Un tercio de los llamados a las urnas.
Contando con inmigrantes y mayores de dieciséis años. Tengo que reconocer que
lo que pasó ayer es lo mejor que podía pasar. Yo, siempre defensor de aplicar
la ley a ultranza, reconozco que haberla aplicado en este contexto habría
causado muchos más problemas que soluciones. Y por una vez estoy de acuerdo en
la postura laxa del ejecutivo y de las instituciones. Tenía miedo y no ha
pasado nada. Ellos querían un instrumento, un juguete para enseñar a los primos,
y ya lo tienen. Un juguete que, al igual que les pasa a los niños mimados y
consentidos, abandonarán pronto porque se aburrirán y querrán otro más grande y
más caro. Esta representación ha sido como las últimas diadas pero con sobres, papeles
y más costosas.
Además, ahora el gobierno y el estado tienen
un arma a su favor: siempre deberán negociar, a partir de ahora, con un
presunto delincuente.
Me recuerda ese chiste con el que me reí tanto
de niño. Toda la noche el niño pidiendo agua: “tengo sed, tengo sed, tengo sed”.
Y cuando al fin el padre se levanta cansado de escucharle y va a por agua y
calma su sed, nada ha cambiado porque el niño sigue dando la tabarra: “ay, qué
sed tenía, ay qué sed tenía”.
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