Este libro lo tenía desde
hace dos décadas o más. Seguramente lo compré en aquella librería que ya no
existe del parque del barrio de Aluche. Allí solo vendían libros de colecciones
de quiosco o sobrantes de libros baratos con una fuerte bajada de precios. La
visitaba a menudo y siempre me llevaba un par de ejemplares. Allí compré
infinidad de libros que luego se han convertido en importantes hallazgos en mi
vida de lector compulsivo. Si no lo había leído hasta ahora es porque la
tipografía no es de la mejor y las traducciones no suelen ser buenas, aunque no
sea este el caso. Sí es verdad que a veces, en ediciones con poco cuidado, se
mete la pata hasta el fondo. En la nota biográfica preliminar se dice que
desapareció en la guerra civil de Méjico en 1943. No señor. En ese año llevaba
casi tres décadas criando malvas. Por cierto, no se sabe cómo murió, dónde
murió exactamente ni cuándo.
El libro se compone de un
puñado de cuentos sacados de aquí y de allá, divididos en bloques: Cuentos de
soldados, Cuentos de civiles, ¿Puede ocurrir esto?, Relatos insignificantes y
El Club de los parricidas.
Uno de los más
inolvidables, por su efecto y sorpresa final es precisamente el que da título
al volumen: El Puente sobre el río del búho. Se narra el ahorcamiento de un hombre
con lujo de detalles. Tiene la habilidad para describir la naturaleza que rodea
a la escena: los árboles, el agua que discurre allá abajo, la disposición de
cada personaje; también sus pensamientos, sus recuerdos. Luego se suceden los
hechos pero nada es lo que parece. En cada cuento, con dos o tres frases, es
capaz de poner al lector en situación, despertarle el interés. Muchos cuentos
ocurren durante la guerra civil americana, donde él mismo estuvo sirviendo como
oficial topógrafo.
Es verdad que han
comparado a Bierce con Allan Poe. Tiene ese humor negro y un poco romántico por
lo tenebroso y trágico. En El Club de los Parricidas varios de los cuentos
comienzan con el asesinato de su propio padre. Él en la vida real tuvo que
vivir en una familia numerosa con pocos medios y en donde la madre parecía que
llevaba la voz cantante. Es muy irónico, cortante en las frases “Después de
haber asesinado a mi padre en circunstancias singularmente atroces, fui
arrestado y enjuiciado en un proceso que duró siete años”.
Pues con esta lectura me
despido seguramente para siempre de Ambrose Bierce porque, leído su portentoso
Diccionario del Diablo, poca cosa más puede quedar; si acaso, la improbable
publicación de sus memorias o alguna biografía que se publique por ahí.
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