lunes, 16 de abril de 2018

EN EL SILENCIO. WADE DAVIS.


  Editorial Pre-Textos. 1143 páginas. Tiempo de lectura: desde el 29 de marzo al 15 de abril de 2018. 42 euros. Las últimas trescientas y pico de páginas leídas, de un tirón este domingo levantando solo la vista para ir al baño, comer y una carrera de media hora, pensando en lo que estaba leyendo. Wade Davis lo cuenta todo sobre el Everest, sobre sus protagonistas. Agarra a cada uno de los personajes y los disecciona: No sólo a los grandes protagonistas, Mallory e Irvine, sino a todos los que intervinieron antes o después: Antecedentes: de qué mundo venían: los hombres jóvenes que sufrieron la Primera Guerra Mundial, el infierno atroz del que algunos pocos lograron salir: “La cirugía plástica nació en la guerra y por la necesidad de reparar, hasta donde fuera posible, caras tan quebrantadas, que aquellos que sobrevivieron pasaron el resto de sus días escondidos detrás de máscaras, reunidos en campos rurales especiales donde podían llegar a sentir el viento en sus caras de gárgola sin miedo a la burla o la compasión ajena. Al final de la guerra, además de los ciento ocho millones de vendajes que se necesitaron, el RAMC precisó de 22.386 ojos artificiales”.  Los primeros fracasos. Los intentos tomados como una conquista militar. Los aspectos políticos, culturales, logísticos, científicos. El libro está narrado como lo hacen los cronistas e historiadores experimentados. No conocía a Wade Davis pero a partir de ahora será una referencia ineludible.
  Mención especial a la joven traductora: Nuria Molins Galarza, que ha hecho un trabajo impresionante. Qué alegría poder contemplar a gente tan preparada. Y el esfuerzo del propio escritor que según confiesa en las últimas páginas se interesó por el tema en un viaje a la India. Tardó diez años ¡diez años! en escribirlo y la bibliografía comentada abarca cerca de cien páginas. Cómo no, menciona al maravilloso libro de Krakauer Mal de altura que tanto me gustó.
  Los primeros hombres que intentaron la ascensión venían, como decía, de un mundo de horror donde la juventud de Europa y no solo de Europa abastecía las trincheras infinitas del continente. Había ansia de ver otros mundos, escapar a la naturaleza. Cualquier cosa distinta sería mejor que aquello. “Los hombres han de aprender a obedecer por instinto, sin pensar. Se tiene que ejecutar el avance como si fuera un taladro”. “Estuvimos dos años planeándolo -el ataque- y aguantamos diez minutos antes de ser destruidos”.
  Es exhaustivo hasta la admiración y si no llega a la amenidad de Bill Bryson, se le acerca bastante. Hace listas de hasta cuántos pares de calcetines llevaban en cada ocasión o la mugre que portaban los gurkas. La clase de material de escalada, la cantidad de cajas, la cantidad de comida necesaria, los kilómetros recorridos, la descomunal escala de lo que suponía emprender esa tarea a principio de los años veinte. Las muertes que se produjeron con sus nombres y apellidos, las circunstancias, cómo se avisaba a las familias y cómo se las ayudaba.
  Las maravillosas historias contadas como en inspirados trazos:
  “Maurice Wilson, que obtuvo la Cruz Militar en Passchendaele y más tarde vio cómo se le desgarraban el brazo y el pecho con el fuego de una ametralladora, una herida que nunca se le llegó a curar, deambuló por el Pacífico Sur durante una década antes de concebir el plan alocado –ya tiempo después de la muerte de Mallory- de subir al Everest haciendo ayuno y con levitación mística. Se compró un Gipsy Moth, aprendió a pilotar y consiguió llegar por aire a Darjeeling, donde vendió su biplano y, acompañado por dos guías sherpas, emprendió la marcha que lo conduciría a su solitaria muerte en el hielo de los accesos a la montaña”.
  He subrayado poco porque la lectura es absorbente y hubiera sido excesivo hacerlo con infinidad de párrafos interesantísimos. Otra anécdota no obstante, como cuando cuenta su labor como ordenanza de un coronel: “Su tarea era atender las necesidades del coronel, que eran pocas, pues aquel hombre, por lo que Mallory podía observar, no hacía nada en realidad. Parecía, escribió Mallory, un chino mandarín en una opereta de Gillver y Sullivan. El propio ordenanza de Mallory había sido barbero en su vida civil, así que ahora sus mañanas empezaban con un afeitado en la cama”.
  Las descripciones de la naturaleza salvaje son portentosas. “¿Quién podía dudar de su identidad? Era un prodigioso colmillo blanco que sobresalía de la mandíbula del mundo”.
  Habla de las enseñanzas budistas. Cuatro nobles verdades: Primera, el mal no es algo excepcional, sino una parte del orden existente de las cosas. Segunda, la causa del sufrimiento es la ignorancia, entendiendo esta como la tendencia de los seres humanos a su propia permanencia y centralidad, su aislamiento y separación del flujo de la existencia universal. Tercera: se puede superar la ignorancia. Y la cuarta, la práctica contemplativa. La meta era no escaparse del mundo sino escapar de ser esclavizado por él.
  Cuenta hechos históricos como en el mejor de los libros de historia. Como por ejemplo la matanza en la ciudad punyabí de Amristar. “La noche del 13 de abril, desafiando la ley marcial, una multitud formada por varios miles de hombres, mujeres y niños desarmados se reunieron en Jallianwala Bagh. … No hubo avisos, no hubo piedad, no hubo escapatoria para las víctimas. Durante diez minutos, Dyer obligó a sus hombres a mantener un fuego constante”. Los muertos cubrían los muros del cercado en pilas sangrientas de tres metros”.
  Después de todo eso Dyer “seguía siendo un devoto imperialista con firmes principios de tory, convencido de que el dominio británico, firme y justo, era la mejor forma de gobierno para el subcontinente”.
  Los contrastes de una de las zonas más inclementes del planeta: “El sol, a estas latitudes tan extremas es uno de los mayores enemigos contra los que tenemos que luchar. Todo el clima es un desafío y los extremos son tan acusados que puede que los pies sufran de congelación al tiempo que te está dando una insolación grave”. El cansancio: “…Todo estaba en calma, no se movía ni una mano en busca de comodidad; sólo descanso, no dulce, sino como el de la muerte; como si el espíritu de la partida hubiese muerto. Y así había ocurrido, lo enterramos a la mañana siguiente”.
  La descripción potente de cada personaje que pasa por sus páginas: “Tejbir, bajito y chaparro, tremendamente fuerte, parecía medir lo mismo de hombro a hombro que de pies a cabeza. Finch lo había elegido por una simple razón: El hombre que más sonríe casi siempre es el que llega más lejos en la montaña”.
  Cosas de este libro las recordaré durante toda la vida porque los libros que son capaces de crear atmósferas propias son capaces de generar sueños eternos.

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