Editorial Pre-Textos. 1143 páginas. Tiempo de
lectura: desde el 29 de marzo al 15 de abril de 2018. 42 euros. Las últimas
trescientas y pico de páginas leídas, de un tirón este domingo levantando solo
la vista para ir al baño, comer y una carrera de media hora, pensando en lo que
estaba leyendo. Wade Davis lo cuenta todo sobre el Everest, sobre sus
protagonistas. Agarra a cada uno de los personajes y los disecciona: No sólo a
los grandes protagonistas, Mallory e Irvine, sino a todos los que intervinieron
antes o después: Antecedentes: de qué mundo venían: los hombres jóvenes que
sufrieron la Primera Guerra Mundial, el infierno atroz del que algunos pocos
lograron salir: “La cirugía plástica nació en la guerra y por la necesidad de
reparar, hasta donde fuera posible, caras tan quebrantadas, que aquellos que
sobrevivieron pasaron el resto de sus días escondidos detrás de máscaras,
reunidos en campos rurales especiales donde podían llegar a sentir el viento en
sus caras de gárgola sin miedo a la burla o la compasión ajena. Al final de la
guerra, además de los ciento ocho millones de vendajes que se necesitaron, el
RAMC precisó de 22.386 ojos artificiales”. Los primeros fracasos. Los intentos tomados
como una conquista militar. Los aspectos políticos, culturales, logísticos,
científicos. El libro está narrado como lo hacen los cronistas e historiadores
experimentados. No conocía a Wade Davis pero a partir de ahora será una referencia
ineludible.
Mención especial a la joven traductora: Nuria
Molins Galarza, que ha hecho un trabajo impresionante. Qué alegría poder
contemplar a gente tan preparada. Y el esfuerzo del propio escritor que según
confiesa en las últimas páginas se interesó por el tema en un viaje a la India.
Tardó diez años ¡diez años! en escribirlo y la bibliografía comentada abarca
cerca de cien páginas. Cómo no, menciona al maravilloso libro de Krakauer Mal
de altura que tanto me gustó.
Los primeros hombres que intentaron la
ascensión venían, como decía, de un mundo de horror donde la juventud de Europa
y no solo de Europa abastecía las trincheras infinitas del continente. Había
ansia de ver otros mundos, escapar a la naturaleza. Cualquier cosa distinta
sería mejor que aquello. “Los hombres han de aprender a obedecer por instinto,
sin pensar. Se tiene que ejecutar el avance como si fuera un taladro”. “Estuvimos
dos años planeándolo -el ataque- y aguantamos diez minutos antes de ser
destruidos”.
Es exhaustivo hasta la admiración y si no
llega a la amenidad de Bill Bryson, se le acerca bastante. Hace listas de hasta
cuántos pares de calcetines llevaban en cada ocasión o la mugre que portaban
los gurkas. La clase de material de escalada, la cantidad de cajas, la cantidad
de comida necesaria, los kilómetros recorridos, la descomunal escala de lo que
suponía emprender esa tarea a principio de los años veinte. Las muertes que se
produjeron con sus nombres y apellidos, las circunstancias, cómo se avisaba a
las familias y cómo se las ayudaba.
Las maravillosas historias contadas como en
inspirados trazos:
“Maurice Wilson, que obtuvo la Cruz Militar
en Passchendaele y más tarde vio cómo se le desgarraban el brazo y el pecho con
el fuego de una ametralladora, una herida que nunca se le llegó a curar,
deambuló por el Pacífico Sur durante una década antes de concebir el plan
alocado –ya tiempo después de la muerte de Mallory- de subir al Everest
haciendo ayuno y con levitación mística. Se compró un Gipsy Moth, aprendió a
pilotar y consiguió llegar por aire a Darjeeling, donde vendió su biplano y,
acompañado por dos guías sherpas, emprendió la marcha que lo conduciría a su
solitaria muerte en el hielo de los accesos a la montaña”.
He subrayado poco porque la lectura es
absorbente y hubiera sido excesivo hacerlo con infinidad de párrafos
interesantísimos. Otra anécdota no obstante, como cuando cuenta su labor como
ordenanza de un coronel: “Su tarea era atender las necesidades del coronel, que
eran pocas, pues aquel hombre, por lo que Mallory podía observar, no hacía nada
en realidad. Parecía, escribió Mallory, un chino mandarín en una opereta de
Gillver y Sullivan. El propio ordenanza de Mallory había sido barbero en su
vida civil, así que ahora sus mañanas empezaban con un afeitado en la cama”.
Las descripciones de la naturaleza salvaje
son portentosas. “¿Quién podía dudar de su identidad? Era un prodigioso
colmillo blanco que sobresalía de la mandíbula del mundo”.
Habla de las enseñanzas budistas. Cuatro
nobles verdades: Primera, el mal no es algo excepcional, sino una parte del
orden existente de las cosas. Segunda, la causa del sufrimiento es la
ignorancia, entendiendo esta como la tendencia de los seres humanos a su propia
permanencia y centralidad, su aislamiento y separación del flujo de la
existencia universal. Tercera: se puede superar la ignorancia. Y la cuarta, la
práctica contemplativa. La meta era no escaparse del mundo sino escapar de ser
esclavizado por él.
Cuenta hechos históricos como en el mejor de
los libros de historia. Como por ejemplo la matanza en la ciudad punyabí de
Amristar. “La noche del 13 de abril, desafiando la ley marcial, una multitud
formada por varios miles de hombres, mujeres y niños desarmados se reunieron en
Jallianwala Bagh. … No hubo avisos, no hubo piedad, no hubo escapatoria para
las víctimas. Durante diez minutos, Dyer obligó a sus hombres a mantener un
fuego constante”. Los muertos cubrían los muros del cercado en pilas
sangrientas de tres metros”.
Después de todo eso Dyer “seguía siendo un
devoto imperialista con firmes principios de tory, convencido de que el dominio
británico, firme y justo, era la mejor forma de gobierno para el subcontinente”.
Los contrastes de una de las zonas más
inclementes del planeta: “El sol, a estas latitudes tan extremas es uno de los
mayores enemigos contra los que tenemos que luchar. Todo el clima es un desafío
y los extremos son tan acusados que puede que los pies sufran de congelación al
tiempo que te está dando una insolación grave”. El cansancio: “…Todo estaba en
calma, no se movía ni una mano en busca de comodidad; sólo descanso, no dulce,
sino como el de la muerte; como si el espíritu de la partida hubiese muerto. Y
así había ocurrido, lo enterramos a la mañana siguiente”.
La descripción potente de cada personaje que
pasa por sus páginas: “Tejbir, bajito y chaparro, tremendamente fuerte, parecía
medir lo mismo de hombro a hombro que de pies a cabeza. Finch lo había elegido
por una simple razón: El hombre que más sonríe casi siempre es el que llega más
lejos en la montaña”.
Cosas de este libro las recordaré durante
toda la vida porque los libros que son capaces de crear atmósferas propias son
capaces de generar sueños eternos.
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