jueves, 29 de septiembre de 2016

KARL OVE KNAUSEGARD. LA MUERTE DEL PADRE. MI LUCHA I




  Cuando estaba acabando de leer este libro leí un artículo de Eduardo Mendoza en la revista Icon en el que se despedía de sus lectores (ni se cansó ni lo echaron, decía). Decía también que había leído un libro de un tirón. Que era algo excepcional en él y que en el libro no pasaba nada y que eso le tenía muy excitado; vaticinaba sorpresas al final, sin embargo, pero terminaba sin sorpresa alguna. No se enfadó pero se preguntó con miedo si a él no le pasaba lo mismo. “¿No estaré yo haciendo lo mismo? Y no sé por qué me dio por imaginar que el libro al que se refería era éste, el de Karl Ove Knausegard, La Muerte del padre, el primer tomo de sus memorias, Mi lucha.
  En algún lugar escribí que estas eran unas memorias al estilo de Proust, en el que, no ya recuerda el olor de las magdalenas de su niñez, sino el aspecto del café recién hecho en todas sus matizaciones, el olor de la abuela empercudida de orines, sus insectívoros y metódicos recuerdos.
  También dije en algún lugar que con el tiempo descansarían en las baldas de mi casa los seis o siete tomos de sus memorias. Lo retiro. El libro se lee con agrado y, como dice Mendoza, sin pasar nada, se lee como se bebe agua cuando uno está sediento. Sin embargo, me planto. Me resulta poco enriquecedor. Le alabo el gusto y el esfuerzo pero, como en otros muchos libros no dejaba de preguntarme, ¿Y a mí qué?
  En alguna entrevista leí que hizo algo parecido a un pacto con el diablo: a cambio de fama y dinero había expuesto a sus amigos, a su familia, a su padre. Qué importa. Para nosotros, sus lectores, es otra obra de ficción, pero… “En cuanto lo terminé, a principios de junio, di el manuscrito a Yngve. Su primer comentario después de haberlo leído fue que mi padre me demandaría judicialmente”. En fin.    
  A ver, tiene aciertos grandes. Esta frase hizo que me detuviera un buen rato para digerirlo, por su gran verdad:

“Durante toda nuestra infancia y juventud nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos. Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos al mundo en el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa”. Qué certero.
  Y anoto al margen: Cuando me casé mi padre tenía la misma edad que tengo ahora. Cómo pasa el tiempo.
   Se pregunta en alguna parte por qué permanecen unos recuerdos y no otros. Es verdad; nunca sabemos por qué algo anodino, sin importancia, queda grabado a fuego en nuestro cerebro. Las moscas; qué buen tema.
”La mosca que había estado zumbando en la ventana desde que entramos se dirigió de repente al interior de la sala. La seguí con la mirada, viéndola dar vueltas por debajo del techo, posarse sobre la pared amarilla, volver a echar a volar en un pequeño círculo a nuestro alrededor y posarse en ese reposabrazos en el que ya no tamborileaban los dedos de Yngve. Sus patas delanteras se cruzaron un par de veces, como si se estuviera sacudiendo, antes de dar unos pequeños pasos hacia delante; luego dio un pequeño salto en el aire con alas zumbantes, antes de posarse en el dorse de la mano de Yngve, que, claro está, la levantó con una breve sacudida, de manera que la mosca volvió a echar a volar delante de nosotros de una manera que casi se podría llamar atormentada. Al final volvió a la ventana, donde se arrastraba de arriba abajo en confusas órbitas”.
  Ya puedo decir con cierta alegría que he leído al gran Knausgard. Por ahora creo que está bien.

jueves, 22 de septiembre de 2016

MANERAS DE SER ESPAÑOL. JULIO CAMBA.




   Si en una pregunta de trivial me preguntaran el nombre de tres periodistas de Galicia me saldrían a bote pronto tres nombres: Jabois, Tallón y Camba. El más joven y moderno; por supuesto Julio Camba.
   Este libro lo vi en una mesa junto a otro montón de muchos otros en la Casa del Libro. Autores de prestigio, ediciones de prestigio, encuadernaciones de prestigio, todo a precio de saldo. Algo bueno tenía que tener la aborregación de la sociedad junto con la crisis. Es el tercer libro de recopilaciones que leo de este finísimo y sarcástico periodista todo terreno. Qué suerte tuvieron sus contemporáneos de leerlo en caliente.
  El libro, preciosamente encuadernado en tapa dura por ediciones Luca de Tena, tiene varias introducciones. De González Ruano, de Almudena Revilla y de Alberto Guillén. Tienen todos los artículos aquí reunidos el hilo conductor de lo que significa ser español. Casi nada. “La fórmula substancial del genio popular español: individualista y autoritario”. Giménez-Caballero. Según todos ellos Camba era un hombre solitario al que apenas le gustaba salir por ahí o hablar con la gente, pero con sus artículos abarcaba el mundo entero. Julio Camba era un milagro en esta España dolorida, (guerras, fusilamientos…) y dolorosa: “Camba, en su desamor desconcertante, ni siquiera hablaba mal de ninguno”. Y era capaz de hacer artículos buenísimos del diario de sesiones del Congreso, arenosas como en un desierto, las sesiones.
  Como decía, Camba puede ser sarcástico e irónico pero también dentro de esa costra dura había un alma sensible. Sólo así podía meterse en la piel de todas las capas de la sociedad que le tocó vivir.
  Él escribió lo que tantas veces se me ha ocurrido: “¿qué lector se dispondría a leer un relato que comience diciendo: “Aquí no ha pasado nada; esto ha estado muy aburrido?”.
  Como todos los grandes, es capaz de entresacar, de meter buenas citas en los lugares adecuados. Como esta de Anatole France, escritor al que nombra de vez en cuando: “El catolicismo es la forma más elegante de la indiferencia religiosa”.
  Cuando uno lee “Melilla y Santiago, una entrevista con un Apóstol guerrero” que yo he subtitulado “colonias sí o colonias no”, se le cae a uno el alma a los pies. “¿La civilización consiste en echar a los moros de su casa y quedarse con sus bienes?”. Aquí cabrían unos puntos suspensivos de oro.
  Y un párrafo imposible de publicar en la actualidad sin provocar un terremoto de twits y demandas podría ser éste:
  “…el gran símbolo de la justicia humana es la dinamita: la dinamita, que destruye y purifica los corazones por medio del terror. Un gran filósofo cristiano, el escritor inglés G.K. Chesterton, a quien no conoce en España ni Andrés González Blanco, dice que la dinamita es lo mismo que el pensamiento. ‘El pensamiento obra porque se expande, y obra destruyendo. La dinamita, también. Una bomba de dinamita es como el cerebro de un hombre sabio y justo’. ‘El hombre sabio y justo –dice a su vez France- no puede hacer más que una cosa buena. Debe reunir bastante cantidad de dinamita para hacer saltar todo el planeta, y cuando el mundo haya sido esparcido en fragmentos dentro de la inmensidad, se la habrá dado una pequeña satisfacción a la conciencia universal, que, por otro lado, yo creo que no existe’”. Genial.
  O la crítica feroz contra la literatura española: “La literatura española, en efecto, no es más que una serie de enfermedades, debidas, generalmente, a trastornos sexuales o a defectos de nutrición”. “…era una causa muy fácil de comprender: esos muchachos nunca habían tenido talento. Lo que habían tenido era hambre”. Y el broche de oro: “Pero hay algo peor aún en nuestra literatura: los aprensivos, esto es, los enfermos de enfermedades imaginarias, que, siendo perfectamente tontos, se creen atacados de genialidad…”.

  Y para terminar un párrafo con el que me he reído de lo lindo porque se podría haber escrito esta mañana en cualquier diario prestigioso, ya que estamos, hablando de prestigio: “En el periodismo polémico –dice Jouvenel- no hay que andarse con remilgos. ¿Que Tartempion no ha pagado todavía esta semana la nota de su lavandera? Pues no vaciléis en llamarle Tartempion el ladrón. ¿Que el desdichado vive pobremente en una buhardilla? Pues afirmad que se oculta en una madriguera”. ¿No se viene a la mente cosillas de este mismo verano de navajazos políticos?
  ¿No es este hombre un amor?

jueves, 15 de septiembre de 2016

DIARIO DE UNA TREGUA. DIONISIO RIDRUEJO.


   Una de las mejores cosas que me he encontrado en este volumen (que, advierte, pertenece a una colección que sólo se podía vender con el Norte de Castilla) es el prólogo de Sánchez Dragó. “Decían los latinos, y decían bien, que el nombre marca, amenaza, condiciona el carácter y, por ello, es el destino”. Cuántas veces me he preguntado si no habrá condicionado el mío, el nombre, para mi carácter y para mal.
  Estos diarios van desde el 26 de diciembre de 1945 hasta el 10 de abril de 1947. Recordemos que ya ha pasado el del Burgo de Osma por la Guerra Civil, por la División Azul, por los desencuentros y por las persecuciones, por su suave exilio en Ronda primero y Sant Cugat del Vallés, después.
  Dice Don Fernando que este es un libro olvidado. No ha de extrañar a nadie. No se cuenta nada de su pasado, no se hace mención a ninguna herida, ya sea física o del alma, no dice nada del presente político; ni siquiera del familiar. Es un hombre como esos que recalaban en un sanatorio apartado para curarse de una tuberculosis, una sífilis, o una locura. En cada una de las páginas de estos diarios tan solo hay naturaleza, poesía, clima, luz, color, como si todo el horror del pasado lo hubiera filtrado por un tamiz hecho con los terruños de su huerta.

13 SEP 2016. Justo el instante cuando acaba el verano. 





En alguna parte del libro se dice (quise subrayarlo pero no tenía en aquel momento con qué. Hay que señalar siempre. No importa los que dicen que se estropean, porque los libros siempre estarán aquí mientras yo viva) que en un momento determinado de las estaciones, no importa la fecha, se produce un cambio sutil, un cambio de luz, de temperatura, de aroma a tierra mojada que anuncia el fin y el comienzo, el eterno mudar de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
  Se dice también en el prólogo que no hay nombres propios. Es verdad pero a veces se adivinan (D´ors) o se aciertan interesantes semblanzas como esta de mi queridísimo Pla:
  “…hemos subido al coche para buscar al gran escritor de su tierra. Le llamo, para mí solo, el tártaro. Se trata de una asociación arbitraria que sólo se sostiene en los pómulos algo salientes y en los ojos un poquito oblicuos de este gran payés trotamundos, de este gran refinado que se disimula en la llaneza. Con él todo es de otra manera. Su cordialidad llena de filos –paradoja, ironía, sarcasmo-, su sencillez llena de meandros y cavernas –pesimismo, lucidez, espíritu crítico de bisturí-, su sensibilidad extrema volteada por toda suerte de cortafuegos utilitarios, su saber militante contra la gravedad, nos instalan como en un día suyo y sólo suyo, diáfano y punzante, que excita y desmantela dejando en ruinas todos nuestros castillos idealistas, todos nuestros jardines sentimentales, en un estar del todo en la tierra que es igual que un estar del todo fuera del mundo. Los cipreses en racimo que nuestro amigo tiene junto al ‘mas’ de gran crujía gótica, se han doblado para decirnos: ‘no está’. Le hemos dado caza en el café: camisa blanca sin corbata, traje oscuro ya usado, boina pequeña con un poquito de vuelo sobre la frente. Hablar, Dios mío, hablar. Oír hablar. Sin necesidad de hablar, como quien cosecha de prisa para llevarse el heno a un retiro rumiante”.
  Habrá que seguir leyendo cosas de Ridruejo. ¿Su Casi unas memorias?

lunes, 12 de septiembre de 2016

SVETLANA ALEXIÉVICH. LOS MUCHACHOS DE ZINC.




  Cuando un soldado ve a un enemigo a través de su mirilla ve a otro ser humano en ese preciso momento de su vida; sin más referencia. Sin conocerlo le odia porque está convencido que es el culpable de que su compañero haya muerto o de que los sufrimientos, sus pesadillas, se deban a él. Ese mismo soldado visto por su madre es completamente distinto. Para esa madre ese soldado es también el niño recién nacido, el niño de sus primeros pasos, el joven que trajo a casa a su primera novia, el soldado que se despidió de ella apenas unas semanas o meses atrás. Son dos visiones de una misma realidad. Dos visiones inencontrables, antagónicas.
  En la historia de la humanidad las guerras han sido narradas por los grandes protagonistas. Estrategias, batallas, conquistas, crónicas en las que los muertos, muchos o pocos, estaban maquillados con cifras. Alexiévich va a ver a los que sufrieron aquella guerra terrible, a los que se fueron, los soldados, y también a los que se quedaron: madres, médicos, novias, enfermeras, tullidos, viudas, niños. 10 años de guerra en una geografía imposible, en la misma que década y media después iba a  morir el protagonista del anterior libro leído.
  Los muertos volvían a casa en ataúdes de zinc para ocultar un olor que a veces se escapaba.
  En alguna parte del libro se dice que para representar la realidad de un hombre habría que grabarlo desde su nacimiento y hasta su muerte. La autora se entrevista con los que voluntariamente han decidido hablar con ella. Graba sus intervenciones y con todo ese material realiza un libro que es ya también, formado con fragmentos de mosaico, una obra de arte. Y al final la llevan a juicio, los mismos que hablaron libremente con ella. No soportaron que sus hijos murieran otra vez. Porque les puso un espejo. Salieron las mentiras oficiales a navegar por las cloacas de la casi desahuciada sociedad soviética.
  “No hace falta inventarse nada. Hay fragmentos de grandes libros en todas partes. En cada persona”.
  “¿Acaso quedará en la Historia? Eso es a lo que yo me dedico desesperadamente (libro tras libro): a disminuir la historia hasta que toma una dimensión humana”.
  Como en toda controversia, siempre es que la verdad está repartida en parte quizá desiguales. Cómo no verlo. “La salida legal a este conflicto la encontrará el jurado. Pero debe haber una salida humana que consiste en que las madres siempre tienen razón en su amor hacia sus hijos; los escritores siempre están en su derecho a contar la verdad; los soldados siempre tienen razón mientras los vivos defienden a los muertos”. Otro libro duro de esta magnífica observadora de su tiempo; en tiempos duros.

jueves, 8 de septiembre de 2016

JON KRAKAUER. DONDE LOS HOMBRES ALCANZAN LA GLORIA.




  Hace muchos años mi hermano O., que es el que menos lee, me recomendó un libro de montaña. Siempre me ha interesado ese mundo como metáfora de la vida, del esfuerzo, de la superación. Las cumbres, los paisajes, la nieve y el frío, la narración. Ese libro se tituló en español “Mal de altura”. En él se contaba la desastrosa expedición al Everest en el año 96. Krakauer iba como periodista dentro de un montón de gente inexperta que en el descenso y ante una tormenta se disgregó. Murieron varios y otros quedaron con secuelas de por vida. En un caos de personas, cordajes, tormentas, situaciones, lugares, etc, Krakauer fue capaz de situar al lector por encima de todo aquello, ver y comprender dónde se encontraba cada uno de los elementos de la tragedia, como si de un dios se tratara.
  Este libro narra la vida de Pat Tillman, un joven triunfador, rico, feliz, que ante los atentados de las torres gemelas decide alistarse en el ejército para salvar, vengar, proteger a su país. No son estas palabras para ver si tuvo o no razón, el caso es que perdió la vida en las montañas de Afganistán. Y no lo hizo a manos de terroristas despiadados y sanguinarios. Lo hizo bajo los disparos de sus propios compañeros. Ese fuego amigo que tantas vidas ha costado en todas las guerras.
  Pero a mi entender este libro tiene otra virtud: contarnos los antecedentes de las guerras en las que ha estado metido su país, EEUU. Los antecedentes de las guerras frías y sucias entre EEUU y la Unión Soviética. Irak, Afganistán. Guerras interminables, justificaciones infinitas “Haqani y Bin Laden, los más prominentes lamentaban disentir de Fukuyama y su afirmación de que la partida se había terminado y la democracia liberal occidental había resultado vencedora”.
  En el mismo prólogo, de Jacobo Rivero, está el atrevimiento de decir que es “un relato periodístico donde hay paja y trigo”. Es verdad, a veces puede llegar a ser un poco cargante el nivel de detalle en el que nos introduce el autor pero al que le guste (levanto la mano) esa prolijidad nos suena a música celestial.
  He leído todo lo que ha publicado Krakauer en español. Y seguiré comprando y leyendo cada cosa que se siga publicando. Jon Krakauer, un periodista y narrador seguro de que va a gustarme.