martes, 13 de diciembre de 2011

Los oficios

Los oficios. Yo soy manazas pero hace años me dio por forrar una pared de mi casa con maderas. No era un trabajo muy difícil. Se clavaban unos listones a la pared y luego las tablas con sus clavitos a esos listones. Estuve así varios días y hasta estaba sintiéndome orgulloso. Me separaba de la obra y todo como hacen los pintores, levantando el pulgar para ver la perspectiva. Era un viernes por la noche y solo me quedaba hacer el último tramo, el último listón. Lo puse en la pared –encima justo de la línea azul que había dibujado sobre el yeso- y cogí el último clavo, tamaño súper. Agarré el martillo y empecé a hundirlo –el clavo- en la pared. Hubo una resistencia inexplicable. Pensé que podría ser un nervio de las junturas entre ladrillos. Entonces le di un golpe seco, con determinación. Todo lo que ocurrió de seguido fue de locos, como de una película surrealista o hiperrealista. Del agujero salió una línea de agua. Una línea recta que fue a estrellarse con rabia a la pared de enfrente, a cinco metros de distancia. A la vez que me puse a gritar intenté taponar el agujerito con las dos manos pero solo conseguí dibujar una palmera acuática alrededor, estropeando de paso un mueble de madera que acabábamos de poner a juego con el color de los tablones.
Dicen que en situaciones de mucho estrés el cerebro trabaja a tope para encontrar más rápido una solución. El mío no. No recordaba, o no sabía, dónde estaba la llave de paso. Le di media vuelta a todo lo que tenía forma de llave de paso pero aquello, el chorro, no disminuía en su vigor. Cuando quise encontrarla -estaba arriba, en la cocina- digamos que el nivel del agua estaba por encima del borde de los zapatos. Al cortarse el agua, desde el baño se escuchó un grito para protestar porque alguien estaba bañando un bebé. Bueno, el resto no tiene la mayor importancia. Voy a lo que iba.
Por la mañana llamé a un teléfono que tenía de un fontanero conocido de mi suegro. Me dijo que era sábado y que para cuando terminara de sus avisos sería demasiado tarde. Pero cedió ante mis súplicas. Pasadas dos horas acudieron dos hermanos muy jóvenes. Vieron y contemplaron “mi obra”. Sonrieron entre ellos. Abrieron su caja de herramientas y en diez minutos me rompieron la pared y cortaron y soldaron un tubo de cobre. Todo hecho con la mayor profesionalidad ¡Y solo me cobraron cien euros! Los abracé, les di una buena propina y les dije que lo que hacían, a lo que se dedicaban, ayudando así a los demás, era una de las mejores cosas a las que puede dedicarse un ser humano de provecho. En este caso, dos. Ellos no estuvieron muy de acuerdo pero me dieron efusivamente las gracias y se fueron con ese orgullo que debe dar hacer un trabajo bien hecho. Me dejaron de recuerdo el tramo de la tubería cortado: un tubito de cobre del grosor de un dedo meñique con su esplendoroso agujerito, situado justo en el centro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Lo que son -las cosas-, para ponerse a -llorar-"

No se que decidiste "hacer" con tu "obra de arte" al final... por lo menos "con las evidencias"

Lo detallabas con tal "buen aguero", que lo mas que llegue a "pensar" es que "te machacastes" el dedo, al terminar de -clavarlo.

No se que hubiese sido "peor"... por lo menos para ti.

!!Que DECEPCION!!


!!Felices Fiestas!!

Ysa,

Hermi dijo...

No me machaqué el dedo, querida Ysa. La "obra" se secó y quedó concluida. Ahora, a las visitas, la enseño con orgullo.
Un abrazo y que lo pases bien.