Cuando un soldado ve a un enemigo a través de
su mirilla ve a otro ser humano en ese preciso momento de su vida; sin más
referencia. Sin conocerlo le odia porque está convencido que es el culpable de
que su compañero haya muerto o de que los sufrimientos, sus pesadillas, se
deban a él. Ese mismo soldado visto por su madre es completamente distinto.
Para esa madre ese soldado es también el niño recién nacido, el niño de sus
primeros pasos, el joven que trajo a casa a su primera novia, el soldado que se
despidió de ella apenas unas semanas o meses atrás. Son dos visiones de una
misma realidad. Dos visiones inencontrables, antagónicas.
En la historia de la humanidad las guerras
han sido narradas por los grandes protagonistas. Estrategias, batallas,
conquistas, crónicas en las que los muertos, muchos o pocos, estaban
maquillados con cifras. Alexiévich va a ver a los que sufrieron aquella guerra
terrible, a los que se fueron, los soldados, y también a los que se quedaron:
madres, médicos, novias, enfermeras, tullidos, viudas, niños. 10 años de guerra
en una geografía imposible, en la misma que década y media después iba a morir el protagonista del anterior libro
leído.
Los muertos volvían a casa en ataúdes de zinc
para ocultar un olor que a veces se escapaba.
En alguna parte del libro se dice que para
representar la realidad de un hombre habría que grabarlo desde su nacimiento y hasta
su muerte. La autora se entrevista con los que voluntariamente han decidido
hablar con ella. Graba sus intervenciones y con todo ese material realiza un
libro que es ya también, formado con fragmentos de mosaico, una obra de arte. Y
al final la llevan a juicio, los mismos que hablaron libremente con ella. No
soportaron que sus hijos murieran otra vez. Porque les puso un espejo. Salieron
las mentiras oficiales a navegar por las cloacas de la casi desahuciada sociedad
soviética.
“No hace falta inventarse nada. Hay
fragmentos de grandes libros en todas partes. En cada persona”.
“¿Acaso quedará en la Historia? Eso es a lo
que yo me dedico desesperadamente (libro tras libro): a disminuir la historia
hasta que toma una dimensión humana”.
Como en toda controversia, siempre es que la
verdad está repartida en parte quizá desiguales. Cómo no verlo. “La salida
legal a este conflicto la encontrará el jurado. Pero debe haber una salida
humana que consiste en que las madres siempre tienen razón en su amor hacia sus
hijos; los escritores siempre están en su derecho a contar la verdad; los
soldados siempre tienen razón mientras los vivos defienden a los muertos”. Otro
libro duro de esta magnífica observadora de su tiempo; en tiempos duros.
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