Solo por el último capítulo, Las hormigas, ya
merece la pena el gasto de este libro recomendado por José Manuel Espinosa. De
hecho nada más terminarlo he vuelto a leer este capítulo. Es muy importante y
me he dado cuenta que no ha podido ser más oportuna su lectura, sobre todo por
estos tiempos que vivimos. Comienza describiendo los destrozos de la tormenta
de la pasada noche, y describe el método de las hormigas para protegerse en un
mundo en el que han volado todo tipo de objetos y hasta muchos árboles han sido
arrancados. Luego describe la civilización de dichos bichitos. Y vaticina que
quizá el hombre esté condenado o, salvado, según se mire, dentro de unos
millones de años, cuando alcancemos su perfección, es decir sacrificar la
felicidad individual a favor del bien común, sentencia muy utilizada
últimamente. Y recuerda una cita de Ruskin (por cierto, interesante la biografía de este victoriano) “La vida sin
esfuerzo es un crimen”. Me ha dolido porque yo, en potencia, he sido, soy, un
criminal según él. En una parte del ensayo describe el triste destino de los
varones reproductores en un hormiguero. Una breve vida, un bien necesario pero
enseguida prescindible en el que a poco de cumplir su función mueren. Sin
embargo para las hembras, sobre todo para la reina todo son atenciones. No, yo
no quiero vivir en una sociedad tan perfecta. Prefiero esta dosis de egoísmo
que nos hace intentar ser felices por un rato. En las hormigas por ejemplo el
tema del sexo está superado. Aquí, en nuestra nueva normalidad, modernidad,
vamos camino de ello. Si en las discotecas se dice que habrá que mantener la
distancia social, estamos a un paso de que se regule que para la procreación
exista ese mismo distanciamiento, es decir, que terminaremos encargando, Amazón
mediante, y libre de virus, un tubito con el néctar para que la humanidad no se
extinga.
Me ha encantado. Los demás son cuentos
tradicionales japoneses con mayor o menor belleza. Uno corto me ha encantado:
el del cazador que tiene hambre y dispara a un pato dejando viuda a la pata con
el consiguiente reproche por parte de ésta. O toda una vida, la de Miyata, que
transcurre en lo que dura una pequeña siesta. En fin, que me ha encantado. Dejo
pues en la cesta el próximo de Don Lafcadio.
Sí,
Mujina, el cuento de la falta del rostro. Me ha gustado especialmente la
historia de Aoyagi, el samurái que viaja y recala, cerca de que caiga una noche
de perros, en una casa donde vive una pareja de ancianos con una bella muchacha
y enseguida cae enamorado de ella y convence a los viejitos llevársela y luego
pasan cosas sorprendentes. Muy buenos.
Pero yo querría recomendar uno de los libros
más bonitos que he leído en cuanto a los insectos: La vida de las termes, de
Maurice Maeterlinck. Descubrí a este autor belga de la mano de Borges. El libro
que recomendaba el sabio argentino era La Inteligencia de las flores, que
también me entusiasmó. Y todo lo que escribió sobre los temas de la naturaleza
los he ido adquiriendo a través de los años: en Austral están casi todos.
Aparte de los mencionados: La vida de las abejas, y la Vida de las hormigas. Su
forma de narrar es maravillosa. Pocas diferencias hay entre Herodoto o los más
ejemplares maestros en el arte de contar cosas interesantes. Era un divulgador
estupendo. Nació justo un siglo antes que yo. En 1862.
Como bien dice Lafcadio, la vida de las
hormigas también tiene algo de civilización: disponen de granjas con muchas
variedades de "animales" son arquitectos fabulosos, fabrican sus
propias medicinas, luchan a muerte con otros enjambres, cruzan grandes
extensiones, son entregadas en el trabajo, pueden transportar muchas veces su
peso. Me apunto otro de Lafcadio sobre un viaje a las Antillas.
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