En junio de hace tres años leí La España vacía. Desde entonces he comprado cada libro que he visto de él y son pocos los que aún no están aquí. Éste es el último publicado suyo. Como recuerda en la contraportada “no refuta ni corrige mi libro anterior, sino que pretende rascar todas las capas de sobreentendidos que se le han ido pegando”. Regresa para saber y sobre todo preguntarse qué es España y para responder a todos los haters que le decían, ¡le ordenaban! que se fuera a vivir al pueblo más pequeño. El libro se lee, se sorbe, en dos sesiones. La última, después de descambiar una sartén. En el centro comercial: buena luz de claraboya, perfecta temperatura, mujeres guapas pasando, casi ningún niño, buen café, casi hora y media de lectura: fin. Y la sensación de que hemos leído un buen libro que nos recoloca las ideas que ya teníamos. Los buenos libros nos hacen pensar: “esto yo lo sabía pero qué bien lo dice”.
“Hemos heredado las democracias liberales de nuestros tatarabuelos. Son casas viejas que dan mucho trabajo y guardan secretos incomprensibles, habitaciones absurdas y algún que otro fantasma. Nuestra obligación es hacerlas habitables y adaptarlas al presente, no demolerlas ni vendérselas al gobierno chino”.
“Los resentidos, los llamados perdedores de la globalización, los indignados, los campesinos arruinados, los jóvenes subempleados, cualquiera que sienta que le ha tocado vivir en el agujero más húmedo e incómodo de la casa, tendrá los oídos muy receptivos a cualquier soflama que denigre a los progres, esos apoltronados que sestean en las mejores habitaciones”.
“Una vez consolidado el sentimiento de agravio, los movimientos populistas lo utilizan como cimiento para levantar sus edificios y plantear el desafío a la democracia liberal”.
“Lo que necesita el populismo no es un análisis social que añada complejidad a un mundo complejo, sino una simplificación catártica de los prejuicios que circulan en una sociedad”.
La conclusión que saca Del Molino de los populismos es trágica: Al populismo sólo se le puede vencer con sus propias armas, rebajando la discusión pública a su nivel y respondiendo con eslóganes y simplificaciones a sus eslóganes y simplificaciones”. Y en esas estamos.
Hay una frase que suelo utilizar cuando discuto de política: “La democracia es un encaje de anhelos y frustraciones”. Él dice: “El fracaso continuo es el triunfo de la democracia”.
“En una sola noche, un escuadrón de aviadores adolescentes podía reducir a cenizas dos mil años de historia”.
Sobre la manía de ordenar cada brizna de nuestra vida por parte de los gobiernos de turno señala: “La gente, cuando los subdirectores generales y los boletines oficiales la dejan en paz, tiende a comportarse con civismo”.
Indica, hablando del hecho de la independencia en Cataluña cosas verdaderamente sorprendentes que yo, sabueso del tema, obsesionado, no sabía: “En febrero de 2021, los policías locales de Vic, una de las ciudades más nacionalistas de Cataluña, donde los partidos independentistas obtienen el 80% de los votos, plantearon una protesta insólita: para exigir una mejora de sus condiciones laborales, decidieron trabajar en castellano. No usaron una sola palabra de catalán, ni oral ni escrita, hasta que el ayuntamiento no negoció con ellos un acuerdo”. Hablar castellano como quien usa el tirachinas o el cóctel molotov: ¿se puede ser más vil?
“Sin compartir la solemnidad del sentimiento nacionalista, es muy difícil no reírse ante los muchísimos titulares y escenas que sigue dejando”.
“Cuando la entrevisté en la radio – a Iris Simón- y le enumeré asuntos sobre los que se manifestaba en contra, me respondió tajante: “Yo estoy en contra de la idiotez”. El libro de Sergio del Molino es tremendo subrayado donde se destaca la idiotez que campa en España; desgraciadamente cada vez más. Siempre Sergio del Molino.
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