jueves, 3 de junio de 2021

BANGKOK. LAWRENCE OSBORNE.

 


   Este tipo me encanta. Leyendo sus libros parece no tener más ataduras que las previstas, que las deseadas, aunque diga Buda o quien sea que desear es sufrir. Es un libro de viajes pero te hace observaciones valiosas sobre la cultura, sobre la forma de vivir y de entender la vida de aquella gente, de los extranjeros que se han ido allí a vivir –como él mismo- abandonados a la idea de no volver a ser amados. Le cuenta un viudo australiano, jubilado, pintor aficionado, de vuelta de todo: “La razón de que seamos tan neuróticos, violentos e infelices es que nadie nos toca, sobre todo cuando envejecemos”. Cuánta razón tiene.

  Quiero agradecer a Félix de Azúa el que en su blog me hablara de este autor y de sus libros. Los estoy leyendo justo en su orden: Ahora a por el del bebedor, Beber o no beber. Gatopardo ediciones, una gran editorial. He aquí las explicaciones de una “trabajadora” del amor: “Niños grandes y simples con cierto complejo de culpabilidad. Una vez me dijo que le parecía increíble que fueran tan educados y que anduvieran siempre disculpándose. ¿Acaso se creían que hacían algo malo? En tal caso, ¿qué era?”.

  Hay una escena que me ha llamado la atención: la dificultad de alguien, cultivado, educado en otra parte del mundo; en este caso una pareja de sacerdotes: uno maduro, irlandés, entregado a su tarea de ayudar a lo más deprimido de la ciudad. El otro, un joven norteamericano, rapado, alto, lector obsesivo. Le pregunta a este último qué es lo que echa de menos de su ciudad, de sus amigos. Le contesta la imposibilidad de poder hablar con nadie de de Isaac B. Singer.

  “En 1996, el entonces ministro de Sanidad la rebautizó como yaa baa o droga de la locura para asustar a los jóvenes consumidores. No podía haber cometido un error más estúpido. En cuanto pasó a llamarse así, la demanda aumentó de forma considerable. En honor a sus orígenes remotos, también se la denominó Seep nazi”.

 

  “En un cierto momento de la vida nos volvemos completamente anónimos, y la gente –no sólo las mujeres- mira a través de nosotros como si no existiéramos”.

 

  Se cuentan anécdotas sabrosas como esos pescadores que usaban perros vivos para utilizarlos como cebos.

Seguiré leyendo a Osborne. Mientras haya “cebos” yo seguiré picando.

No hay comentarios: