Sí, éste es otro de los escritores de viajes
que me ha hecho tener ganas de coger una mochila y marcharme a recorrer
caminos. Desgraciadamente uno no tiene la edad ni las habilidades de este
seductor que con dieciocho años decidió viajar a pie por toda Europa con la
intención de llegar hasta Estambul. Pero al menos ha logrado que emprenda un
humilde viaje por el norte de España. Para que luego digan que un libro no
puede cambiar la vida de nadie.
El libro es una edición de Artemis Coorper y
Colin Thubron y contiene un prólogo de ambos. Traducido por Inés Belaustegui
hasta la página 310 y de la 311 hasta el final por Ismael Attrache; ignoro por
qué. Los admiradores de Paddy estuvieron
esperando este libro durante decenas de años. Pero yo creo que se había secado
su interés en seguir contando su periplo. No obstante guardaba numerosas
páginas del resto de su viaje. Recordemos que ya escribió El tiempo de los
regalos y Entre los bosques y el agua. Conservaba diarios y anotaciones en cartulinas pero adolecía de
coherencia y para colmo, una de las personas que más le animaban a terminar su
trilogía, su mujer, murió y la muerte le llegó a él mismo sin acabar. Artemis
Cooper, mujer del historiador Antony Beevor, y el también escritor de viajes
Thurbon fueron los que convencieron a los herederos para refundir todo y darle
el aspecto redondo que tiene ahora la trilogía (¡cómo dejar huérfano a mi
libro!). La lectura del libro me ha parecido muy amena y he seguido admirando
al hombre que era capaz de seducir a una princesa, hacer que lo atendiera
durante días todo un cuerpo diplomático, hacer disfrutar a varias prostitutas
con sus atenciones y ocurrencias o pasar la noche en una cabaña solitaria con
la sola compañía de unos leñadores. Ha merecido la pena a pesar de que
albergaba mis dudas. Me lo he pasado bien. Ahora tengo intención de buscar y
leer la biografía que ha escrito Cooper. Porque conozco la historia enorme de
estos meses de viajes y la estancia de Paddy en los monasterios de Grecia en Un
tiempo para callar pero, dentro de su longeva vida hubo muchas cosas más.
Un párrafo
que me hizo gracia: Un amigo le cuenta sus escarceos
amorosos en esa zona de Europa, Bulgaria, y en ese tiempo, los años treinta. Le
está contando lo importante que era para las chicas mantener el virgo y las
artes de que se valían los chicos para atravesar todas las barreras.
Normalmente paseaban por los parques viéndose en cada vuelta solo unos segundos
y se intercambiaban cartas furtivas, misivas: “unos ripios en los que todos los
elementos de la naturaleza (la golondrina, la alondra, las gaviotas solitarias
y los ruiseñores que reclinaban el pecho en un espino para traspasarse el
corazón) eran reclutados a la fuerza”.
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