lunes, 30 de enero de 2017

GEORGE ORWELL. SIN BLANCA EN PARÍS Y LONDRES.





  El otro día vi varios libros “nuevos” de Orwell en la Fnac de un gran centro comercial. Iba a por sus Ensayos pero no lo tenían, así que me llevé este. El de los Ensayos, gordo como una novela de ocho mil, estaba justo en el local de abajo, en esos que venden sobre todo ediciones para regalo. También me lo llevé.
  En el de arriba, el de Reverte, decía que a mi entender –y en el suyo- se hablaba demasiado del clima. En éste se habla sobre todo de dinero, o más exactamente, de monedas. Francos, céntimos, peniques, libras; así como casas de empeño, sisar todo lo sisable, hambre y miseria y una sucesión inacabable de desgracias. Es lo que les pasa a los vagabundos que están en las últimas.
  Me he llevado una sorpresa saber que Orwell lo pasó tan mal. Tan mal que, años después, murió de tuberculosis debido a estos años de podredumbre. Cuánto escribió y de qué calidad para haberse muerto con 47 años. El problema que le veo a esta clase de libros –fue el primero que le dio cierto éxito- es que inciden una y otra vez en la desgracia sin dar un respiro al lector. Ni una canita al aire.
  “Mi principal recuerdo del hambre es una absoluta inercia a la necesidad de escupir con frecuencia una saliva blanca y espesa como la de los cucos. Ignoro cuál puede ser el motivo, pero cualquiera que haya pasado hambre varios días seguidos se habrá dado cuenta”.
  Claro, el pobre hombre había entrado en cetoacidosis provocado porque su organismo, harto de mantenerlo en un penoso vacío se devoraba así mismo.
  “Unos restaurantes son mejores que otros, pero, por el mismo gasto, es imposible comer tan bien en un restaurante como en una casa particular”. Mis amigos y yo lo sabemos desde hace mucho tiempo y lo comprobamos cada poco tiempo: ganamos en cantidad, calidad y cariño (y bolsillo).
  Habla de las penosas condiciones de trabajo rayando en la más salvaje esclavitud; incluso aunque n valga para nada: “Da igual que su trabajo sea necesario o no, debe trabajar, porque el trabajo es bueno en sí mismo, al menos para los esclavos”.
  Ya se le ve, en el párrafo que sigue, su maestría de ensayista: “Muy poca gente cultivada gana menos de (digamos) cuatrocientas libras al año y, como es natural, se pone de lado de los ricos porque imagina que cualquier libertad que se conceda a los pobres es una amenaza a su propia libertad. Al pensar que la alternativa es alguna desolada utopía marxista, el hombre cultivado prefiere dejar las cosas como están”. Qué bueno para explicar la postura conservadora de la vida.
  Otra de las cosas que me he alegrado de leer es ver cómo la iglesia aprovecha el hambre de los pobres para recabar adeptos. Comida a cambio de rezos. “-Sé de un sitio donde te dan una taza de té y un bollo gratis. Es muy bueno. Luego te hacen rezar un buen rato, pero ¡qué diablos! Ayuda a pasar el tiempo. Anda, vamos”. Me suena de algo.
  No es que me haya entusiasmado pero se deja leer. Curioso y al menos me ha abierto el apetito para hincarle el diente a sus Ensayos que abordaré en algún momento de este mismo año.

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