sábado, 9 de mayo de 2020

LA ESPECIE ELEGIDA. JUAN LUIS ARSUAGA. IGNACIO MARTÍNEZ



  Este libro lo compré también en el Rastro en uno de los puestecitos más humildes, cerca del monumento al soldado Cascorro. Era una señora de mediana edad que no sabía absolutamente nada de libros, sólo si debía cobrar dos, tres o cuatro euros según fuera lo que alguien le había marcado en alguna parte. El libro está prácticamente nuevo. Está forrado con un plástico transparente y tiene algunos párrafos y palabras señaladas aunque según se va avanzando en la lectura van desapareciendo las rayas; lejos de molestarme, me gusta. También hay una tarjeta dentro enviada desde Canadá de una tal Leticia Valverde, como si ésta fuera también parte de la personalidad del libro. Tiene escritas a mano varias poesías de Machado y Becquer. Tres euros.
  Nada más comenzar, la primero torta: La primera en la frente: “No es correcto decir que descendemos de los monos, como si ya no lo fuéramos. Seguimos siendo tan primates como cualquier otra de las aproximadamente ciento ochenta especies vivientes del grupo”. Así que se confirma lo que siempre he afirmado con rotundidad en esas sobremesas llenas de licor y chumineces: somos monos y mejor nos iría si copiáramos en algo a los bonobos. Algunos entonces me preguntan qué es eso y, contento, se lo explico.
  El querer perdurar es uno de los más básicos instintos. Ya que no podemos ser inmortales, la naturaleza, como especie, nos arranca hijos precisamente para perdurar. Sí, ya sabemos que Woody Allen no está de acuerdo pero es lo que hay. El virus también quiere perdurar, sino por qué tiene que expandirse. El último párrafo de la peste de Camus es aclaratorio: “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”. Desde que anoche leyera esto, me da por pensar que en los libros de segunda mano se encuentre escondido el bicho que nos joda la vida.
  Una de las frases subrayadas por la autora: “… no somos la consecuencia necesaria del proceso evolutivo, sino que hemos estado expuestos a los avatares del destino”. Frase en la que estaremos incluidos nosotros en los estudiosos del futuro.
  Yo creo que el libro se ha escrito cientos de veces en innumerables bibliografías de aquí y de allá; mismamente el último de Bryson, pero lo que lo hace peculiar es la descripción en lo que los autores son especialistas: La sima de los huesos. Un milagro de la naturaleza y de la casualidad. Una cueva con un pozo natural de 14 metros repleto, no sólo de huesos humanos sino de huesos de animales, entre ellos, osos enormes. “A través de medio kilómetro de accidentado camino desde la Cueva Mayor se alcanza un conducto vertival (una sima) de 14 m de caída, que se prolonga unos pocos metros más en una rampa y una pequeña cámara final. Este fondo de saco se denomina la Sima de los Huesos y, en efecto, se encuentra en ella un gran depósito de huesos fósiles englobados en arcilla. Los huesos son todos de carnívoros o humanos; no se ha encontrado ni un solo fósil de herbívoro, ni tampoco utensilios líticos”.
  Luego va describiendo las características de tan peculiar yacimiento y de cómo comenzaron –que siguen- los trabajos de extracción. Bueno, bien. Se ha leído rápido y está bien escrito pero no termina de dejar un buen sabor de boca. Quizá le falte algo más de alfarería literaria. Algo más de lo que tan magnífica y deliciosamente escribiera, sobre la naturaleza, Maeterlinck, o sobre los viajes y la geografía, Martínez de Pisón. 

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