viernes, 1 de mayo de 2020

LA PESTE. ALBERT CAMUS.



    Después de acabar Karnaval, que al final me ha parecido que le sobraban páginas, aunque seguiré leyendo cosas suyas, he leído La Peste, de Camus. Una relectura. La leí en abril del 91 –siempre tengo algo fechado dentro de las páginas del libro que leo. En este caso un billete de lotería-, y no me explico cómo no me acordaba de lo buena que es. Está claro que cada libro es adecuado para una edad y un tiempo y ésta no ha podido ser más oportuna. La vi buscando el libro de Maistre y está siendo un acierto. Frases cortas y potentes donde las escenas se resuelven con el efecto de un rayo y su posterior trueno: En una ambulancia van el médico, el enfermo y su mujer: “-¿No hay esperanza, doctor? –Ha muerto- dijo Rieux”. Toda la escena de la angustia resuelta como una pincelada maestra del mejor impresionista.
  Y digo que es adecuada su lectura para un tiempo porque ayuda a entender esta pandemia; y  porque ya tengo mi edad. En un momento dado hablan los médicos de la ciudad. Uno ya sabe lo que ocurre pero los demás no lo quieren reconocer. Otro dice de alertar a las autoridades. La enfermedad se extiende. Otro objeta: “La opinión pública es sagrada: nada de pánico, sobre todo, nada de pánico”. Y todas esas escenas de las ratas en el principio. Me encanta leer sobre las ratas; de hecho tengo libros dedicados solo a ellas, como también a las hormigas o a las abejas. En el caso de las ratas es porque las odio, o más bien es que no las soporto, quizá influido con mi madre quien desde siempre ha sentido espanto incluso viéndolas por televisión.
  Javier Marías, entre las recomendaciones librescas para estas semanas de pandemia recomendaba algunos, sobre todo traducciones suyas de Conrad, etc, pero no leer la Peste, El Decamerón, etc. Y creo que se equivoca. Cuando la leí, hace casi treinta años, me pareció una novela de ciencia ficción. No me atañía en absoluto. Ahora sí. Encuentro un gran consuelo comprobar que a lo largo de la historia seres humanos como nosotros han tenido estas mismas angustias. Eso sí, como decía Sap, la novela ha podido con él. Hay estar muy concentrado para leerla. Pero si uno penetra se sentirá confinado en Orán como todos sus habitantes.
  “Atenas apestada y abandonada por los pájaros, las ciudades chinas cuajadas de agonizantes silenciosos, los presidiarios de Marsella apilando en los hoyos los cuerpos que caían, la construcción en Provenza del gran muro que debía detener el viento furioso de la peste. Jaffa y sus odiosos mendigos, los lechos húmedos y podridos pegados a la tierra removida del hospital de Constantinopla, los enfermos sacados con ganchos, el carnaval de los médicos enmascarados durante la peste negra, las cópulas de los vivos en los cementerios de Milán, las carretas de muertos en el Londres aterrado, y las noches y días henchidos por todas partes del grito interminable de los hombres”. Todo un tratado histórico de la peste en un párrafo poético.
  “¿Qué son cien millones de muertos?”. “Cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación”.
  “Era un hombre reconcentrado y silencioso que tenía un poco el aire del jabalí”.
“...que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”. Desde que ayer leyera esto, me da por pensar que en los libros de segunda mano se pueda encontrar escondido el bicho que nos joda la vida. Por cierto que este libro, bien cuidado y prácticamente nuevo, lo compré en el Rastro por tres euros. Está un poco subrayado y lejos de molestarme me gusta. Dentro hay una tarjeta enviada desde Canadá con poesías de Machado y Bécquer. Firmada por Leticia Valverde.

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