lunes, 6 de septiembre de 2021

EL VUELO DE LOS BUITRES. JORGE M. REVERTE.


  De entre todas las publicaciones que se han editado sobre el Desastre he elegido ésta por su autor, historiador Jorge M. Reverte, del que he leído algunos buenos libros de historia y por haber muerto en el mes de marzo de este año; sea pues un homenaje también a su persona.

  El Vuelo de los Buitres. La de libros que habré leído sobre el tema y aún me sigue sobrecogiendo. ¿Cómo fue posible? El mes pasado me enfadó bastante la forma en la que el telediario de la 1 recordó la noticia. Desde el punto de vista de los pobres bereberes. Y sí, es una forma de verlo, que si defendían su tierra, etc. Para ellos es la Victoria de Annual pero en estas contiendas tan complejas cualquier resumen o simplificación tiene el peligro de convertirse en una burda mentira. El caso es que leyendo de nuevo los detalles uno se asombra de que aquello hubiera estado en manos tan equivocadas e ineptas.

  Para la elaboración de este trabajo se ha ayudado de dos especialistas: Sonia Ramos y M´hamed Chafih. La primera, autora de diferentes trabajos históricos y el segundo especialista y estudioso del mundo del Rif. Ello le ha dado un equilibrio que no he encontrado en otros trabajos, más inclinados hacia la visión de los españoles. Es cierto que todo termina siendo una concatenación de hechos y que de una cosa siempre deviene otra pero leer que en abril del 21 las tropas españolas bombardearon desde mar y tierra un mercado en pleno día de fiesta es un poco bochornoso, vergonzoso y sobre todo, contraproducente. Todavía sonaban los ecos terribles del barranco del Lobo y sus secuelas, la Semana Trágica.

  Aquello se convirtió en un tremendo follón de licencias, concesiones, traiciones y desaguisados: “No hay yacimiento importante de algún valor que no haya sido vendido por los indígenas a más de una compañía o denunciado por varias”, de ahí vinieron las composiciones de comisiones arbitrales que aumentaron la complicación, creando más y más animadversión de unos contra otros.

  Casi todos los personajes dejan mucho que desear.  El primero, el general Silvestre, engreído, fanfarrón, de esos que sacan los huevos a pasear encima de la mesa a la menor ocasión. En casi todos, improvisación, mala planificación, mala preparación, mala moral. ¿Qué podía salir mal? Abandono, eso debieron sentir esos miles de soldados que murieron en medio de la sed más espantosa y de la ineptitud más inmensa.

 De los pocos que se salvaron está el coronel Morales, erudito, conocedor de la lengua bereber, que hablaba además el inglés y el francés y que además hizo unos informes realistas, comedidos y adecuados al general Silvestre y fue apartado por parecerle a éste falto de “cojones”. Y a partir de ahí decisiones a cada cual más errónea. “Silvestre destituye a Morales de sus funciones y, a partir de ahora, será Villar el encargado de negociar con las cabilas”. “Villar es corajudo, tiene los tres cojones que Silvestre pide a los oficiales. Y nunca se le va a ocurrir aconsejar prudencia a su jefe”. Todo lo que podía ir saliendo mal comenzó a salir mal y las posiciones, los blocaos, comenzaron a caer uno tras otro como cartas de naipes: Abarrán, Iguiriben, Annual, Monte Arruit, los más famosos pero aquello era un rosario de caos; como si un gigante hubiera pisoteado un conjunto de hormigueros.

  “En el del contacto, el soldado rifeño es muy superior al español, porque tiene una moral más alta, porque lucha por su tierra y por su familia, mientras que el arumi, el soldado cristiano, está en África sólo porque le obligan a hacerlo, y quiere irse a casa cuanto antes. Abd el-Krim los conoce bien y lo sabe”. Para ganar el jefe rifeño se hace con una estrategia de lo más sencilla, viendo la disposición, el terreno y el clima: “Se trata de una tarea tan sencilla que parece propia de un genio: aislar, cercar las posiciones, y dejar que el calor y la sed hagan su trabajo”. Y vaya si lo hizo bien.

  Está claro que Abd el-Krim conocía infinitamente mejor a su enemigo que éste al mundo bereber.  De hecho los conocía demasiado bien, tanto a los unos como a los otros, los suyos. Al final no dejaron de ser tribus del norte de Marruecos y pronto hubo más peleas entre ellos que un frente común contra los españoles. De otra manera Melilla podría haber caído.

  “Abd el-Krim ya no puede ni quiere eliminar el componente religioso, porque una guerra no se puede hacer sin odio”.

  Acabo también de leer esto, página 278: “En el País Vasco se abren suscripciones para la adquisición de un tanque, y los alcaldes ceden instalaciones para crear hospitales y acoger a los heridos”. También, como en el resto de España, se hicieron gestos de solidaridad ante los miles de muertos y heridos que iban llegando.

  Si por algo me ha atraído siempre esta historia es porque de alguna manera yo provengo de ella: mi abuela paterna vino de Orán y se instaló con su familia en Melilla. “Bajo el protectorado español, se han construido las principales carreteras de la zona, se han acometido las líneas de ferrocarril, se han edificado casas al estilo andaluz, y se han levantado barrios. La actividad minera atrae a muchos ciudadanos que se instalan en estos núcleos, en busca de una vida mejor. La mayoría de quienes se asientan en estas tierras son de origen español, de Murcia o de Andalucía, procedentes en gran parte de Argelia, más concretamente de Orán”. Mi abuelo era músico y soldado cuando la guerra, y le dio clases de piano en Melilla, y de ahí existimos todos.

  El libro tiene más erratas de lo normal para ser una edición de la gran Galaxia Gutemberg. No es infrecuente tropezarse con muchas “hacías” en vez de “hacias”. Por lo demás un libro muy bien escrito, ameno, donde el lector, dentro del follón general de la guerra es capaz de situarse siempre como si lo observara desde un alto, como si convirtiera al lector en un general, esta vez sí, competente.


 

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