Vivo y convivo con tres mujeres. Podría haberme dado a la bebida; en cambio me he dado a la lectura. Cada noche me voy a la cama ebrio de papel, con la conciencia un poco afectada, como si hubiera estado de parranda.
Contaminación producida, seguramente, por el exceso de lectura de
Diarios.
En una cena de esta semana. Un amigo, casado, con su mujer presente. Afirma:
-Sólo contemplaría el suicidio si mi
mujer faltara-. La frase deja un silencio solemne, grave, como si hubiera
descrito la práctica amorosa de la última noche. Es una declaración de amor que
hace temblar la mesa.
Seguimos hablando del “matrimonio”. Defiendo que la pasión, el exceso de
amor, es malo para que perdure. Casi todos me lo afean: sin pasión no hay amor;
ni matrimonio. Casi todos están separados. Quizá tengan razón, aunque yo pongo
encima de la mesa mis veintisiete años juntos. Un matrimonio, defiendo, ha de
ser como una empresa. Un objetivo común y tareas compartidas. Un encaje de
todos los mecanismos necesarios. La pasión no hace que todo eso funcione; quizá
lo dificulte.
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