jueves, 6 de agosto de 2020

EMILIO O DE LA EDUCACION. JEAN-JACQUES ROUSSEAU.



   En el último curso del bachillerato de mi hija pequeña le mandaron comprar –se supone que para leer- este libro pero cuando los primeros alumnos llegaron con su ejemplar en la mano el profe se asustaría –por lo gordo imagino- y desechó la lectura y el estudio en torno a este clásico. Al final eligieron uno de los más finos de Nietzsche, creo. No me enfadé demasiado por el gasto porque el caso es que quería leerlo desde hacía años. Qué pensaba sobre un tema tan controvertido un ser excepcional, tan determinante en la historia del pensamiento europeo hace trescientos años. Leo por ahí que cuando se publicó, tal fue la reacción adversa de los poderes mediáticos, dijéramos, que hubo de exiliarse en su país de nacimiento, Suiza. Creo que si lo hubiera publicado en este año de la pandemia se hubiera tenido que ir también. Lo que no sé es adónde. ¿Y por qué? Por sus ideas en torno a la mujer y a su papel en la sociedad, de lo que se colige que por muy frescos mentales que seamos siempre existirá una sociedad posterior que nos ponga a caldo.
  El libro, de ochocientas páginas de letra menuda se lee bien. Ejem, es un decir. Casi me dejo las pestañas y me he prometido que ya tengo que tener muchas ganas de lectura para embarcarme en semejante odisea. Mis pobres ojos casi sesentones ya no soportan tan menuda tipología. Y por supuesto debe ser con muy buena luz.
  El ser humano nace y debe mirar a la naturaleza. El hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo envicia, lo malea. Esa es en resumidas cuentas la idea de este libro. Pero habla de muchas más cosas. Me recuerda a una reflexión que hice yo hace unos años viendo un programa de pueblos africanos o del Amazonas donde la mayor cantidad de horas las pasaban los niños jugando y buceando en el mar o los ríos cercanos. Y lo comparaba con nuestros niños, sujetos cada día a camisas de fuerza en forma de colegios y actividades extraescolares, como si no tuvieran suficiente.
  “Platón, a quien se cree tan austero, sólo educa a los niños en fiestas, juegos, canciones y pasatiempos; se diría que ha cumplido con todo una vez que les ha enseñado  bien a divertirse”.
  Una consideración sobre los libros en los niños. Algo de eso he pensado siempre. Se inculca demasiado pronto la lectura en niños cuyo interés está a años luz de la letra impresa. “A los doce años Emilio apenas sabrá lo que es un libro. Pero, al menos, se me dirá, que sepa leer. Lo admito: es preciso que sepa leer cuando la lectura le sea útil; hasta entonces sólo es buena para aburrirle”.
  Y una idea que me ha hecho reír porque lo he pensado toda mi vida, incluso desde que me leían el catecismo siendo yo niño: “Si yo tuviera que pintar la estupidez importuna, pintaría a pedante enseñando el catecismo a unos niños; si quisiera volver loco a un niño, le obligaría a explicar lo que dice cuando recita su catecismo”. “…Digo además que para admitir los misterios, hay que comprender al menos que son incomprensibles”. “¡Hay que creer en Dios para salvarse! Este dogma mal entendido es el principio de la sanguinaria intolerancia, y la causa de todas esas vanas instrucciones que asestan el golpe mortal a la razón humana”.
  Un apunte sobre la felicidad con el que tengo que estar de acuerdo: “El bien y el mal nos son comunes a todos, pero en medidas diferentes. El más feliz es aquel que sufre menos penas; el más miserable quien siente menos placeres. La felicidad del hombre en este mundo no es, pues, más que un estado negativo; hay que medirla por la menor cantidad de males que sufren”. Y más adelante: “La felicidad del hombre natural es tan sencilla como su vida; consiste en no sufrir”.
“Y ¿qué es el verdadero amor sino quimera, mentira, ilusión? Se ama mucho más la imagen que nos hacemos que el objeto a que se le aplica. Si viéramos lo que amamos tal cual es, no habría amor sobre la tierra”.
  Me ha gustado su lectura. He tardado más de dos semanas en terminarlo. Tiempo largo para lo que acostumbro pero ha merecido la pena. Y lo paso al rincón de los clásicos. Por cierto que en Visor, donde estuve ayer viendo algunos libros no tenían nada de Plutarco, al que Rousseau, junto a Montaigne y otros, mienta una y otra vez.

No hay comentarios: