Anoche,
después de estar un rato buscando algo que ver (la televisión, más ahora en
verano, es insoportable) encontré una película extraña. No parecía adecuada
para estar ahí, cansado de series, junto a comedias baratas y películas de acción cien veces
vistas. Esta película de casi tres horas. En blanco y negro. De origen ruso, pero ambientada en
Checoslovaquia, o en Polonia, en todo caso en algún país del este. Un crío,
preadolescente, es enviado por sus padres a una aldea lejana para protegerlo de
la guerra, de la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahí es un peregrinaje de
aldea en aldea y de horror en horror. Y el caso es que según la iba viendo me
ocurría que era como ir reconociendo un sueño o una pesadilla vivida hacía
tiempo. Escenas brutales de incestos, violaciones, asesinatos, bestialismo,
lascivia, brutalidad, pero todo retratado de manera artística. Cualquiera de
los fotogramas podría haberse enmarcado para un museo o para un sanatorio
siquiátrico. Como un Brueghel o un Bosco descolorido y cruel. Pero una escena
en concreto es la que hizo saltar la palanca del recuerdo: una en la que el
niño se deshace de su verdugo, y violador, arrastrándolo con artimañas a un
agujero lleno de ratas hambrientas. Esa escena se ha quedado grabada en mi cerebro desde
que la leyera en la novela del mismo nombre, El Pájaro pintado, en el año 1990,
en la época temprana del Círculo de Lectores. Cuando se lo contaba esta mañana
a mi mujer decía: ¡Cómo te gusta lo tremendo, hijo mío! Y es verdad. Los naufragios
extremos, la supervivencia, los desastres de la guerra, el tremendismo en la
literatura. Me ha recordado un poco al libro y a la película vista hace poco:
Intemperie, sólo que aquella es más salvaje. Decía el director que podría
ambientarse en cualquier época y lugar: el castigo rotundo de seres
absolutamente inocentes por gentes embrutecidas.
Se decía que el suicidio del Kosinski (1991) un año después de esta edición se debió a que no superó el que se descubriera que todos aquellos
episodios tenían poco de autobiográfico. Sus compatriotas lo tacharon de
traidor por reflejar unos personajes bestias. Y otros lo acusaron de edulcorar
el verdadero infierno que sus familias y ellos mismos tuvieron que sufrir. El
caso es que su madre, uno de los pocos supervivientes del Holocausto, fue
hostigada en su país, para castigar al hijo, residente en los EEUU. Esta novela
estuvo prohibida en Polonia hasta hace pocos años. Una nota de su prólogo a la
edición que, por fin, he encontrado y que explica en gran parte el título y el
espíritu de la obra: “El entretenimiento favorito de uno de los aldeanos
consistía en atrapar aves, pintarles las plumas, y soltarlas luego para que se
reunieran con sus bandadas. Cuando dichos pájaros de refulgentes colores
buscaban la protección de sus semejantes, éstos, que los veían como intrusos
amenazadores, atacaban a los destacados y los picoteaban hasta matarlos”.
La película y la novela, al menos para mí,
absolutamente recomendables.
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