lunes, 12 de septiembre de 2016

SVETLANA ALEXIÉVICH. LOS MUCHACHOS DE ZINC.




  Cuando un soldado ve a un enemigo a través de su mirilla ve a otro ser humano en ese preciso momento de su vida; sin más referencia. Sin conocerlo le odia porque está convencido que es el culpable de que su compañero haya muerto o de que los sufrimientos, sus pesadillas, se deban a él. Ese mismo soldado visto por su madre es completamente distinto. Para esa madre ese soldado es también el niño recién nacido, el niño de sus primeros pasos, el joven que trajo a casa a su primera novia, el soldado que se despidió de ella apenas unas semanas o meses atrás. Son dos visiones de una misma realidad. Dos visiones inencontrables, antagónicas.
  En la historia de la humanidad las guerras han sido narradas por los grandes protagonistas. Estrategias, batallas, conquistas, crónicas en las que los muertos, muchos o pocos, estaban maquillados con cifras. Alexiévich va a ver a los que sufrieron aquella guerra terrible, a los que se fueron, los soldados, y también a los que se quedaron: madres, médicos, novias, enfermeras, tullidos, viudas, niños. 10 años de guerra en una geografía imposible, en la misma que década y media después iba a  morir el protagonista del anterior libro leído.
  Los muertos volvían a casa en ataúdes de zinc para ocultar un olor que a veces se escapaba.
  En alguna parte del libro se dice que para representar la realidad de un hombre habría que grabarlo desde su nacimiento y hasta su muerte. La autora se entrevista con los que voluntariamente han decidido hablar con ella. Graba sus intervenciones y con todo ese material realiza un libro que es ya también, formado con fragmentos de mosaico, una obra de arte. Y al final la llevan a juicio, los mismos que hablaron libremente con ella. No soportaron que sus hijos murieran otra vez. Porque les puso un espejo. Salieron las mentiras oficiales a navegar por las cloacas de la casi desahuciada sociedad soviética.
  “No hace falta inventarse nada. Hay fragmentos de grandes libros en todas partes. En cada persona”.
  “¿Acaso quedará en la Historia? Eso es a lo que yo me dedico desesperadamente (libro tras libro): a disminuir la historia hasta que toma una dimensión humana”.
  Como en toda controversia, siempre es que la verdad está repartida en parte quizá desiguales. Cómo no verlo. “La salida legal a este conflicto la encontrará el jurado. Pero debe haber una salida humana que consiste en que las madres siempre tienen razón en su amor hacia sus hijos; los escritores siempre están en su derecho a contar la verdad; los soldados siempre tienen razón mientras los vivos defienden a los muertos”. Otro libro duro de esta magnífica observadora de su tiempo; en tiempos duros.

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