domingo, 19 de julio de 2020

LA PIEL. SERGIO DEL MOLINO.



  Tanto me gustó la España vacía que he leído más libros de este autor. El último La hora violeta, otra obra sobre la pérdida de un hijo, si no más que Mortal y rosa de Umbral, a la misma altura. En este de la Piel ejerce de nuevo, como hiciera con Lugares fuera de sitio, de coleccionista de hechos que le obsesionan o le interesan de algún modo. La piel, sobre cómo ha afectado a la vida de diversos personajes históricos, los problemas de su piel, incluido el autor mismo. En algunas partes me he sentido identificado porque de vez en cuando también me afecta una especie de pico incontrolable que haga que no pueda parar de rascar con las uñas una piel que se llena enseguida de rutas enrojecidas. Stalin, Napoleón, Nabokov, etc.
  Hablando de las formas de hablar, un párrafo del libro que leo estos días: La Piel, de Sergio del Molino:  “Incluso hay una teoría que dice que un peregrino que viajase desde Rumanía hasta Compostela en la baja edad media no se daría cuenta de que cambian los idiomas, pues las lenguas románicas están tan juntas y los dialectos varían tan poco de unos valles a otros –en un pueblo usan una palabra distinta para decir puerta pero el resto es igual; en el siguiente, cambia un artículo o se conjugan los verbos de un modo levemente distinto, pero como todos los vecinos se parecen y se entienden, no se perciben como lenguas extrañas. Para apreciar el contraste hay que viajar de golpe: el rumano que vuela a Compostela hoy no entiende lo que le dicen porque no ha podido acostumbrarse a todas las hablas intermedias”.
  Imagino que no debía pasar por el norte de la península, donde la lengua vasca parece hecha por y para extraterrestres.
  Imperdible las escenas contadas de su primer beso. Cada uno podrá identificarse con aquello de qué hacer con la lengua, con las manos, con las caricias, con el deseo. Sus experiencias hospitalarias: “El enfermo renuncia a cualquier forma de intimidad en cuanto firma los papeles del ingreso. No hay sitio para el pudor en ese bosque de sondas y batas abiertas por el culo”. Y otra cosa con la que me he sentido identificado: y quizá también mi hija: “He culpado a la genética, que es como culpar a Dios”. Cuántas veces lo habremos dicho nosotros. Pero a la vez das gracias, a la genética o a Dios, de que no hubiera sido aún peor.
  Otra vez acerté con Sergio del Molino. Me iría de cervezas con él estando seguro de que temas de conversación no nos iban a faltar.

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