lunes, 31 de agosto de 2020

HECTOR ABAD FACIOLINCE. LO QUE FUE PRESENTE. DIARIOS 1985-2006.



  No podía dejar de leer estos diarios después de leer el libro sobre su padre. Normalmente dispongo de una cierta disciplina en cuanto a qué leer a continuación. Pero éste recién comprado se ha saltado todas las baldas. Y me he alegrado. Es el complemento perfecto si acabas de leer El Olvido que seremos. De hecho creo que mucho material le ha servido para su inolvidable libro.
  Como dije, compré este libro en la librería Visor. Hasta hace poco tenían ejemplares en cualquier librería al alcance de la mano, en los stands más atractivos. Pero poco a poco, empujados por las novedades, van subiendo en altura hasta que desaparecen. Era el miedo que tenía, que les pasara como a los diarios de tantos otros. Por ejemplo lo que me está costando encontrar los de Miguel Torga.
  Una de las cosas que más me ha llamado la atención es la valentía de Héctor. Siempre he creído que para ser escritor profesional tienes que ser un valiente, importarte poco el daño que se vaya a hacer a quien sea, ya sean estos tus propios padres o hermanos o a tu mujer, a tus hijos o a tus amantes en caso de tenerlas.
  Tiene seiscientas y poco de páginas pero se leen enseguida. He tardado poco más de una semana, con verdaderos atracones en ocasiones, cuando he tenido tiempo, y siempre con gusto. Ya es, como decía, y ahora más, como de la familia. Conozco el nombre y las relaciones con su ex mujer, Irene (tan parecida en su forma de ser a la mía; tanto que estaba tentado de juntar toda palabra referida a ella a modo de biografía emocional, pero desistí, por si eso), con sus amantes, si le gustaba o no hacer el amor con ellas; he sabido del amor por su familia; por su amado padre, por sus hermanas, por sus hijos que se fueron a vivir lejos, sus viajes por el mundo. Las hojas son muchas pero yo habría metido más, es decir no me hubiera importado haber leído doscientas o trescientas más. Que se hubiera demorado más en ciertas descripciones que me parecieron cortas. Por ejemplo cuando cuenta en su estancia en la Habana el encuentro con el escritor Pedro Juan Gutiérrez del que he leído algunos libros suyos divertidísimos y llenos de sexo y de vida. Apenas dice nada más que la lectura de estos mismos libros excitaba a cierta mujer, Lily. Decir esto, que un lector diga de un libro que le hubiera gustado leer más, debe ser considerado todo un elogio.
  Como siempre, libro llama a otro libro. Me he apuntado –ya lo tenía por el de Zewig- el Omoblov de Goncharov y la autobiografía de Amos Oz. Pronto estarán en estas baldas de salida. Algo, lo que sea, de Manuel Puig, del que tengo, de manera imperdonable, cero libros.
  Me he reconocido en muchas de sus reflexiones: "Yo quiero ser como Aguirre, quiero no necesitar nada. Ser como dice él que era Diógenes, el cínico, que paseándose por el mercado de Atenas dijo lo siguiente: “¡Cuántas cosas hay que yo no necesito!”. Tal cual, pero debo excluir a los libros. Siempre me parecen pocos los que me llevo.
  Le he puesto un asterisco hermoso a cada entrada que me ha gustado. Sería absurdo apuntarlos aquí todos porque se alargaría mucho. Sólo unos pocos: “El amor correspondido es el único amor que se siente verdaderamente. A su lado todos los otros amores son pequeños. Tal vez porque tenemos un recuerdo más vivo del sufrimiento que de la felicidad”. Qué certeza.
  “En el mismo instante en el que el semen atravesaba el orificio de su miembro, en ese mismo segundo, se le vino encima, intacto e implacable como un guillotinazo, todo el peso del remordimiento. Y sintió de inmediato ese olor a veces áspero del sexo, y se apartó con repugnancia de ese cuerpo que horas, minutos y segundos antes le parecía aún el bocado más dulce y apetecible”. Un ejemplo de algo valiente, sincero, doloroso. ¿Habrán leído estas líneas otras personas cercanas aparte de su familia, obviamente? Nunca podría yo hacerlo. Por eso nunca me lo planteé ni siquiera como una lejana posibilidad.
  “¿Y si algún día este diario fuera algo interesante para alguien? No, es solo para mí”. 
  Ahí te has equivocado, querido Héctor.
 

martes, 25 de agosto de 2020

HECTOR ABAD FACIOLINCE. El olvido que seremos.



  Es curiosa la concatenación de hechos que nos llevan a un autor del que apenas conocíamos nada. Un día leo una entrevista a Fernando Trueba. Adoro a cada miembro de esa familia, al menos a los conocidos. Trata sobre la película que acaba de realizar inspirada en este libro. Me lo apunto en la cabeza como una de las obsesiones recurrentes en cuanto a libros. Tengo que hacer unas gestiones en Moncloa y al salir decido ir por una calle paralela a Princesa y veo una librería extraña y desconocida para mí. La regentan dos abuelas amables. Se llama librería solidaria. La gente dona sus libros y ellas los venden baratos, y con lo que sacan, ayudan a otros. Me encanta la idea y veo que tiene libros interesantes. Me voy al principio. Abad. Siempre el primero de la fila en cualquier lista alfabética. Y ahí está, en la edición de 2007 de Seix Barral, a dos euros. Buen estado aunque algo amarillento el canto como todos los libros blancos de S.B. Compro este y dos más. Seis euros en total. Les doy diez y aun así me voy con la sensación de que las he estafado. Tan eufórico estoy que me voy a la Visor que está cerca y me compro sus diarios recientemente editados. Y… Abad Faciolince es ya como de la familia.
  Tengo verdadera adoración hacia cualquier escritor que sea capaz de sacarme una risa o un llanto. Una mañana estaba solo en el patio, escuchando música de Chopin interpretada por Baremboim y leyendo el capítulo sobre la muerte de su hermana Marta. Y he lloré a gusto, sin tener que disimular delante de nadie, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano. Quizá –seguro- me pilló blandito, con las defensas bajas pero, qué porra, se queda uno, eso, tan a gusto. Es tan efectivo, tan contenido a la vez, que es como si hubiera asistido a una desgracia familiar propia y -ahí el milagro- en tiempo presente. Nada más acabar me enfrasco en sus Diarios y dejo aparcados todos los demás.  
  A su padre, médico y activista por los derechos humanos y contra la pobreza y el atraso, es asesinado por, al parecer, la derecha (paramilitares, reaccionarios, sicarios...) en Medellín, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Este libro es un homenaje a su vida y a su muerte. Pero es mucho más. La desgarradora muerte de su hermana por cáncer, sus intentos por hacerse escritor. Ahora sé que utilizó las notas de este diario que ahora leo para componer su libro. Y el prestigio, el triunfo han sido implacables. Como dijo Robert Graves: “El emperador Claudio me dio fama y dinero y yo lo saqué a él del olvido”. Pues él lo mismo.
  “Porque todos los felices, para los comunistas, eran en esencia reaccionarios, debido a que lo eran en medio de infelices y desposeídos”. A su papá, como lo llama él, lo persiguieron por izquierdista y luego por reaccionario como vemos.
  Apenas he subrayado párrafos sobrecogido por el dolor tremendo pero en las páginas de la agonía de su hermana he escrito como un grito “¡El horror!” como en la película del Apocalypsis Now. “Yo ya debía haber entendido que nuestra felicidad está siempre en un equilibrio peligroso, inestable, a punto de resbalar por un precipicio de desolación”.
  Cuando he quitado el forro con el que cuido el libro que leo he descubierto que la fotografía es -era- su hermana Marta de la vida real. La violinista. La que sufrió una agonía sin apenas una queja. Dieciséis años. Y la muerte absurda de un buen hombre.
  Que viva Abad Faciolince y Abad Gómez, su padre, y toda su estirpe.

jueves, 20 de agosto de 2020

DIARIOS 1932-1987. MIGUEL TORGA.


 
  A este escritor –siempre seguimos a un escritor porque nos lo recomendaron de palabra o por escrito en algún libro- quise leerlo porque en el diario de Rafael García Maldonado que leí no hace mucho, se hablaba con entusiasmo de él y de los diarios. Me puse a buscarlo y enseguida supe que me iba a costar. En algunos sitios lo tenían de segunda mano pero no eran baratos y encima uno no sabía en qué condiciones estarían así que lo busqué en librerías nuevas. Después de varios intentos lo encuentro en la preciosa librería Babel de Palma de Mallorca y en la Lagún, de San Sebastián; en las demás, nada de nada. Llamé a Mallorca. Me dijeron que acababan de vender el único ejemplar. Pareciera que alguien hacía lo que yo, en el mismo orden: leer los diarios de García Maldonado y seguidamente los de Torga. Tuve más suerte en la librería de San Sebastián. La mujer me dijo que sí, que lo tenía en la mano. Con la cara del escritor de perfil. Hay una versión anterior que no me interesaba. Vi el precio en su página web. 25 euros. Les envié el correo con mi dirección y les dije a qué cuenta ingresar el dinero. La sorpresa: que no valía eso, que como era difícil de encontrar y el precio era alto en segunda mano me cobraban 40 más ocho de transporte. Dudo que eso sea legal. Incluso estuve ojeando la ley de librerías y del libro pero no quise ir más allá. Pagué. Lo considero una contribución a lo mal que lo están pasando las librerías.
  Me ha gustado sin llegar a lo que me gustan los numerosos volúmenes de mi querido Trapiello. Aquí son más diarios interiores que los de Trapiello que habla de interiores, exteriores y lugares. Más explicativo y menos reflexivo.
 1932-1987. A partir del 62 deja de ser historia para convertirse en historia viva: yo ya estaba aquí. A pesar de su amor por España a veces recuerda tiranteces y refranes: “De España ni buen viento ni buen casamiento”.
  A veces instantáneas de la condición humana: “¡El pueblo! ¡Qué solidaridad la del pueblo! Esta mañana y después de la noticia trágica de la muerte de ciento cincuenta pescadores, la única reacción de la criada fue esta:
    -¡Hoy no va a haber pescado en el mercado!”
El papel del intelectual en el rincón llamado Portugal: “Ser escritor en Portugal es como estar sepultado y garabatear en la tapa del ataúd”.
  A los políticos: “Precisamente porque son políticos, confían más en la bonanza de la mentira que en la marejada de la verdad”.
 


  Para los que tienen la pretensión de escribir un libro:
   “Hoy, en el café, alguien ha enseñado un álbum de fotografías del Tíbet. Picos agudos como gritos y agudos como puñales.
-¡Y pensar que todo esto tiene que quedarse redondeado!- se lamentó el compañero.
-¡Aplanado, raso, deshecho! -aclaró otro, con furiosa precisión- Unos miles de años de erosión, y ya está…
  ¡Y yo, oyéndolos con las pruebas tipográficas de un nuevo libro mío en el bolsillo!...”
  Y esta mañana, en el duermevela se me ha ocurrido  que la poesía es también presentar a dos palabras que no se conocen para que se hagan amigas. Cuando leo diarios que me gustan se me pegan cosas, como cuando se le pega a uno el deje si pasa mucho tiempo fuera de casa.
  Caminé por un mar de odio
Y me sepulté en el lobo.
  Del diario de Miguel Torga:
El poema como la doma de un caballo salvaje:
“Exhausto de tanto luchar con un poema. Ya hace un montón de días que andaba huyendo de sus añagazas, paralizado por no sé qué cobardía, y hoy he conseguido enfrentarme a él cara a cara. Y ha sido terrible. Cuanto más porfiaba yo, más se resistía él a caer en las redes de las palabras. Ahora que finalmente he encontrado los dos últimos versos, lo leo con cierto resentimiento. Es que todavía me parece una provocación”.
  Otra vez ganas enormes de irme de viaje a los sitios que describe: Su Coimbra, la ciudad donde vive, su aldea de nacimiento, Sao Martinho de Anta, el parque natural de Géres, el Alentejo, etc.
  “Soy una naturaleza condenada a dos vidas. Una que me gustaría volver a vivir y otra que me gustaría no haber vivido”.
  Y así estamos. Me encantó haber conocido a Adolfo Correia da Rocha, su verdadero nombre.


martes, 11 de agosto de 2020

CANADÁ. RICHARD FORD


 
  Hacía años que no llovía tantas horas en un día de verano en Madrid. Si lo hiciera así cuatro o cinco veces a la semana viviríamos en una zona tropical. He ido al aeropuerto y estaba todo oscuro como si fuera una selva amazónica. Luego he ido a tirar el vidrio y la basura sin importarme los rayos y los truenos, aunque al llegar he sabido que un tipo ha muerto al caerle un rayo. No me canso de oler y de imaginar la tierra sedienta hacer ese ruido que se hace con las pajitas cuando se está acabando un sorbete.
  Canadá. Me ha decepcionado un poco. Las novelas, como yo las llamo, puras, como ésta, no terminan de convencerme. Prefiero las novelas con algo de ensayo o de historia o de viaje o de memoria o de diario. Porque es más rica la realidad casi que la imaginación. Unos padres atracan un banco y eso afecta a la vida de sus hijos gemelos de quince años que tienen que aprender a vivir con esa circunstancia toda la vida. Y emprenden caminos por separado llenos de dificultades, lógico. Y –es la parte que más me ha gustado- en la última, al final de sus vidas se reencuentran para hacer una especie de repaso. Todo eso en quinientas páginas. Un buen novelista, no cabe duda pero yo, a estas alturas, busco algo más, algo más que un contador de historias inventadas. Leí El periodista deportivo y casi me gustó más, sin que fuera tampoco, para mí, algo del otro mundo.
  Acabo el libro inmaculado. Ni un subrayado. Solo una historia que fluye sin grandes sobresaltos. Si acaso una pequeña escena incestuosa con la hermana con el efecto de esas misas de algún músico que arreaba un estruendo en la atonía general para despertar a los durmientes fieles. Dice en la contraportada Eva Cosculluela que la ha recomendado a muchos lectores y que todos regresaban agradecidos. Yo también la compré por algo parecido, muchas recomendaciones y porque es otro de los atractivos ejemplares de los 50 de Anagrama, de  fabulosas portadas. Pero yo no iría a agradecerle nada. No está mal. La he soportado y he aguantado hasta el final sin saltarme página alguna como sí he hecho en otras ocasiones con otras novelas parecidas.
  Comienzo los Diarios de Miguel Torga. La vida de un buen médico defensor de España y Portugal unidos, Iberia.