lunes, 29 de octubre de 2018

Bloody Miami. Tom Wolfe.



Todavía puedo recordar perfectamente cuándo leí La Hoguera de las Vanidades, el año que la editaron en español, 1987. Estaba a punto de independizarme y estábamos buscando el piso donde vivir. El libro lo llevaba de un sitio para otro, pero tengo la imagen de estar concentrado en casa de mi tía, en una habitación donde entraba la luz del sol y donde no había nadie, en contra de lo que pasaba en mi propia casa, que me molestara. La historia es la del hundimiento de un amo del universo debido al atropello de un afroamericano. Era como ver una película a máxima resolución, una película con un guión único, redondo, interesante. Podías ver el brillo de las joyas, de los relojes, del carmín de las mujeres atractivas, el perfume de los personajes privilegiados. Jóvenes a los que una orden dada en la bolsa de Nueva York hacía ganar cientos de millones de dólares. Me gustó mucho. Pero nunca volví a leer un libro de Wolfe.
  El tema de esta novela del año 2012, un policía de origen cubano, la ciudad de Miami, los neones de los edificios art decó, las fiestas, un psiquiatra experto en enfermos de porno, o en los que se dejan la pilila desollada de tanto masturbarse, mafiosos rusos, amantes, locales de fiesta; todo eso que tanto me gusta, hizo que la leyera, pero la decepción ha sido tan grande que no creo que vuelva a leer nada suyo. Una decepción como cuando vuelves al lugar que recordabas de niño y ves más pequeño y feo de lo que recordabas. Un porrón de páginas de páginas apretadas que se me caían de las manos, una torrentera de palabras y palabras para describir una escena anodina, una pérdida de tiempo en definitiva.
  Es como una de las tantas series de televisión que resultan descoloridas, faltas de ritmo narrativo, en las que el espectador se pierde y no sabe por dónde van los tiros. Personajes predecibles, llenos de rasgos en caricatura, lugares comunes, una trama con una absoluta falta de interés.
  Por eso he necesitado enseguida, para curarme de un leguaje tan descolorido, echarme algo con poder narrativo, expresiones llenas de sabiduría lingüística, un español como de los que quedan pocos, un clásico en vida, mi querido Trapiello y su octavo diario que leo, me hacía falta.  

martes, 16 de octubre de 2018

La democracia en América I y II. ALEXIS DE TOCQUEVILLE.

  Democracia en América, de Tocqueville. Uno debe tenerlo todo hecho llamándose así. Leí un párrafo a mi hija. Dijo que cómo puedo leer algo tan aburrido, “arenoso” ha dicho. Nada más alejado de la realidad. Es un texto apasionante. Y más cuando vamos llegando al final, cuando habla de las razas que han habitado y habitan –unos más que otros- en el continente, blancos, indios y negros.
  Tengo dos razones por las que me dio por leer este clásico de la política y la literatura: encontré en la basura  de mi casa, junto con un montón de libros más, la segunda parte, así que debía tener la primera, y la segunda razón es porque hace unos meses, no, hace 3 AÑOS!! escuché una deliciosa conferencia en la Juan March sobre este autor francés y su maravilloso viaje. Eduardo Nolla era el ponente y uno no podía dejar de admirar el poder de este profesor para poner los dientes largos a los escuchantes. Imaginemos un par de jóvenes que en la flor de la edad, veintitantos tanto Tocqueville como Beaumont, se marchan desde Francia a Norteamérica en 1831 sin pegas de dinero –nada más terminar el viaje heredaría de su madre un castillo de la familia y grandes extensiones de tierra- y con todo el tiempo del mundo para estudiar el sistema penitenciario. Dos años tardaron. Viajaron por muchos estados y estudiaron no sólo esto sino también la forma en la que se organizaba políticamente y socialmente la joven nación.
  Es verdad que en ocasiones, pocas, el texto resulta un poco de más técnico, hablando en jerga jurídica y legal, pero la mayoría de las veces es ameno y contiene impagables observaciones.
  “A medida que se ensanchan los límites de los derechos electorales, se siente la necesidad de ampliarlos aún más, ya que cada nueva concesión aumentan las fuerzas de la democracia y sus exigencias crecen con el nuevo poder”.
  “Los legisladores americanos no muestran gran confianza en la honradez humana, pero siempre suponen inteligente al hombre. Por lo tanto, para la ejecución de las leyes suelen apoyarse en el interés personal”.
  “En Europa, el criminal es un desgraciado que lucha por ocultarse de los agentes del poder; la población presencia esta lucha, como si dijéramos. En América es un enemigo del género humano y tiene en su contra a la humanidad entera”.
  “Los ingleses, después de haber cortado la cabeza a uno de sus reyes y expulsado a otro del trono, aún se ponían de rodillas para hablar con sucesores de estos príncipes”.
  “Los gobiernos, en general, sólo tienen dos medios de vencer la resistencia que les oponen los gobernados: la fuerza material que encuentran en sí mismos, y la fuerza moral que les prestan las sentencias de los tribunales”.
  “El gran objeto de la justicia es el de sustituir la idea de la violencia por la idea del derecho, colocar intermediarios entre el gobierno y el empleo de la fuerza material”.
  “… es una esencia de que el único medio de neutralizar los efectos de los periódicos es multiplicar su número. Parece mentira que una verdad tan evidente no se haya divulgado aún entre nosotros”.
  “Cuando un Estado está amenazado por grandes peligros, se ve a menudo al pueblo elegir con acierto a los ciudadanos más idóneos para salvarlo”.
  “La verdadera ventaja de la democracia no es, como se ha dicho, la de favorecer la prosperidad de todos, sino únicamente la de servir al bienestar de la mayoría”.
  “… en América no hay proletarios. Dado que cada uno tiene un bien particular que defender, todos reconocen en principio el derecho de propiedad”.
  En los Estados Unidos casi no hay cuestión política que no se convierta, tarde o temprano, en cuestión judicial”.
“… cuando la religión pretende apoyarse en los intereses de este mundo, se vuelve casi tan frágil como todos los poderes de la tierra. Sola, puede esperar la inmortalidad; aliada con poderes efímeros, se une a su destino y con frecuencia cae junto con las fugaces pasiones que los sostienen”.
  Me ha gustado especialmente, hacia el final de la primera parte, cuando se habla de las tres razas. Los colonos llevaban al ejército delante, arrastrando a los indios hacia el oeste mientras ellos establecían las plantaciones o las explotaciones mineras. Describe una escena en la que un grupo de familias indígenas, con hombres mujeres y niños, cansados, derrotados, se disponen a cruzar el río Misisipi. Llevaban rifles, sacos con sus cosas, perros. Nadie llora, nadie se queja, todos saben que no volverán a la tierra que los vio nacer.
  En la segunda parte se habla de manera más genérica de la igualdad que otorga la democracia en contraposición a la aristocracia. Era consciente que el mundo estaba cambiando. “Desde hace cincuenta años Europa ha sufrido muchas revoluciones y contrarrevoluciones que la han conmovido en sentidos contrarios, Pero todos esos movimientos se parecen en un punto: todos han quebrantado o destruido los poderes secundarios. Privilegios locales que la nación francesa no había abolido en los países ocupados por ella, acabaron por sucumbir a los esfuerzos de los príncipes que la han vencido”.
  Acaba con un deseo o una premonición. A uno le entra el vértigo al saber lo que le esperaba al mundo; el último párrafo: Las naciones de nuestros días no pueden impedir la igualdad de condiciones en su seno; pero de ellas depende que la igualdad las lleve a la servidumbre o a la libertad, a la civilización o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria”.