viernes, 13 de mayo de 2016

LAS TRAGEDIAS GROTESCAS. PÍO BAROJA.


  Para mí Baroja es a la novela lo que Woody Allen es al cine. No han hecho grandes cumbres, pero sí infinidad de mesetas sublimes, o si queremos, exquisitas. Ésta es la tercera de la trilogía El Pasado.  
  Fausto Bengoa es un tipo ya mayor que se ha trasladado hace poco al margen derecho del Sena. Está casado con Clementina, una mujer que quiere ser de altos vuelos y obliga a su marido, más recatado en su vida social, a aceptar una condecoración de la Reina Isabel II, que está exiliada en París. Eso le hace enemistarse con paisanos republicanos, y alguno incluso lo ridiculiza: “Esas cosas se las suele regalar a los zapateros”. Van desfilando personajes que entran y salen como comparsas. Cómicos son algunos diálogos entorno a los grandes nombres de la literatura; como el que mantiene con un viejo de aspecto enérgico, que echa por tierra a todos y cada uno de los grandes nombres de las letras francesas. A veces uno se imagina al propio Baroja, enfadado y echando pestes de esto y de lo otro.
  En 1871 hubo un estallido social, La Comuna, un intento revolucionario; uno de los tantos que ha habido en Francia en los últimos, digamos, cinco siglos. El final es melodramático. Han detenido a todos sus amigos y los van a ajusticiar. Nanette llora por las esquinas la desgracia de su prometido. La última frase: demoledora. Triste pero con un punto de esperanza:

  «La vida, créelo, Nanette, no acaba nunca... Siempre se está al principio... y al fin».
  Siempre hay que volver a Baroja. Es siempre un placer leer sus frases tan bien hilvanadas. Con sus puntos, sus comas y sus puntos y comas tan bien repartidos. Ese ritmo que parece fácil de imitar y es tan difícil. Ese tono descreído y fatalista que impregna todas sus páginas. Don Pío Baroja, ese querido y gran conocido.



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