Creo que ya he dicho que uno de los “culpables” de que me haya resultado
apetecible, irresistible, haber
emprendido el viaje del Camino de Santiago es mi querido Javier Reverte.
Fue una suerte, como le escuché decir
hace poco en un programa de radio, que su primer libro “El sueño de África”
tuviera por fin el merecido éxito
después de que fuera rechazado en varias editoriales. Todo el dinero que ganó
con ese libro y posteriores lo ha bien empleado en seguir viajando. Creo que los
he leído todos menos el último, el dedicado a la Irlanda de Joyce. Éste trata
de un viaje por Grecia y su historia, por Turquía y Egipto. Esa fórmula que
utiliza siempre narrando los acontecimientos y sus propias peripecias me
fascina. Lo que charla con los personajes que se va encontrando, lo que come y
lo que lee, lo que le llama la atención y lo que critica, poco, porque es un
auténtico viajero y los viajeros siempre van con el alma abierta a la condición
humana.
Me gusta la forma de contar las anécdotas de las que tiene noticias y de
las cosas que ha leído. Como la vez aquella en que los Argonautas fueron
recibidos en Lemnos por varias muchachas deseosas de caricias y sexo. O la vez
en que Alejandro fue recibido por un pequeño ejército de valerosas amazonas y
en vez de proponerles la guerra les propusieron hacer el amor… ¡ah, las
historias y los mitos, qué bonitos son a veces! También me gusta reencontrar
los lugares por los que he pasado en mis viajes. Cómo no: justo hace ahora
¡veinticinco años! fui a recorrer muchos de aquellos lugares. Atenas, Mikonos,
Rodhas,
No suelo subrayar mucho los libros que leo de Javier Reverte, pero
algunas veces no tengo más remedio. Éste lo leí un poco antes de tener una
pequeña discusión sobre el asunto catalán. Me sirvió de mucho:
“La
democracia griega, en todo caso, desde los días de Dracón hasta Perícles,
alumbró la idea esencial: que nadie está por encima de la ley. Como señala W.
G. Forrest, el sistema se apoyaba en dos principios: “En el absoluto acatamiento
de las leyes, y en la creencia de que cualquiera que fuera admitido en la
sociedad gobernada por estas leyes tenía los mismos derechos y casi la misma
obligación de administrarla y conservarla”.
Nadie
puede tener el derecho a decidir el que yo no pueda decidir.
Pero… no voy a dejar que el mono tema me estropee el sabroso gusto que
me ha dejado, nuevamente, la lectura de un libro de viajes de Javier Reverte.
“El
viaje literario tiene algo de viaje hacia la eternidad, una búsqueda incansable
del tiempo detenido. Por eso, aunque en Alejandría ponga, dentro de unos días,
fin a este vagabundeo, guardo la sensación de que mi viaje seguirá, y de que lo
hará a lomos de la palabra escrita”.
“Cuando
viajas literariamente recorres tres veces, al menos, el camino: al idearlo, al
pisarlo y al escribir de regreso. Sin duda es la forma más rentable de viajar.
Y la más honda, porque escuchas y ves con oídos y ojos más atentos. Recuerdo
aquello que decía Don Quijote: ¿Acaso es tiempo mal gastado el que se emplea en
vagar por el mundo?”.
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