miércoles, 11 de enero de 2017

MARTA SANZ. LA LECCIÓN DE ANATOMÍA.




  En el artículo de Babelia de este sábado pasado Anna Caballé, periodista de cultura del País, escribía un artículo titulado ¿Cansados del yo? Y en él se ensayaba con la posibilidad de que la obra de, vamos a llamarla, de realidad de uno mismo, la autoficción, estaba a punto de fatigarse. Y hablaba de un montón de autores: Vila-Matas, Félix de Azúa, Juan Goytisolo, Luis Landero, Soledad Puértolas, Jorge Semprún, Coetzee, Auster, etc; ¡hay tantos! Yo añadiría a Muñoz Molina porque se pueden encontrar varias: El Viento de la luna, y, más recientemente, Como la sombra que se va.
  También se cita, cómo no, el caso de la que me ocupa: esta sensacional ¿novela? Autobiográfica llamada La lección de Anatomía, sacado el título del famoso cuadro de Rembrandt. “Un texto que nos hace pensar en cómo las escritoras abordan la autoficción, su utillaje es muy distinto: pueden entrar a saco en los conflictos cuerpo e identidad”.
  Yo no estoy muy de acuerdo con la tesis de Caballé. A los lectores admiradores de nuestros escritores favoritos o recién descubiertos, nos gusta saber cómo son sus vidas. Sí, algo de marujeo hay en eso: la curiosidad sin límites. Autofición: ¿Qué cosa más placentera que reconstruirnos y encima ganarte la vida con ello?

Comencé el comentario de Farándula confesando, con la boca pequeña, que no me había gustado en exceso y lo retiré. Luego dije que sí que me había gustado mucho. Ahora corroboro eso con creces. Marta Sanz es una muy buena escritora. De las que escrutan la vida con ojo de entomólogo. Se detiene en este libro, quizá excesivamente, en la infancia, esa edad tan oscura, pero tiene un poder evocador enorme y es a ratos muy divertida. Se entretiene en sus primeras salidas de juventud, los primeros amores, por su cariño por los gatos, sus estudios, sus experiencias como profesora de español para extranjeros, etc, etc. Sí puedo decir que ésta me ha gustado todavía más que Farándula. Como dice la contraportada, no es sólo describir la menstruación, la morfología de un pene, los vellos del pubis, sino saber hacerlo con arte. A veces la obra de un libro fallido nos hace tomar tirria a un autor; en este caso es al revés, esta novela me va a hacer leer más libros suyos. Un feliz descubrimiento. Y eso que, atendiendo a un párrafo, de cómo de exigente es en relación con sus parejas…, debe ser una mujer de aúpa:

 “Exijo: atención permanente, mimo, reverencia, adoración, anticipación a mis deseos, aquiescencia y connivencia, exclusividad, fidelidad, promesas de eternidad, contrición en caso de falta, suavidad y fuerza –según-, sexo frecuente o lagunas de sexo sin acusaciones de frigidez, comprensión en las etapas decisivas, maravilloso tono de voz, miradas lacrimosas y emocionadas, silencio, quietud a la hora de dormir, admiración, puntualidad, alabanzas sin adulación, paciencia, capacidad para evitar el conflicto y para pedir perdón, amor extremo e incondicional hacia la familia de la esposa, algún detalle, una sinceridad relativa, preocupación por los asuntos domésticos y por la buena marcha del mundo, gusto por la lectura, un corazón de león, salud de hierro, clarividencia, afabilidad y disponibilidad para viajar. Ser mi pareja es una profesión y un auto de fe”.

  Vaya, como ya dije la otra vez, esta mujer es una coleccionista de palabras, y su marido debe tener el cielo ganado.
  Más; ésta es una edición del dos mil catorce, seis años después de la de 2008. Es una versión corregida y aumentada, y sobre todo, prologada –de manera magistral- por uno de los grandes: Rafael Chirbes; otro de los grandes que nos ha dejado hace poco.

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