Siempre había pensado que Juan Martín,
el Empecinado, fue llamado así por su coraje, por su insistencia ante el
enemigo o por ser un tauro de la vida. Por “siempre” me refiero a las cosas que
se escuchaban en el colegio. Los Comuneros de Castilla, Juan Martín El
Empecinado, Pepe Botella, Agustina de Aragón. Al parecer tenía un físico
imponente, una gran cabeza subrayada por un mostacho puramente español y en
estatura por encima de la media. Pero no. Era por el mote que había llevado
siempre su familia porque en su pueblo natal, Castrillo de Duero, Valladolid,
discurrían unas aguas turbias y con cieno.
La novela de Galdós, cuenta algunas facetas de su vida aventurera y
novelesca. Mató a un soldado francés por haber violado a una paisana. Fundó una
guerrilla y murió ahorcado en Roa, un pueblo cercano al de su nacimiento. Hubo
que atarlo y “su cuerpo quedó negro como un carbón”. Otra víctima del, éste sí
felón, rey Fernando VII. En la actualidad es noticia el cuadro sobre el
fusilamiento en las playas de Málaga del general Torrijos pintado por Gisbert.
Trienio liberal, década ominosa.
“-Hacéis bien en traer a vuestro niño
a la guerra. Así os distraéis con él… Lo dicho, cuando os despachen, me quedaré
con esta alhaja y le llevaré conmigo a todas partes. No le faltará nada y le
enseñaré a que me llame papá.
Al decir esto noté súbita
alteración en las rudas facciones del soldado. Hizo algunos visajes como
luchando con una importuna sensibilidad; mas no pudiendo vencerla, le vi que
con disimulo se llevaba la mano a los ojos para limpiarse una lágrima”.
En La Batalla de Arapiles, Gabriel Araceli, el personaje que narra y que
se repite en muchas de las novelas de Galdós, asiste como un héroe de su
tiempo, un espía infiltrado en las fuerzas napoleónicas en Salamanca, y
acompañado de Fly, una culta y preciosa británica, a una serie de aventuras
noveleras propias de un tebeo. A su vez mantiene una tensa relación con Inés,
hija de un personaje algo desagradable. La lucha de entonces entre lo liberal y
el poder absoluto de la monarquía sustentada por grandes poderes y por la
iglesia. Me gusta esa forma de contar pegado al terreno. Personajes que viven y
sufren y se desenvuelven como si los viéramos en una cinta de cine. Pero a
veces echo de menos una visión histórica, una especie de ensayo a modo de
explicación, un elevarse en el terreno. Terreno en este caso llamado a situarse
entre el Arapil grande y el Arapil chico. Elevaciones destacadas dentro de la
planicie en el sur de Salamanca. Dos enormes ejércitos matándose cara a cara.
Se lee bien, pasan las páginas rápido pero, como pasa cuando después de
una peli triste nos apetece algo alegre o cómico, lo mismo me pasa con estas
novelas: me apetece un ensayo, algo de historia pura, quizá la novela del
recién desaparecido Ferlosio y su Alfanhuí.
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