Muy esperadas estas memorias del gran
cineasta neoyorkino. Sabe que iban a crear expectación por el morbo ocasionado
debido a la acusación de su ex mujer, Mia Farrow de haber violado a su hijastra
y haber abusado de otra. Pero sabe también dosificar el tema y lo suelta muy
avanzada la lectura de las cuatrocientas y pico páginas. Quizá la parte que
menos me haya gustado es la que trata de cuando se defiende, echando pestes de
ella, de Farrow, no sé, es como un duro ajuste de cuentas pero echando en falta
a la otra parte, sin dejar de estar de acuerdo con lo que dice. Al final del
libro propone a los lectores ponerse de su parte o en su contra. Yo me declaro
partidario suyo.
Woody Allen se dirige a sus lectores como si
estuviera en uno de sus monólogos, ¿saben? Y se le entiende muy bien lo que
dice. Es una de las personas, junto a Trump, que mejor se le entiende cuando
habla, incluso para alguien que no domine bien el inglés, como es mi caso. Cuenta
las cosas con la pimienta de los chistes, con su humor corrosivo, que habla de
la muerte pero con la sonrisa en la boca: “Que esparzan mis cenizas, vale, pero
cerca de una farmacia”.
En muchas ocasiones dice que no es un genio,
que no es lo bastante listo pero el caso es que, a su modo, su estrambótico
modo, lo es. Un tipo feo, más bien canijo para la media estadounidense, y judío,
que haya estado con muchas hermosas mujeres tiene, por encima de cualquier
consideración, su mérito. Y es que tiene una habilidad increíble para hacer
guiones, para recrear escenas de la vida cotidiana, enredando personajes,
ideando líos. Y confiesa en muchas ocasiones que no le interesa nada de las
películas excepto el hacerlas: nada de promociones, nada de leer críticas,
aunque sean buenas. Y tiene su mérito porque desde hace muchos años, acaso
desde siempre, tiene a la industria en su contra, a pesar de que ha hecho
varias obras maestras. Para mí quizá, Match Point, Hanna y sus hermanas,
Manhatan, y muchas más, sin ir más lejos, la última: Un día de lluvia en Nueva
York.
También sabemos que Allen es millonario,
tiene dinero a espuertas. Paga la educación y el tren alto de vida de una gran
prole. Pero no por eso deja de tener problemas de hombre pobre, como yo. Un
consuelo tonto, pero un consuelo al fin y al cabo: Llamé venir a ingenieros,
levanté el jardín y rehíce el tejado, calafateé y puse planchas de cobre y, sin
embargo, cuando llovía, el agua caía en cubos, porque cuando había goteras, no
me refiero a unas gotas desconcertantes; me refiero a que todos los cubos se
llenaban enseguida y yo tenía que volver a pintar cada año”. Lo mismo que me
pasa a mí.
En fin que declaro que, si me pusieran como
miembro de un jurado y me dijeran, con la mano en el corazón si Woody Allen es
culpable o inocente, diría que es inocente. Y lo salvaría como uno de los más
importantes directores de cine de todos los tiempos, y como un gran escritor,
aunque él diga que no ha hecho una obra verdaderamente importante, y como
persona. Allen era necesario para el mundo. Las personas lo necesitan para tener
una visión un poco más simpática del mundo. Él lo ha logrado.
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