En el artículo de Babelia de este sábado
pasado Anna Caballé, periodista de cultura del País, escribía un artículo
titulado ¿Cansados del yo? Y en él se ensayaba con la posibilidad de que la
obra de, vamos a llamarla, de realidad de uno mismo, la autoficción, estaba a
punto de fatigarse. Y hablaba de un montón de autores: Vila-Matas, Félix de
Azúa, Juan Goytisolo, Luis Landero, Soledad Puértolas, Jorge Semprún, Coetzee,
Auster, etc; ¡hay tantos! Yo añadiría a Muñoz Molina porque se pueden encontrar
varias: El Viento de la luna, y, más recientemente, Como la sombra que se va.
También se cita, cómo no, el caso de la que
me ocupa: esta sensacional ¿novela? Autobiográfica llamada La lección de
Anatomía, sacado el título del famoso cuadro de Rembrandt. “Un texto que nos hace
pensar en cómo las escritoras abordan la autoficción, su utillaje es muy
distinto: pueden entrar a saco en los conflictos cuerpo e identidad”.
Yo no estoy muy de acuerdo con la tesis de
Caballé. A los lectores admiradores de nuestros escritores favoritos o recién
descubiertos, nos gusta saber cómo son sus vidas. Sí, algo de marujeo hay en
eso: la curiosidad sin límites. Autofición: ¿Qué cosa más placentera que
reconstruirnos y encima ganarte la vida con ello?
Comencé el comentario de
Farándula confesando, con la boca pequeña, que no me había gustado en exceso y
lo retiré. Luego dije que sí que me había gustado mucho. Ahora corroboro eso
con creces. Marta Sanz es una muy buena escritora. De las que escrutan la vida
con ojo de entomólogo. Se detiene en este libro, quizá excesivamente, en la
infancia, esa edad tan oscura, pero tiene un poder evocador enorme y es a ratos
muy divertida. Se entretiene en sus primeras salidas de juventud, los primeros
amores, por su cariño por los gatos, sus estudios, sus experiencias como
profesora de español para extranjeros, etc, etc. Sí puedo decir que ésta me ha
gustado todavía más que Farándula. Como dice la contraportada, no es sólo
describir la menstruación, la morfología de un pene, los vellos del pubis, sino
saber hacerlo con arte. A veces la obra de un libro fallido nos hace tomar
tirria a un autor; en este caso es al revés, esta novela me va a hacer leer más
libros suyos. Un feliz descubrimiento. Y eso que, atendiendo a un párrafo, de cómo
de exigente es en relación con sus parejas…, debe ser una mujer de aúpa:
“Exijo: atención permanente, mimo, reverencia,
adoración, anticipación a mis deseos, aquiescencia y connivencia, exclusividad,
fidelidad, promesas de eternidad, contrición en caso de falta, suavidad y
fuerza –según-, sexo frecuente o lagunas de sexo sin acusaciones de frigidez,
comprensión en las etapas decisivas, maravilloso tono de voz, miradas
lacrimosas y emocionadas, silencio, quietud a la hora de dormir, admiración,
puntualidad, alabanzas sin adulación, paciencia, capacidad para evitar el
conflicto y para pedir perdón, amor extremo e incondicional hacia la familia de
la esposa, algún detalle, una sinceridad relativa, preocupación por los asuntos
domésticos y por la buena marcha del mundo, gusto por la lectura, un corazón de
león, salud de hierro, clarividencia, afabilidad y disponibilidad para viajar.
Ser mi pareja es una profesión y un auto de fe”.
Vaya, como ya dije la otra vez, esta mujer es
una coleccionista de palabras, y su marido debe tener el cielo ganado.
Más; ésta es una edición del dos mil catorce,
seis años después de la de 2008. Es una versión corregida y aumentada, y sobre
todo, prologada –de manera magistral- por uno de los grandes: Rafael Chirbes;
otro de los grandes que nos ha dejado hace poco.
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