Digámoslo ya: Seve lleva escribiendo desde hace décadas y es mi primo. Desde muy pronto (me lleva 7 años) le he escuchado contar historias de Marruecos, de Nador, de Melilla, la ciudad que me vio nacer. También he leído libros suyos. Unos más acertados que otros o, mejor, unos me han gustado más y otros menos. El caso es que lleva muchos años escribiendo y se le nota la mano, una mano acostumbrada a un oficio que es el escribir, el que junta letras. Mi primo nació en Nador, donde yo también viví los primeros años de mi vida y de la que quizá tenga sólo recuerdos mezclados con fotografías en blanco y negro y con relatos contados por él y por mi padre sobre todo.
Muy pronto se interesó por la historia. Y, como es un buen contador de historias (suele ser el centro de la reunión) escribe bien lo que piensa. Hay que escribir como se habla, dicen, cuando se habla bien. El caso es que desde que era niño he escuchado la narración de estos tristes episodios ocurridos hace justo cien años. Y este libro es un resumen didáctico, como una lección a escolares adelantados, de lo que allí aconteció. He leído muchos libros de Annual por tanto, porque también me “envicié” con el tema. Abd el-Krim y la Guerra del Rif, El Blocao, El Desastre de Annual de Pando, de Leguineche, y un largo etcétera. Acabo de comprar el de Jorge M. Reverte, fallecido hace pocas semanas, El Vuelo de los buitres. Pero este de Seve, con la excusa de hablar de los del Tiétar, valle donde está el pueblo en el que ahora vive (Arenas de San Pedro) hace eso, una estampa de lo que fue aquello: el antecedente histórico, el hecho en sí, las consecuencias, los responsables, los principales personajes. Y el título ya es acertado. Al menos para los vecinos que viven en tan estupendo valle. Ello tiene truco: un paisano de Melilla, investigador y con mano en los archivos, le ha facilitado la lista y mi primo, sabiendo la unidad a la que pertenecieron, les da un destino, un fin, una muerte, y sobre todo un recuerdo. Porque lo que se dice de los dieciocho puede caber en un folio. Pero ese es detalle menor porque lo que importa es que cuando el lector recorre sus páginas (me “costó” apenas cuatro horas de intensa lectura) se hace una idea bastante aproximada del Desastre. También tiene este relato una lección que pretende ser moral o si se quiere de justificación: mi primo siempre ha defendido el protectorado, en definitiva, las colonias, porque, dice, es una historia que ha beneficiado tanto a los colonialistas como al pueblo colonizado. Y en parte es así. La pena es que hay pueblos (véase España ante la invasión napoleónica de ideas modernas y adelantadas) que no se dejan gobernar. Y vienen los problemas. Es verdad que en aquella época, hace un siglo, las relaciones diplomáticas serían peores que las de ahora, si cabe. El caso es que la torpeza de Alfonso XIII asesorado por demasiados machos alfa, hizo devenir en el desastre que le costó a este país a casi diez mil soldados inocentes. Mi primo es, por tanto, más un Kipling que un Conrad.
Y como simplificar es mentir y explicar es afinar, el otro día dieron en el telediario de la 1 la noticia de la efeméride y uno no podía salir de su asombro: todo se reducía a que España actuó como una colonia irresponsable que le costó caro: Nada de que era un acuerdo internacional; que había países en grave disputa, que con el reparto de tierras también hubo creación de infraestructuras, que llegó más cultura y riquezas y que cuando las tropas se rendían bajo un acuerdo de rendición a las harkas pasaban a cuchillo traicionero a los desarmados.
Resumiendo: un magnífico libro para entender rápidamente y de una vez por todas qué demonios ocurrió allí.
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