martes, 24 de enero de 2017

24 de enero de 2017. San Manuel



 
Respuesta en un blog:

 "Me declaro de derechas, y católico practicante, más de Ratzinger que de Bergoglio, como creo que debe ser. Aunque sigo sin creer en Dios, una cosa no empece la otra. El catolicismo, antes que cualquier otra cosa, es una actitud social y moral que no tiene nada que ver con la existencia o inexistencia divina. Incluso me atrevo a decir que los mejores católicos somos los increyentes. El Gran Inquisidor de Dovtoievski estaría de acuerdo".

¿Y no puede ser que hayas sido siempre de derechas sin saberlo? De lo que se come se cría; somos esclavos de nuestra infancia y educación. No hay remedio para eso. Bien es verdad que a los veinte años se tiene una visión rebelde de la existencia. Se cuestiona todo y nos creemos inmortales. Pero con la edad uno tiende a parecerse al padre. Esto es algo manido, vale, pero decir abiertamente que te consideras católico practicante, de Ratzinger nada menos, y añadir que no crees en Dios es algo bastante heavy. Y más que a Dostoievski -¡cuántas veces habré recomendado ese sublime capítulo del apresamiento de Jesús en Sevilla- me has recordado al bueno de San Manuel Bueno y Mártir de Unamuno.

“-En esta España de calzonazos -decía- los curas manejan a las mujeres y las mujeres a los hombres... ¡y luego el campo!, ¡el campo!, este campo feudal...”.

“¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir”.

“¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras”.

“-Y él, el pueblo -dije-, ¿cree de veras?
-¡Qué sé yo...! Cree sin querer, por hábito, por tradición. Y lo que hace falta es no despertarle. Y que viva en su pobreza de sentimientos para que no adquiera torturas de lujo. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu!”.

“-De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión”.

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