Es verdad que un pintor, un
escultor, un arquitecto, un artista, tiene sus materiales y se supone que ha de
tener la habilidad para utilizarlos: un lienzo, buenas pinturas, buenos
pinceles, y que de todo eso puede salir una obra de arte valiosa o
prescindible. Larson tenía materiales: cartas, cables de la guerra, memorias,
museos, libros, y podía haber salido un libro bueno o no tan bueno. Éste es
fabuloso. El lector sabe lo que va a pasar, sabe la fecha exacta del desastre y
sabe que, a día de hoy, todos sus protagonistas, por una u otra razón, están
muertos. Sin embargo, el interés, la intriga que es capaz de transmitir, se
podría comparar con lo mejor de la novela negra, o simplemente de la buena
novela.
Fuera de lo que es el relato lineal de los
acontecimientos, el autor también nos ilustra sobre los transportes marítimos
de la época. El mundo claustrofóbico de los submarinos, que acababan de
comenzar su carrera mortal, el mundo de los grandes transatlánticos, los
primeros ataques a pasajeros indefensos, la crueldad gratuita de la guerra.
Pero a quién podía estremecer el hundimiento de un mercante con algunas decenas
o centenas de pasajeros si en los campos de Europa miles de jóvenes morían cada
día triturados por las bombas y sepultados en barro.
El Lusitania salió de Nueva York el 1 de mayo
de 1915. Es decir, ha hecho recientemente 101 años de aquello. Justo a la hora
del almuerzo del día 7 de mayo, a pocas millas de las costas de Irlanda, un
torpedo lanzado por un submarino alemán, el U-20, daba en el blanco. En veinte
minutos uno de los barcos más grandes y modernos del momento se hundía matando
a más de un millar de pasajeros y dejando al borde de la hipotermia al resto.
El libro se podría resumir diciendo que es el
encuentro en el espacio y el tiempo de dos historias: la de las embarcaciones,
sus capitanes y sus acompañantes. Las bazas que tenía el Lusitania para acabar
como acabó eran más bien escasas. Se consideraba que la velocidad que lograba
alcanzar lo hacía inmune al ataque de un submarino, pero se dieron todas las
circunstancias para que todo saliera mal. Al llegar a la zona de peligro los
barcos solían navegar en zigzag. Uno de los cambios de rumbo le vino de
perillas al submarino que no se lo podía creer. Mal para los miles de pasajeros
del trasatlántico. Porque lo que uno puede apreciar, al igual que en los
documentales de la naturaleza salvaje, es de que todos, los leones y sus
presas, tienen sus razones. Alemania, independientemente de sus motivaciones,
estaba también sufriendo un bloqueo naval y su decisión fue llevar uno aún más
férreo a las costas para equilibrar el asunto. El resultado: guerra total y sin
miramientos. Pero aún muchos dudaban de que la marina germana fuera capaz de
atacar a una embarcación llena de hombre, mujeres, niños e incluso bebés y
muchos de ellos norteamericanos.
En resumen, este hecho fue uno de los muchos
que precipitaron a la nación estadounidense a unirse a los aliados; eso sí, dos
años después y después de haber hundido varios barcos más. La duda es: ¿Fue una
torpeza de los alemanes o fue un acierto de los servicios secretos británicos?
El autor, como los buenos, lo deja en el aire, y se fía del buen criterio de
sus lectores. Yo, al menos, siempre se lo agradeceré y puedo decir que es una
de las lecturas más amenas que he hecho en los últimos años. Aparte de estar
editado con un cuidado exquisito: Editorial Ariel. Pasta dura y sobrecubierta
con letras en relieve. La fotografía de la imponente proa y sus características
cuatro chimeneas… A p a s i o n a n t e.
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