Después de acabar Karnaval, que al final me
ha parecido que le sobraban páginas, aunque seguiré leyendo cosas suyas, he leído
La Peste, de Camus. Una relectura. La leí en abril del 91 –siempre tengo algo
fechado dentro de las páginas del libro que leo. En este caso un billete de
lotería-, y no me explico cómo no me acordaba de lo buena que es. Está claro
que cada libro es adecuado para una edad y un tiempo y ésta no ha podido ser más
oportuna. La vi buscando el libro de Maistre y está siendo un acierto. Frases
cortas y potentes donde las escenas se resuelven con el efecto de un rayo y su
posterior trueno: En una ambulancia van el médico, el enfermo y su mujer: “-¿No
hay esperanza, doctor? –Ha muerto- dijo Rieux”. Toda la escena de la angustia
resuelta como una pincelada maestra del mejor impresionista.
Y digo que es adecuada su lectura para un
tiempo porque ayuda a entender esta pandemia; y
porque ya tengo mi edad. En un momento dado hablan los médicos de la
ciudad. Uno ya sabe lo que ocurre pero los demás no lo quieren reconocer. Otro
dice de alertar a las autoridades. La enfermedad se extiende. Otro objeta: “La
opinión pública es sagrada: nada de pánico, sobre todo, nada de pánico”. Y
todas esas escenas de las ratas en el principio. Me encanta leer sobre las
ratas; de hecho tengo libros dedicados solo a ellas, como también a las
hormigas o a las abejas. En el caso de las ratas es porque las odio, o más bien
es que no las soporto, quizá influido con mi madre quien desde siempre ha
sentido espanto incluso viéndolas por televisión.
Javier Marías, entre las recomendaciones
librescas para estas semanas de pandemia recomendaba algunos, sobre todo
traducciones suyas de Conrad, etc, pero no leer la Peste, El Decamerón, etc. Y
creo que se equivoca. Cuando la leí, hace casi treinta años, me pareció una
novela de ciencia ficción. No me atañía en absoluto. Ahora sí. Encuentro un
gran consuelo comprobar que a lo largo de la historia seres humanos como
nosotros han tenido estas mismas angustias. Eso sí, como decía Sap, la novela
ha podido con él. Hay estar muy concentrado para leerla. Pero si uno penetra se
sentirá confinado en Orán como todos sus habitantes.
“Atenas apestada y abandonada por los
pájaros, las ciudades chinas cuajadas de agonizantes silenciosos, los
presidiarios de Marsella apilando en los hoyos los cuerpos que caían, la
construcción en Provenza del gran muro que debía detener el viento furioso de
la peste. Jaffa y sus odiosos mendigos, los lechos húmedos y podridos pegados a
la tierra removida del hospital de Constantinopla, los enfermos sacados con
ganchos, el carnaval de los médicos enmascarados durante la peste negra, las
cópulas de los vivos en los cementerios de Milán, las carretas de muertos en el
Londres aterrado, y las noches y días henchidos por todas partes del grito
interminable de los hombres”. Todo un tratado histórico de la peste en un
párrafo poético.
“¿Qué son cien millones de muertos?”. “Cien
millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo
en la imaginación”.
“Era un hombre reconcentrado y silencioso que
tenía un poco el aire del jabalí”.
“...que
el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer
durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente
en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y
que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los
hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
Desde que ayer leyera esto, me da por pensar que en los libros de segunda mano
se pueda encontrar escondido el bicho que nos joda la vida. Por cierto que este
libro, bien cuidado y prácticamente nuevo, lo compré en el Rastro por tres
euros. Está un poco subrayado y lejos de molestarme me gusta. Dentro hay una
tarjeta enviada desde Canadá con poesías de Machado y Bécquer. Firmada por
Leticia Valverde.
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