jueves, 22 de septiembre de 2016

MANERAS DE SER ESPAÑOL. JULIO CAMBA.




   Si en una pregunta de trivial me preguntaran el nombre de tres periodistas de Galicia me saldrían a bote pronto tres nombres: Jabois, Tallón y Camba. El más joven y moderno; por supuesto Julio Camba.
   Este libro lo vi en una mesa junto a otro montón de muchos otros en la Casa del Libro. Autores de prestigio, ediciones de prestigio, encuadernaciones de prestigio, todo a precio de saldo. Algo bueno tenía que tener la aborregación de la sociedad junto con la crisis. Es el tercer libro de recopilaciones que leo de este finísimo y sarcástico periodista todo terreno. Qué suerte tuvieron sus contemporáneos de leerlo en caliente.
  El libro, preciosamente encuadernado en tapa dura por ediciones Luca de Tena, tiene varias introducciones. De González Ruano, de Almudena Revilla y de Alberto Guillén. Tienen todos los artículos aquí reunidos el hilo conductor de lo que significa ser español. Casi nada. “La fórmula substancial del genio popular español: individualista y autoritario”. Giménez-Caballero. Según todos ellos Camba era un hombre solitario al que apenas le gustaba salir por ahí o hablar con la gente, pero con sus artículos abarcaba el mundo entero. Julio Camba era un milagro en esta España dolorida, (guerras, fusilamientos…) y dolorosa: “Camba, en su desamor desconcertante, ni siquiera hablaba mal de ninguno”. Y era capaz de hacer artículos buenísimos del diario de sesiones del Congreso, arenosas como en un desierto, las sesiones.
  Como decía, Camba puede ser sarcástico e irónico pero también dentro de esa costra dura había un alma sensible. Sólo así podía meterse en la piel de todas las capas de la sociedad que le tocó vivir.
  Él escribió lo que tantas veces se me ha ocurrido: “¿qué lector se dispondría a leer un relato que comience diciendo: “Aquí no ha pasado nada; esto ha estado muy aburrido?”.
  Como todos los grandes, es capaz de entresacar, de meter buenas citas en los lugares adecuados. Como esta de Anatole France, escritor al que nombra de vez en cuando: “El catolicismo es la forma más elegante de la indiferencia religiosa”.
  Cuando uno lee “Melilla y Santiago, una entrevista con un Apóstol guerrero” que yo he subtitulado “colonias sí o colonias no”, se le cae a uno el alma a los pies. “¿La civilización consiste en echar a los moros de su casa y quedarse con sus bienes?”. Aquí cabrían unos puntos suspensivos de oro.
  Y un párrafo imposible de publicar en la actualidad sin provocar un terremoto de twits y demandas podría ser éste:
  “…el gran símbolo de la justicia humana es la dinamita: la dinamita, que destruye y purifica los corazones por medio del terror. Un gran filósofo cristiano, el escritor inglés G.K. Chesterton, a quien no conoce en España ni Andrés González Blanco, dice que la dinamita es lo mismo que el pensamiento. ‘El pensamiento obra porque se expande, y obra destruyendo. La dinamita, también. Una bomba de dinamita es como el cerebro de un hombre sabio y justo’. ‘El hombre sabio y justo –dice a su vez France- no puede hacer más que una cosa buena. Debe reunir bastante cantidad de dinamita para hacer saltar todo el planeta, y cuando el mundo haya sido esparcido en fragmentos dentro de la inmensidad, se la habrá dado una pequeña satisfacción a la conciencia universal, que, por otro lado, yo creo que no existe’”. Genial.
  O la crítica feroz contra la literatura española: “La literatura española, en efecto, no es más que una serie de enfermedades, debidas, generalmente, a trastornos sexuales o a defectos de nutrición”. “…era una causa muy fácil de comprender: esos muchachos nunca habían tenido talento. Lo que habían tenido era hambre”. Y el broche de oro: “Pero hay algo peor aún en nuestra literatura: los aprensivos, esto es, los enfermos de enfermedades imaginarias, que, siendo perfectamente tontos, se creen atacados de genialidad…”.

  Y para terminar un párrafo con el que me he reído de lo lindo porque se podría haber escrito esta mañana en cualquier diario prestigioso, ya que estamos, hablando de prestigio: “En el periodismo polémico –dice Jouvenel- no hay que andarse con remilgos. ¿Que Tartempion no ha pagado todavía esta semana la nota de su lavandera? Pues no vaciléis en llamarle Tartempion el ladrón. ¿Que el desdichado vive pobremente en una buhardilla? Pues afirmad que se oculta en una madriguera”. ¿No se viene a la mente cosillas de este mismo verano de navajazos políticos?
  ¿No es este hombre un amor?

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