sábado, 22 de junio de 2019

JUAN RAMON JIMENEZ. AUTOBIOGRAFIA Y AUTOCRITICA.



  El pasado diecisiete de mayo, viernes, debía ir yo a Segovia para dejar el coche porque al día siguiente era el señalado para afrontar lo que para unos era la primera etapa hasta Santiago en bici y para otros, como yo, era una etapa sola, con lo cual debíamos buscarnos la vida para volver. A unos les vino a buscar la mujer, otros volvieron con la furgoneta de apoyo y otros, como mi hermano y yo volvimos como he dicho, con el coche que previamente había dejado.
  El día era frío, de los más fríos justo antes de comenzar la primavera. El puerto de Navacerrada estaba envuelto en nubes y hacía viento. El termómetro no pasaba de los tres grados. En la Boca del Asno paré a dar un pequeño paseo y en Valsaín paré a tomar un café porque era el sitio que habíamos de comer al día siguiente, una vez alcanzada la meta. Pero todo esto no tiene la mayor importancia a no ser porque dejé el coche cerca de la estación del AVE y me fui caminando hasta el centro de la ciudad. En poco más de media hora estaba caminando por el comienzo de los arcos enanos del acueducto. Mi intención era visitar las tres o cuatro librerías del centro, comer y luego caminar hasta la estación para coger el tren y llegar a casa.
  Un de las librerías de viejo era muy bonita. Tenía infinidad de tomos antiguos y viejos pero apenas vi nada que pudiera tener interés para mí. Tenía muchos cachivaches colgados del techo así como maletas, calaveras y jarrones repartidos por los muchos muebles. Un hombre mayor estaba sentado al fondo y escuchaba música de Bach pero con ritmos de jazz. Otro se encontraba nada más entrar y estaba sentado en un despacho encima de una tarima, como las clases de colegios antiguos. Me fui un poco desilusionado. Luego entré en otra. Tenía muchos libros pero casi todos eran iguales. Ediciones modernas y previsibles. Al final, casi en la plaza del acueducto,  entré en una librería pequeña que contaba a su vez con una pequeña cafetería. Liberbodega era el nombre. El señor, muy amable, me dejó curiosear. Me preguntó si buscaba algo en especial y le dije, sin ninguna esperanza de encontrarlo si tenía algo de Trapiello o de Cheever, cuyos diarios leía en estos días. No tenía nada y ni siquiera le sonaba el apellido del americano. Cuando ya me iba me animó a que mirara en una cesta de mimbre. No había nada. Pero de pronto vi el lomo finito y raquítico de este librillo. J.R.J. y al ojearlo sentencias, frases cortas y nítidas, aforismos, sabiduría entre los poros. “También el aforismo es obra de un instante. Es un pensamiento esclarecedor, recogido con las palabras imprescindibles”. Pregunté el precio: 4 euros. Me lo llevo. Tan caro debió parecerle que me animó a llevarme otro del montón gratis. No quise así que él mismo se acercó y buscó. Sacó un ejemplar medio muerto del año 1923 de Azorín “El paisaje de España” de la editorial del hermano de Baroja, Rafael Caro. Le pagué –no quiso tomar más que tres euros-, me preguntó cómo me llamaba, hablamos un poco de literatura, aunque él era más de poesía, me deseó suerte, me recomendó dónde comer –acertó de pleno- y me fui de lo más contento a dar cuenta de unos ricos platos en la misma plaza del Azoquejo.
El libro, de apenas cien páginas, dispone de 353 entradas. Se lee rápido pero a veces uno tiene que hacerlo varias veces para entender qué ha querido decir.
  “Para mí, no hay otras razones en la vida (ni en la muerte) que las razones bellas”.
   “No está escrita para ganar concursos ni para halagar a los poderosos, sino para sobrevivir”.
  El niño que fui, ¿No está comido por los gusanos del joven que fui luego? El joven que fui luego ¿por los del hombre que soy?”.
  “Cuando yo era niño y no había visto ponerse el sol en el mar, ¡cómo yo, soñando, veía ponerse el sol en el mar!
  Luego, vi ponerse el sol en el mar, y para verlo bien tuve que acordarme de cuando yo niño, soñando, veía ponerse el sol en el mar”.

miércoles, 12 de junio de 2019

YUVAL HARARI. HOMO DEUS.



   Dije que Homo Sapiens lo compré más barato en El Rastro. Dije que me gustó mucho. Al poco fue mi cumpleaños y mi madre me trajo éste: Homo Deus. ¿Sabía algo sobre mis últimas lecturas? No. Mi padre vio en el contenedor de papeles y cartones un montón de libros tirados. Uno de ellos, el de Harari. No podían los astros haberse puesto más alienados para acertar en un regalo. Ni una marca de uso.
  Leyéndolo he llegado a pensar que madre mía lo que les espera a nuestros descendientes. Por cierto, este autor, joven, salió del armario de la manera más natural, y además en Jerusalén.  Estamos dejando de ser Homo Sapiens –unos más deprisa que otros- para ser otra especie, súper conectada, teledirigida. Todo, el estudio, la religión, la política, la medicina, la música, todo, va a depender del internet total y los humanos van a pasar a ser un eslabón más de todo eso. Ya casi lo somos. Me ha llamado la atención una cosa que cuenta. Cuando llegamos a América los indígenas estaban muy contentos porque nos daban oro y ellos recibían piedras preciosas. Ahora lo más importante, lo más valioso, son nuestros datos y los damos a cambio de un correo electrónico y poder ver gatitos en el youtube.
“El día del orgullo gay en las calles de Jerusalén: Es un día único de armonía en esta ciudad asediada por los conflictos, porque es la única ocasión en que los judíos, los musulmanes y los cristianos religiosos encuentran de repente una causa común: todos se enfurecen a la vez contra el desfile gay”.  
  Este es de los libros que dan para tener más de dos y tres conversaciones; anécdotas para contar, experimentos que pueden verse en la red, risas por hacernos ver cómo somos: somos como los monos, unos más que otros. El caso de ese experimento que nos viene a reflejar en el espejo: Un investigador, dos monos en una jaula separados por un panel transparente. Los habían enseñado que si les daban al humano una piedra, recibirían un trozo de pepino. Les gusta mucho. Todo va sobre ruedas hasta que al de la derecha le da una uva; les gusta mucho más. El mono del pepino, viendo la injusticia y al recibir de nuevo un trozo de pepino, sacó la mano por un hueco y se lo lanzó al humano, muy enfadado. Somos igual.
  Habla de muchísimos aspectos del ser humano, como en el otro libro, pero en este se incide sobre lo que nos espera. Y no está claro que sea mejor ni peor. El caso es que va a ser apasionante: cuánto me hubiera gustado nacer mucho después.
  “El crédito es la manifestación económica de la confianza”.
Un libro de divulgación maravilloso. Siempre que he ido a una librería alguien tenía en las manos alguno de los tres que tiene en el mercado. Debe estar haciéndose rico: me alegro por él. Lo vale.

miércoles, 5 de junio de 2019

RAMON J. SENDER. CRONICA DEL ALBA.



   Con este autor he tenido una experiencia amarga a lo largo de los libros que he leído de él. Me gustaron muchísimo los primeros pero cada vez que me hago con uno me parece peor. Siempre atendiendo a la visión subjetiva de uno mismo, por supuesto. En la contraportada de esta edición de Alianza dice que es la “cima de la labor creadora”. Dice que es un prodigioso edificio literario a la vez que un valioso testimonio sobre la España de la primera mitad del siglo XX. A mí no me ha gustado. Ya me lo imaginaba cuando supe que era el protagonista un niño. Qué poquitas veces me ha gustado algo visto desde la altura enana de un niño; no sé porqué. Si acaso algo de Hermann Hesse y poco más. Nunca Las Cenizas de Ángela que me parecieron como un catálogo de noticias desastrosas del telediario de Telecinco.
  La obra es claramente autobiográfica sabiendo que eso no existe y menos cuando uno le da una forma novelesca. Utiliza en cambio el truco de que quien le cuenta la historia es un oficial de la República en el campo de refugiados de Arlés. Le deja un enorme manuscrito y luego se muere. Otra de las protagonistas es Valentina, cuya actriz en la película ha muerto hace poco, no demasiado mayor. Como yo más o menos.
  Es novela novela. No he subrayado ni una línea. Eso es malo en un libro mío. Siempre encuentro algo: una reflexión acertada, una escena escabrosa, un dicho lleno de ingenio. Pero nada, no he encontrado nada. Una novela de iniciación en el que el hombrecito va descubriendo el mundo y los mayores se lo ponen difícil. Quizá sea una novela para leerla muy joven. Estilo El Jarama de Ferlosio o Edad Prohibida de Luca de Tena.
  Es una pena porque Sénder siempre había sido sinónimo de divertimento, calidad y satisfacción. Ni que decir tiene que no voy a leer los siguientes dos volúmenes que contienen las siguientes seis novelas que la continúan. Esperaré a alguna cosa sobre reportajes, o, esta vez sí, crónicas, etc.
  Seguimos.