lunes, 10 de noviembre de 2014

10 de noviembre de 2014. El día después.






  Un tercio de los llamados a las urnas. Contando con inmigrantes y mayores de dieciséis años. Tengo que reconocer que lo que pasó ayer es lo mejor que podía pasar. Yo, siempre defensor de aplicar la ley a ultranza, reconozco que haberla aplicado en este contexto habría causado muchos más problemas que soluciones. Y por una vez estoy de acuerdo en la postura laxa del ejecutivo y de las instituciones. Tenía miedo y no ha pasado nada. Ellos querían un instrumento, un juguete para enseñar a los primos, y ya lo tienen. Un juguete que, al igual que les pasa a los niños mimados y consentidos, abandonarán pronto porque se aburrirán y querrán otro más grande y más caro. Esta representación ha sido como las últimas diadas pero con sobres, papeles y más costosas.
  Además, ahora el gobierno y el estado tienen un arma a su favor: siempre deberán negociar, a partir de ahora, con un presunto delincuente.
  Me recuerda ese chiste con el que me reí tanto de niño. Toda la noche el niño pidiendo agua: “tengo sed, tengo sed, tengo sed”. Y cuando al fin el padre se levanta cansado de escucharle y va a por agua y calma su sed, nada ha cambiado porque el niño sigue dando la tabarra: “ay, qué sed tenía, ay qué sed tenía”.

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