lunes, 27 de julio de 2020

ENCUENTROS CON LIBROS. STEFAN ZWEIG.



  Visita de necesidad a la librería Visor, en Moncloa. Desangelada, como todas las cosas en los últimos tiempos. Veo algunas cosas interesantes pero, o ya vistas, como otro libro sobre la tragedia del Batavia, o muy caras. Al final por hacer gasto y, claro, por placer, compro el ya mencionado La Piel, de Sergio del Molino y éste, del autor posiblemente del que tena más libros: Zweig.
  Son artículos de crítica literaria siempre en positivo. De autores conocidos casi todos, Mann, Joseph Roth, Flaubert, Adalbert Stifter, etc, y otros no tanto como Friedenthal, Coster, etc;  Ganas me han dado de conseguir varios de los ejemplares de los que habla y un empujón, que falta me hacía, para abordar el Emilio de Rousseau, un libro pendiente después de que el profe de mi hija les hiciera comprarlo para, después de ver lo gordo que era, desecharlo. Increíble. A mí no me importó porque siempre había querido meterle mano.
  Como siempre Zweig es tremendamente ameno y didáctico. Entusiasta. Dan ganas, leyendo algunas reseñas, de salir corriendo a comprar algo de lo recomendado. De hecho casi lo he hecho con la novela Ulenspiegel, de Charles de Coster, novela que se publicó aquí en una colección de hace muchos años y que está a la venta por poco más de lo que vale un café.
  De Stisfter, del que leí hace unos años su notable novela piedras de colores dice: Nuestro autor, inspector de educación en Linz, solitario y melancólico, deja su despacho y regresa a casa desazonado, pero, una vez allí, se sienta en su escritorio y sueña con un mundo puro, sencillo, en el que impera la bondad, apartado de una realidad desgarrada por la tensión entre el bien y el mal. No es novelista adecuado para aquellos que buscan emociones fuertes”. Sin embargo recuerdo de aquella novela un drama que me hizo saltar las lágrimas al ver recuperados a los niños perdidos en la nieve.
  Otro libro de Acantilado sencillamente delicioso. Un placer leer estos libros: Una prueba de que son buenos es que es casi imposible ver algún ejemplar en una mesa atiborrada de libros a dos o tres euros, típicos de las mesas del Rastro, aunque a veces algo haya.

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