Las casualidades. Me
gustan las casualidades cuando vienen producidas en el mundo de la literatura.
Hacía pocas semanas que había escuchado una entrevista a Luis Goytisolo en la
Fundación Juan March, Audios que me bajo para cuando voy a dar grandes paseos
caminando o en bicicleta. Era una entrevista sobre su vida y su obra. Es un
caso único en la historia de la literatura. Que tres hermanos, Juan, José
Agustín y Luis, se hayan dedicado a escribir y los tres hayan llegado lejos es
algo sin parangón.
El siete de diciembre
tenía libre y decidí ir a ver la exposición sobre fotografía en color de Cappa,
en el Círculo de Bellas Artes. Me quedé maravillado con una imponente, de gran
formato sobre unos jinetes a camello en un desierto. Pero a lo que iba, como
siempre para volver a casa, decido tomar el metro en Atocha y así poder
merodear por los puestos de la Cuesta Moyano. Lo que hago es subir rápido por
el paseo principal y luego ir bajando para entretenerme mirando los libros. No
sé porqué me gusta tanto. Es como tener la intuición de poder encontrar algo
valioso, algo sobre lo que haya estado mucho tiempo esperando, algo inesperado,
algo valioso sólo para mí y poco para los demás posibles compradores. A mitad
de la bajada vi este libro sobre el cual no tenía noticias, ni siquiera cuando
lo editaron, en el año dos mil. Un Diario de 360º. Una cosa curiosa porque
tiene forma de diario pero en realidad no lo es. Aprovecha las fechas, un
número y un mes (sin año) para, según los días de la semana; lunes, martes,
etc, tratar un tema u otro. Los martes para las reflexiones literarias, los
miércoles para la marcha del mundo, etc. Son “galletas” de apenas una página
para el más extenso de los casos. Y como cada vez me gusta más la forma de
diario, me hice con él.
Apenas he hecho
subrayados. Al final la lectura se convierte en un fluir en el que es grato ir
cambiando de temática. Ensayo, anotación íntima, historia, reflexión
filosófica; todo cabe en este magnífico libro. “Miércoles 26 de mayo. Si la
creación literaria siempre ha sido cosa de pocos, la lectura de la obra
literaria nunca ha sido cosa de muchos”.
En la página 159 está la
que, para mí, supone la entrada clave para entender de qué va el libro. Hace un
ensayo –mínimo- para explicar las diferencias entre Diarios, Memorias y
Ficciones. “Cuando un novelista empieza a escribir un relato de ficción, sabe,
en teoría, cuanto hay que saber acerca de su desarrollo. Su situación será la
misma al comienzo de la redacción de sus memorias, sólo que a diferencia de lo
que sucede con una obra de ficción, no puede o no debe, en principio, modificar
o alterar unos hechos que ya se han producido. La persona que decide llevar un
diario nada sabe, en cambio, por definición, acerca de unos acontecimientos que
aún están por suceder. Tal vez por ello, el diario, el falso diario, si se
prefiere, es una forma de ficción de gran atractivo para el novelista, toda vez
que permite jugar como ninguna con el carácter irreversible del transcurso
temporal…”.
Con la excusa de contar
un tema terrible, profundo y solemne como es el paso del tiempo y la muerte
utiliza una anécdota de la niñez. Cuenta que al día siguiente de enterrar a un
pollito decidió llevarlo a otra parte. Describe su olor que va más allá del mal
olor. “Escapar a ese proceso, al menos mientras el mundo exista, es lo que hace
grande al arte y a la creación literaria: un crecimiento que, a diferencia de
la vida, no se extingue, que es susceptible de seguir actuando tanto en lo que
se refiere al futuro como, incluso, en lo que se refiere al pasado,
rescatándolo, abriéndolo a una nueva vida”.
Un feliz hallazgo en uno
de los lugares que más me gusta de Madrid: mi última lectura de este año 2016
que acaba de despedirse.
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