lunes, 3 de noviembre de 2014

MI PEREGRINACION A LA MECA. RICHARD. F. BURTON.





  La primera vez, creo yo, que tuve conocimiento de la existencia de Richard Francis Burton fue leyendo a Borges en el capítulo “Traductores de las Mil y una Noches” de la Historia de la Eternidad. Ahí desmenuza las diatribas entre los traductores “Lane tradujo contra Galland, Burton contra Lane; para entender a Burton hay que entender esa dinastía enemiga”. Quizá no fuese el de la traducción más feliz pero sí, al menos, el de la más erudita y obscena de ellas. Si recuerdo a Burton con tanta precisión a pesar de haber transcurrido ya veintidós años desde su lectura fue por los elogios del argentino: “Burton soñaba en diecisiete idiomas y cuenta que dominó treinta y cinco: semitas, dravidios, indoeuropeos, etiópicos… Ese caudal no agota su definición: es un rasgo que concuerda con los demás, igualmente excesivos. Nadie menos expuesto a la repetida burla de Hudibras contra los doctores capaces de no decir absolutamente nada en varios idiomas: Burton era un hombre que tenía muchísimo que decir, y los setenta y dos volúmenes de su obra siguen diciéndolo”.  
   Tanto me gustó el personaje histórico, tan enorme en su dimensión de hombre de muchos y grandes saberes y aventuras,  que años después compré y leí la fantástica biografía sobre él de Edward Rice. Uno de mis más valiosos volúmenes que poseo: una preciosa edición de Siruela del año 1993 traducido por Miguel Martínez Lage. “. De la introducción: “Si el novelista más romántico de la época victoriana se hubiese sacado del caletre al capitán sir Richard Francis Burton, el personaje habría sido rechazado tanto por el público como por la crítica de aquella época racionalista, ya que lo habrían considerado excesivo, extremo, inverosímil”.  Por eso me interesó y me interesa tanto. Todo esto lo tenía metido en mi pequeña CPU que tengo por cabeza hasta que hace poco entré en una tienda de artículos de segunda mano, más que nada para hacer tiempo pues mi hija se encontraba en el dentista, ese caballo moderno de la tortura y el sacacuartos. El caso es que había allí un montón de libros, la mayoría sin ninguna importancia, nuevos y de ediciones de quiosco. Uno de ellos era el que comento: Mi peregrinación a la Meca. 0,30 céntimos.
  En este libro se cuenta el viaje y el beso “sagrado” de la piedra sagrada del santo lugar. Para ello, claro, hubo de disfrazarse y disimular su condición de occidental y no creyente. También disimular su acento porque lo hubiera pasado mal de haber sido descubierto. Ahí pienso que se debe todo el mérito porque ¿qué es la piedra sagrada?. Dice en su libro: “Tras haber llegado de este modo hasta la piedra, ignorando los gritos de indignación a nuestro alrededor, monopolizamos su uso durante al menos diez minutos. Mientras la besábamos y frotábamos nuestras palmas y frentes sobre ella, la observé de cerca y quedé convencido de que se trataba de un aerolito. Resulta curioso que casi todos los visitantes estén de acuerdo en un punto: que se trataba de una roca volcánica”. Otros autores ilustres también están de acuerdo en esa apreciación. Entonces… ¿Por qué tantos millones de fieles le dan esa importancia? Historias e histerias colectivas. El ser humano es tremendamente maleable. El libro contiene también abundantes notas acerca de las costumbres y de los peregrinos. 
  Y sigo pensando que la edad de la humanidad, su pensamiento para con estas cosas, aún no ha rebasado la infancia.

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