y se desenvuelven como si los viéramos en una cinta de cine. Pero a veces echo de menos una visión histórica, una especie de ensayo a modo de explicación, un elevarse en el terreno. Terreno en este caso llamado a situarse entre el Arapil grande y el Arapil chico. Elevaciones destacadas dentro de la planicie en el sur de Salamanca. Dos enormes ejércitos matándose cara a cara.
  Se lee bien, pasan las páginas rápido pero, como pasa cuando después de una peli triste nos apetece algo alegre o cómico, lo mismo me pasa con estas novelas: me apetece un ensayo, algo de historia pura, quizá la novela del recién desaparecido Ferlosio y su Alfanhuí.

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