sábado, 28 de mayo de 2016

LUSITANIA. ERIK LARSON.




  Es verdad que un pintor, un escultor, un arquitecto, un artista, tiene sus materiales y se supone que ha de tener la habilidad para utilizarlos: un lienzo, buenas pinturas, buenos pinceles, y que de todo eso puede salir una obra de arte valiosa o prescindible. Larson tenía materiales: cartas, cables de la guerra, memorias, museos, libros, y podía haber salido un libro bueno o no tan bueno. Éste es fabuloso. El lector sabe lo que va a pasar, sabe la fecha exacta del desastre y sabe que, a día de hoy, todos sus protagonistas, por una u otra razón, están muertos. Sin embargo, el interés, la intriga que es capaz de transmitir, se podría comparar con lo mejor de la novela negra, o simplemente de la buena novela.
  Fuera de lo que es el relato lineal de los acontecimientos, el autor también nos ilustra sobre los transportes marítimos de la época. El mundo claustrofóbico de los submarinos, que acababan de comenzar su carrera mortal, el mundo de los grandes transatlánticos, los primeros ataques a pasajeros indefensos, la crueldad gratuita de la guerra. Pero a quién podía estremecer el hundimiento de un mercante con algunas decenas o centenas de pasajeros si en los campos de Europa miles de jóvenes morían cada día triturados por las bombas y sepultados en barro.
  El Lusitania salió de Nueva York el 1 de mayo de 1915. Es decir, ha hecho recientemente 101 años de aquello. Justo a la hora del almuerzo del día 7 de mayo, a pocas millas de las costas de Irlanda, un torpedo lanzado por un submarino alemán, el U-20, daba en el blanco. En veinte minutos uno de los barcos más grandes y modernos del momento se hundía matando a más de un millar de pasajeros y dejando al borde de la hipotermia al resto.
  El libro se podría resumir diciendo que es el encuentro en el espacio y el tiempo de dos historias: la de las embarcaciones, sus capitanes y sus acompañantes. Las bazas que tenía el Lusitania para acabar como acabó eran más bien escasas. Se consideraba que la velocidad que lograba alcanzar lo hacía inmune al ataque de un submarino, pero se dieron todas las circunstancias para que todo saliera mal. Al llegar a la zona de peligro los barcos solían navegar en zigzag. Uno de los cambios de rumbo le vino de perillas al submarino que no se lo podía creer. Mal para los miles de pasajeros del trasatlántico. Porque lo que uno puede apreciar, al igual que en los documentales de la naturaleza salvaje, es de que todos, los leones y sus presas, tienen sus razones. Alemania, independientemente de sus motivaciones, estaba también sufriendo un bloqueo naval y su decisión fue llevar uno aún más férreo a las costas para equilibrar el asunto. El resultado: guerra total y sin miramientos. Pero aún muchos dudaban de que la marina germana fuera capaz de atacar a una embarcación llena de hombre, mujeres, niños e incluso bebés y muchos de ellos norteamericanos.
  En resumen, este hecho fue uno de los muchos que precipitaron a la nación estadounidense a unirse a los aliados; eso sí, dos años después y después de haber hundido varios barcos más. La duda es: ¿Fue una torpeza de los alemanes o fue un acierto de los servicios secretos británicos? El autor, como los buenos, lo deja en el aire, y se fía del buen criterio de sus lectores. Yo, al menos, siempre se lo agradeceré y puedo decir que es una de las lecturas más amenas que he hecho en los últimos años. Aparte de estar editado con un cuidado exquisito: Editorial Ariel. Pasta dura y sobrecubierta con letras en relieve. La fotografía de la imponente proa y sus características cuatro chimeneas… A p a s i o n a n t e.

lunes, 23 de mayo de 2016

DIARIOS. 1887-1910. JULES RENARD.




No sé porqué he sabido de la existencia de este autor. Hasta ahora no sabía que era el escritor de una novela famosa y de prestigio: Pelo de zanahoria. Sabía que lo leía Pla, y, como se dice en el prólogo, Gómez de la Serna se dejó “influenciar” por él; también lo leyó Sartre.
  La verdad es que a pocas semanas de haber leído las Greguerías sí que se aprecia una claro influjo. Pero es como los buenos vinos: si te tapan los ojos no sabes cuál es el uno y cuál el otro. He rodeado con una galleta, al igual que en el libro de De la Serna, las frases que más me han gustado.

1887. “El talento es cuestión de cantidad. El talento no se demuestra escribiendo una página, sino escribiendo trescientas. No hay novela que una inteligencia mediana no pueda concebir, ni frase tan hermosa que no la pueda construir un principiante. Pero hay que empuñar la pluma, preparar el papel, ir llenándolo pacientemente. Los fuertes no dudan. Se sientan a la mesa, dispuestos a sudar. Llegarán al final. Acabarán la tinta, gastarán el papel. Esta es la única diferencia entre los hombres de talento y los cobardes que nunca empezarán. En literatura solo existen lo bueyes. Los genios son los más gordos, los que penan dieciocho horas al día de forma infatigable. La gloria es un esfuerzo constante”.

1894. 7  de abril.
  “Para matar las moscas, desnudarse y untarse con pegamento líquido, mezclado con un poco de miel o salpimentado de azúcar, y pasearse por la habitación. Las moscas vuelan a pegarse a la piel. Las coges a manos llenas. Un procedimiento carente de elegancia, pero infalible”.
16 de mayo.
  “No basta con ser feliz: además es necesario que los demás no lo sean”.
“Quiero tener un año excepcional, y empiezo levantándome tarde, almorzando demasiado y durmiéndome en un sillón hasta las tres”.
12 de agosto. “La posteridad pertenece a los escritores secos, a los estreñidos”.
  Uno que me atañe personalmente: “Por fin soy calvo. ¡Mejor así! ¿De qué me servían los cabellos? No eran un adrono, y me dejaban a merced de ese ser innoble, el peluquero, que me escupía su desprecio a la cara, o me acariciaba como una amante, o me daba palmadas en la mejilla como un sacerdote”.
  Esta entrada fue la primera que leí mientras lo ojeaba: me hizo gracia, quizá la que más: 27 de octubre. “Mientras me está hablando, se le escapa hacia mí un salivazo enorme, casi un escupitajo. No me seco. Ni pienso secarlo. Me vengo no secándolo, y tiene que seguir hablando conmigo, con la vista clavada en ese salivazo que puede evitar: hay algo entre nosotros”.

  Y éste: cuántas veces lo he leído en variadas versiones: una condición humana: no ser feliz.
  “El escritor alegre. He trabajado bien, y estoy contento de mi trabajo. Dejo la pluma, porque anochece. Ensueños en el crepúsculo. Mi mujer y mis hijos están en la habitación contigua, llenos de vida. Tengo buena salud, éxito, dinero suficiente, no demasiado.
  ¡Dios mío, qué infeliz soy!”
 
  Ésta, se la recité tontamente a mi mujer:
10 de noviembre: “Amo, amo, ciertamente amo, y creo amar profundamente a mi mujer, pero de todo lo que dicen los grandes amantes –Don Juan, Rodrigo, Ruy Blas- no hay una sola palabra que pudiera decirle a mi mujer sin echarme a reír”.
  Cuántas veces he pensado esto de los “ilustrados”:
 2 de diciembre. “Su éxito le permite decir con autoridad, con un aire profundo, cosas absolutamente insignificantes”.
“El pájaro enjaulado no sabe que no sabe volar”.
Otro tratado de urgencia sobre el aburrimiento: “La vida es corta, y aún así nos aburrimos”.
  ¡Cómo lo entiendo!
14 de septiembre. “Se acuestan con Dios el domingo, y lo engañan toda la semana”.
  “La religión es la excusa para su pereza mental. Les da una explicación del universo ya hecha, aunque mediocre. Y ellas se guardan mucho de buscar otra, primero porque son incapaces de buscar, y luego porque les da igual”.
  ¡Cómo sigo entendiéndolo!
13 de febrero: “La juventud es la ignorancia, y ahora sé, mejor que a los veinte años, que no sé nada”.
  La ausencia de dolor; cuántas veces he pensado que es una felicidad en sí misma: 3 de febrero: “Todas las mañanas, deberías repetir: Veo, oigo, me muevo, no siento dolor. ¡Gracias! La vida es bella”.

    

lunes, 16 de mayo de 2016

15 de mayo de 2016.



 
 
Vivo y convivo con tres mujeres. Podría haberme dado a la bebida; en cambio me he dado a la lectura. Cada noche me voy a la cama ebrio de papel, con la conciencia un poco afectada, como si hubiera estado de parranda.
  Contaminación producida, seguramente, por el exceso de lectura de Diarios.
  En una cena de esta semana. Un amigo, casado, con su mujer presente. Afirma:
-Sólo contemplaría el suicidio si mi mujer faltara-. La frase deja un silencio solemne, grave, como si hubiera descrito la práctica amorosa de la última noche. Es una declaración de amor que hace temblar la mesa.
  Seguimos hablando del “matrimonio”. Defiendo que la pasión, el exceso de amor, es malo para que perdure. Casi todos me lo afean: sin pasión no hay amor; ni matrimonio. Casi todos están separados. Quizá tengan razón, aunque yo pongo encima de la mesa mis veintisiete años juntos. Un matrimonio, defiendo, ha de ser como una empresa. Un objetivo común y tareas compartidas. Un encaje de todos los mecanismos necesarios. La pasión no hace que todo eso funcione; quizá lo dificulte.

viernes, 13 de mayo de 2016

LAS TRAGEDIAS GROTESCAS. PÍO BAROJA.


  Para mí Baroja es a la novela lo que Woody Allen es al cine. No han hecho grandes cumbres, pero sí infinidad de mesetas sublimes, o si queremos, exquisitas. Ésta es la tercera de la trilogía El Pasado.  
  Fausto Bengoa es un tipo ya mayor que se ha trasladado hace poco al margen derecho del Sena. Está casado con Clementina, una mujer que quiere ser de altos vuelos y obliga a su marido, más recatado en su vida social, a aceptar una condecoración de la Reina Isabel II, que está exiliada en París. Eso le hace enemistarse con paisanos republicanos, y alguno incluso lo ridiculiza: “Esas cosas se las suele regalar a los zapateros”. Van desfilando personajes que entran y salen como comparsas. Cómicos son algunos diálogos entorno a los grandes nombres de la literatura; como el que mantiene con un viejo de aspecto enérgico, que echa por tierra a todos y cada uno de los grandes nombres de las letras francesas. A veces uno se imagina al propio Baroja, enfadado y echando pestes de esto y de lo otro.
  En 1871 hubo un estallido social, La Comuna, un intento revolucionario; uno de los tantos que ha habido en Francia en los últimos, digamos, cinco siglos. El final es melodramático. Han detenido a todos sus amigos y los van a ajusticiar. Nanette llora por las esquinas la desgracia de su prometido. La última frase: demoledora. Triste pero con un punto de esperanza:

  «La vida, créelo, Nanette, no acaba nunca... Siempre se está al principio... y al fin».
  Siempre hay que volver a Baroja. Es siempre un placer leer sus frases tan bien hilvanadas. Con sus puntos, sus comas y sus puntos y comas tan bien repartidos. Ese ritmo que parece fácil de imitar y es tan difícil. Ese tono descreído y fatalista que impregna todas sus páginas. Don Pío Baroja, ese querido y gran conocido.



miércoles, 11 de mayo de 2016

EL VATER DE ONETTI. JUAN TALLÓN.




  La novela de Juan Tallón, El váter de Onetti (el váter era un suvenir especial y ¡auténtico! en casa de un amigo) tiene una trama canija, insignificante, pero qué importa. Me encanta la forma de escribir de Juan Tallón. Metaliteratura como la que practica Vila-Matas a quien nombra en multitud de ocasiones. En su traslado a Madrid por motivos de trabajo (lo ficha un ministerio para escribir los discursos), el personaje Tallón, que se llama igual, tiene una pareja de vecinos a los que escucha, a través de las finas paredes, programar un atraco a una sucursal del BBVA. No importa mucho al lector con tal de definir quiénes son sus vecinos con los que coincide en las escaleras o en el bar de enfrente. Hay personajes que pasan por su lado pero importan todavía menos, creo yo. En realidad de lo que nos quiere hablar Tallón es del proceso de escribir una novela, del proceso de que alguien crea en ella y de que al final se convierta en un libro físico que tenga el apoyo necesario para su distribución. Y nos habla de su primera novela escrita en gallego: Una Pregunta Perfecta: El caso Aira-Bolaño; que es una novela que existe en realidad. Juego de realidades y ficciones que está tan de moda.   
  En la novela se habla mucho, como hemos dicho, de libros, de literatura, de autores, citas: “Sigo a rajatabla la pauta de Jean Echenoz, que sostiene que un libro no se escribe para hablar de él, sino para no tener que hablar, sobre todo para no tener que hablar”.
  “En el fondo iba a escribir -aunque no lo supiera- sobre los procesos creativos: no hay que olvidar que la no-escritura es una parte fundamental de la escritura. Es sabido que los autores también escriben cuando no escriben. [Aquí añado “igual que los pintores no dejan nunca de pintar, o al menos no dejan de imaginar motivos para sus cuadros cuando no pintan] El autor está expuesto a diario a docenas de influencias, ajenas a la literatura, pero consustanciales al frenesí de la vida, y que afectan subrepticiamente a su proyecto literario”.
    No faltan tampoco las deliciosas disquisiciones sobre las moscas en literatura, de las que el autor es un verdadero especialista. Y nombra, como sumo sacerdote en la materia, al gigante Monterroso.
 “Se trataba de una revisión de aquella opinión más o menos famosa de Chesterton, que advertía que lo malo de dejar de creer en dios no era que ya no se creyese en nada, sino que se estaba en disposición de creer en cualquier cosa”. Lo que afirma mi teoría de que el ser humano como masa pensante está apenas saliendo de la niñez.
  Estupendo Tallón.