lunes, 26 de diciembre de 2011

PLATA QUEMADA


He acertado en leer primero y ver después. Plata Quemada, de Ricardo Piglia, es una novela sobre un hecho real acaecido entre Buenos Aires y Montevideo en 1965. Creo que siempre se debe leer el libro antes que la película. Con las películas pasa que uno está ya contaminado para el ejercicio de imaginación que se requiere para la lectura de un libro en el que el lector aporta gran parte de lo “visual”. No me imaginaba así a los protagonistas. Los protagonistas estaban perfilados claramente en mi imaginación y ese es el milagro de la literatura: para cada lector hay unas caras y unos escenarios absolutamente distintos.

La novela me ha recordado con las diferencias evidentes a “A sangre fría” de Truman Capote. Un hecho real y brutal es desmenuzado en todas las capas por un observador imparcial que ha estudiado de diferentes fuentes: periódicos, testigos, informes policiales, grabaciones, etc.

En el enfrentamiento de la novela con la película sale perdiendo esta última como casi siempre. Las actrices tienen poco espacio y es de poca calidad. La relación entre los “mellizos” no está bien perfilada. No me ha gustado nada la adaptación y sí en cambio la lectura.

Estos son los hechos que se narran sacados de la wiki:

“La película se basó en la novela de Piglia, basada a su vez en hechos reales: varios delicuentes porteños -Roberto Dorda, Marcelo Brignone y Carlos Merelles- escapan a Montevideo, Uruguay, luego de realizar un cuantioso robo en Buenos Aires durante el que murieron varias personas.

Con el fin de dejar pasar el tiempo alquilaron el apto 9 del edificio Liberaij de la calle Julio Herrera y Obes 1182, Montevideo, el cual sirvió como "aguantadero", hasta que se tranquilizara la situación.

En una noche de noviembre de 1965 fueron cercados por la policía, que luego de catorce horas, y miles de balas lograron entrar al apartamento, con un saldo de varios muertos, entre ellos policías y los pistoleros.

En lo que respecta a la crónica policial, en el apto 11 se escondieron algunos policías que se enfrentaron a los pistoleros. Dorda, según la autopsia, murió con 16 heridas de bala y Brignone con 19”.

He sabido también que el premio que ganó Piglia –el Planeta argentino- estuvo lleno de polémica pues al parecer ni siquiera se presentó pero no cabe duda que es una de las mejores novelas policiacas que he leído. Y Piglia se ha convertido en uno de mis escritores preferidos aunque solo haya leído ésto de él.

lunes, 19 de diciembre de 2011

GEORG TRAKL



Leyendo cosas sobre la atormentada familia de los Panero descubrí la existencia de este poeta austriaco. Trakl nació en 1887 en Salzburgo y se quitó la vida con una sobredosis de cocaína en 1914 en Cracovia.

Se crió junto a su inseparable hermana Gretl con la que aprendió a tocar el piano, aprendió literatura y con la que según parece tuvo relaciones incestuosas que le marcaron de por vida. Estudió farmacia y trabajó más tarde en una botica, con lo que tuvo acceso a diferentes sustancias como la cocaína, que en aquellos tiempos no estaba prohibida. Se convirtió en un drogadicto y en un alcohólico del que sin embargo nunca nadie vio tambalearse. “Bebedor y drogadicto empedernido, jamás le abandonaba su porte noble, de un temple espiritual fuera de lo común” dijo de él su amigo Von Ficker.

Por este motivo y por su carácter pesimista y depresivo no era capaz de retener un empleo fijo. En su biografía dice que apenas aguantó dos horas en un trabajo ganado en unas oposiciones en el ministerio de obras públicas de Viena.

Cuando estalló la guerra mundial lo movilizaron y tuvo que ir con una farmacia ambulante al frente de Galitzia (Ucrania). Allí le dejó marcado un hecho dramático: tuvo que auxiliar sin medicinas y sin medios a noventa heridos graves. A consecuencia de ello, fue recluido en un sanatorio mental de Cracovia. Allí redactó su poema más famoso: Grodeck.

“…Todos los caminos desembocan en negra podredumbre.

Sobre las ramas de oro de la noche y las estrellas

ondea la sombra de la hermana por el mudo bosque..”.

También redactó su testamento antes del suicidio, donando todos sus bienes a su hermana. Ésta se suicidaría en 1917.

martes, 13 de diciembre de 2011

Los oficios

Los oficios. Yo soy manazas pero hace años me dio por forrar una pared de mi casa con maderas. No era un trabajo muy difícil. Se clavaban unos listones a la pared y luego las tablas con sus clavitos a esos listones. Estuve así varios días y hasta estaba sintiéndome orgulloso. Me separaba de la obra y todo como hacen los pintores, levantando el pulgar para ver la perspectiva. Era un viernes por la noche y solo me quedaba hacer el último tramo, el último listón. Lo puse en la pared –encima justo de la línea azul que había dibujado sobre el yeso- y cogí el último clavo, tamaño súper. Agarré el martillo y empecé a hundirlo –el clavo- en la pared. Hubo una resistencia inexplicable. Pensé que podría ser un nervio de las junturas entre ladrillos. Entonces le di un golpe seco, con determinación. Todo lo que ocurrió de seguido fue de locos, como de una película surrealista o hiperrealista. Del agujero salió una línea de agua. Una línea recta que fue a estrellarse con rabia a la pared de enfrente, a cinco metros de distancia. A la vez que me puse a gritar intenté taponar el agujerito con las dos manos pero solo conseguí dibujar una palmera acuática alrededor, estropeando de paso un mueble de madera que acabábamos de poner a juego con el color de los tablones.
Dicen que en situaciones de mucho estrés el cerebro trabaja a tope para encontrar más rápido una solución. El mío no. No recordaba, o no sabía, dónde estaba la llave de paso. Le di media vuelta a todo lo que tenía forma de llave de paso pero aquello, el chorro, no disminuía en su vigor. Cuando quise encontrarla -estaba arriba, en la cocina- digamos que el nivel del agua estaba por encima del borde de los zapatos. Al cortarse el agua, desde el baño se escuchó un grito para protestar porque alguien estaba bañando un bebé. Bueno, el resto no tiene la mayor importancia. Voy a lo que iba.
Por la mañana llamé a un teléfono que tenía de un fontanero conocido de mi suegro. Me dijo que era sábado y que para cuando terminara de sus avisos sería demasiado tarde. Pero cedió ante mis súplicas. Pasadas dos horas acudieron dos hermanos muy jóvenes. Vieron y contemplaron “mi obra”. Sonrieron entre ellos. Abrieron su caja de herramientas y en diez minutos me rompieron la pared y cortaron y soldaron un tubo de cobre. Todo hecho con la mayor profesionalidad ¡Y solo me cobraron cien euros! Los abracé, les di una buena propina y les dije que lo que hacían, a lo que se dedicaban, ayudando así a los demás, era una de las mejores cosas a las que puede dedicarse un ser humano de provecho. En este caso, dos. Ellos no estuvieron muy de acuerdo pero me dieron efusivamente las gracias y se fueron con ese orgullo que debe dar hacer un trabajo bien hecho. Me dejaron de recuerdo el tramo de la tubería cortado: un tubito de cobre del grosor de un dedo meñique con su esplendoroso agujerito, situado justo en el centro.

domingo, 11 de diciembre de 2011

ROBERT FLINKER


El año pasado leí el estupendo libro de viajes llamado “El Danubio” de Claudio Magris. En él hablaba de un escritor judío que se suicidó en 1945. Pero…, quién mejor que Magris para hablar de él. Éste es el párrafo.

No he conseguido encontrar ninguna foto de Flinker.

15. HIPÓTESIS SOBRE UN SUICIDIO

Una pequeña desilusión intelectual provocada por una tentación de art d´aprés l'art. En Bucovina vivió Robert Flinker, psiquiatra y escritor de inspiración kafkiana, autor - en alemán - de novelas y relatos sobre enigmáticos procesos, culpas oscuras y tribunales misteriosos; pese a su evidente deuda con respecto a Kafka, un narrador inquietante y personal. Flinker, judío, había vivido oculto durante la ocupación hitleriana; se suicidó en 1945, después de la liberación. Yo estaba fascinado por este destino: imaginaba a un hombre que resiste la inminencia de la muerte, pero que se siente ya inadaptado para la libertad y el final de la pesadilla, o bien un hombre que puede soportar el nazismo como Mal, pero no el estalinismo como rostro de la Liberación y, trastornado por la idea de que la alternativa a Hitler sea Stalin, se mata.

Wolfgang Kraus me ha contado, por el contrario, que Flinker se suicidó por amor, por un arrebato y una desilusión sentimental vividas como un colegial. Por tanto, se esfuma la potencial novela sobre el novelista. Pero ¿y si fuera lo mismo? Cuando se está cansado de la vida se eligen, para liberarse de ella, incluso medios inconscientes e indirectos, el infarto, el cáncer. ¿Y por qué no un desengaño amoroso? Incapaz de pasar inmediatamente a las conclusiones y de suicidarse apenas se identifica la libertad con Stalin, Flinker sintió tal vez la necesidad de un intermediario y así encontró a una muchacha cualquiera, capaz de darle el empujón que todavía le faltaba.

Claudio Magris

sábado, 19 de noviembre de 2011

Aquí está.



Espero que ésto, "el rollo", mi querida anónima, te sirva de explicacion.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Carta a Carlos

Hola Carlos.

Te escribo por un asunto “libresco”. Verás; resulta que hace unos días leí una reseña sobre un librito llamado “Los Náufragos del Batavia”. Tanto me gustó que fui corriendo a la librería y me lo compré. Es pequeño y en unas horas lo he terminado. Cuenta la historia de un naufragio (el más cruel de la historia, se dice) acaecido en el año 1629 en la costa coralina, en el oeste de Australia. El Batavia encalló y se salvaron -de primeras- casi todos sus ocupantes. El tema es interesantísimo porque allí se pudo reproducir una república del terror a pequeña escala. Hubo más de trescientos supervivientes: hombres, mujeres y niños. Se establecieron en pequeñas islitas y hubo guerras, violaciones, robos, juicios, sentencias, torturas, asesinatos, etc. Al final quedaron menos de noventa cuando un par de meses después fueron a rescatarlos.

Dentro del librito se cita a un autor y a su libro que en cierta medida se le adelantó. Mike Dash, y su descatalogada: “La tragedia del Batavia”. Y ahora sí que voy al meollo del asunto.

Resulta que es imposible de encontrar y necesito leerlo como sea y –creo- que fue un libro que te regalé a ti hará eso, siete u ocho años. ¿Lo tienes? ¿Me lo puedes dejar? Es un libro negro con una ilustración en rojo en la que se ve a un hombre colgado. Yo estoy casi seguro que fue aquel libro.

Nada más. Si lo encuentras me lo dices y lo llevas el día del cumple de Elena.

¡Cuánto me alegro por lo vuestro!


lunes, 7 de noviembre de 2011

Thomas Lovell Beddoes


A veces uno se toma las críticas literarias demasiado en serio y la cosa termina en suicidio. Thomas Lovell Beddoes fue un poeta británico que vivió en la primera mitad del siglo XIX y que al parecer recibió una crítica muy negativa de un amigo suyo, Thomas Forbes, cuando publicó su obra: “Libro de la muerte de Jest”.

Después de fracasar abriéndose una arteria de la pierna - solo consiguió su amputación- logró por fin su objetivo tomando una dosis letal de veneno. Tenía 46 años.

Dejó este epitafio:

"La vida era una lata sobre un sólo punto de apoyo, que para colmo era malo".