Es curiosa la concatenación de hechos que nos
llevan a un autor del que apenas conocíamos nada. Un día leo una entrevista a
Fernando Trueba. Adoro a cada miembro de esa familia, al menos a los conocidos.
Trata sobre la película que acaba de realizar inspirada en este libro. Me lo
apunto en la cabeza como una de las obsesiones recurrentes en cuanto a libros. Tengo
que hacer unas gestiones en Moncloa y al salir decido ir por una calle paralela
a Princesa y veo una librería extraña y desconocida para mí. La regentan dos
abuelas amables. Se llama librería solidaria. La gente dona sus libros y ellas
los venden baratos, y con lo que sacan, ayudan a otros. Me encanta la idea y veo
que tiene libros interesantes. Me voy al principio. Abad. Siempre el primero de
la fila en cualquier lista alfabética. Y ahí está, en la edición de 2007 de
Seix Barral, a dos euros. Buen estado aunque algo amarillento el canto como
todos los libros blancos de S.B. Compro este y dos más. Seis euros en total.
Les doy diez y aun así me voy con la sensación de que las he estafado. Tan
eufórico estoy que me voy a la Visor que está cerca y me compro sus diarios
recientemente editados. Y… Abad Faciolince es ya como de la familia.
Tengo verdadera adoración hacia cualquier
escritor que sea capaz de sacarme una risa o un llanto. Una mañana estaba solo
en el patio, escuchando música de Chopin interpretada por Baremboim y leyendo
el capítulo sobre la muerte de su hermana Marta. Y he lloré a gusto, sin
tener que disimular delante de nadie, limpiándome las lágrimas con el dorso de
la mano. Quizá –seguro- me pilló blandito, con las defensas bajas pero,
qué porra, se queda uno, eso, tan a gusto. Es tan efectivo, tan contenido a la
vez, que es como si hubiera asistido a una desgracia familiar propia y -ahí el
milagro- en tiempo presente. Nada más acabar me enfrasco en sus Diarios y dejo
aparcados todos los demás.
A su padre, médico y activista por los
derechos humanos y contra la pobreza y el atraso, es asesinado por, al parecer,
la derecha (paramilitares, reaccionarios, sicarios...) en Medellín, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Este
libro es un homenaje a su vida y a su muerte. Pero es mucho más. La
desgarradora muerte de su hermana por cáncer, sus intentos por hacerse
escritor. Ahora sé que utilizó las notas de este diario que ahora leo
para componer su libro. Y el prestigio, el triunfo han sido implacables. Como
dijo Robert Graves: “El emperador Claudio me dio fama y dinero y yo lo saqué a
él del olvido”. Pues él lo mismo.
“Porque todos los felices, para los
comunistas, eran en esencia reaccionarios, debido a que lo eran en medio de
infelices y desposeídos”. A su papá, como lo llama él, lo persiguieron por izquierdista
y luego por reaccionario como vemos.
Apenas he subrayado párrafos sobrecogido por
el dolor tremendo pero en las páginas de la agonía de su hermana he escrito
como un grito “¡El horror!” como en la película del Apocalypsis Now. “Yo ya
debía haber entendido que nuestra felicidad está siempre en un equilibrio
peligroso, inestable, a punto de resbalar por un precipicio de desolación”.
Cuando he quitado el forro con el que cuido
el libro que leo he descubierto que la fotografía es -era- su hermana Marta de la
vida real. La violinista. La que sufrió una agonía sin apenas una queja.
Dieciséis años. Y la muerte absurda de un buen hombre.
Que viva Abad Faciolince y Abad Gómez, su
padre, y toda su estirpe.
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