A un terceto de
estudiantes llega un tal Adrian Finn. Un chico inteligente y apuesto que le
quita la chica al narrador, Tony Webster. Muchísimos años después intenta saber
qué es lo que realmente sucedió. El meollo de la novela consiste en saber que “lo
único que sacará en claro es que nuestros recuerdos no siempre nos cuentan las
cosas tal y como sucedieron en realidad
…” Julian Barnes es un escritor
de altura. Yo lo encuadro dentro de los tres o cuatro británicos más talentosos, Martin Amis y Ian Mcewan.
La novela está bien
sin ser de las que más me han gustado. Quizá me decidí a leerla el hecho de que
otro de los personajes es el suicidio. Uno de ellos se suicida. En la carta que
dejó al juez “había explicado su razonamiento: que la vida es un don otorgado
sin que nadie lo pida; que una persona racional tiene el deber filosófico de
examinar tanto la naturaleza de la vida como las consecuencias en que se
presenta”. Obviamente fue capaz de detener el tiempo y la vejez en la que está
sumido ya el que nos cuenta esta historia.
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