Vaya, otro escritor al que se crucificará. Ya se ha hecho con Gil de Biedma. Pero, si ponemos el listón tan bajo, o mediano, o alto, muchos estarán atrapados en un pasado que es eso: lo más cambiante que existe. Cómo juzgar estos hechos, estas actitudes y costumbres, estos vericuetos morales desde nuestro tiempo. No no es ciertamente la época de Arstóteles o Platón, con la esclavitud y los efebos, es apenas hace poco más de un siglo, pero nos cuesta deglutirlo. El párrafo que sacará pus es este:
“Segundo episodio con la pequeña Frie, que está con su institutriz: esa niña que es todo alegría desbordante y a la que obligo a lo erótico hasta que me acompaña curiosa, pero sin comprensión aún”.
Esto está escrito en 1912, donde el autor es todo un treintañero. No quisiera que estas frases distorsionaran todo lo que pensaba del escritor austriaco, una idea de admiración por todos los grandes libros que escribió y que he tenido la suerte de leer. Lo que hiere el alma es ver esas palabras juntas: pequeña, institutriz, obligo.
Otras veces, cuenta, se lleva a dos jovenes a la cama y que termina cansado y vacío, con algún elemento negativo debido a modales inadecuados, o que deja embarazada a su amante parisina y la abandona a su suerte, con el tema del aborto resuelto. Nada que no pase al común de los mortales, pero “pequeña, institutriz, obligo”... eso no.
He leído los dos volúmenes en apenas cuatro días. No son largos. El primero me ha durado un par de días, al igual que el segundo. Mi Stefan Zweig, mi admirado Stefan, hoy, de haberse publicado en vida esta frase, esta confesión, estaría en prisión sin fianza. Qué pensar entonces.
No aportan demasiado a lo que ya contó en sus fabulosas memorias, El Mundo de ayer. Una cosa que me ha sorprendido es que tenía mi edad cuando ya estaba cansado, abandonado a la idea de seguir luchando, de seguir huyendo. Era perseguido por su doble condición de austriaco (anexada a Alemania) y judío. Él estaba convencido que el nazismo se extendería por el mundo y que duraría siglos. La imagen de la esvástica ondeando en la Torre Eifel era superior a él.
“Francia perdida, el país más adorable de Europa quedará asolado durante siglos -¿Para quién escribir?, ¿para qué vivir? Además, la situación aquí se va tensando por momentos”.
Aún viviría dos años más pero ya tenía su frasquito preparado para cuando ya nada importara.
“Siento esa pesadez del Destino que se apoderó de Oscar Wilde en el momento decisivo”.
Qué buena observación: “El coraje es, en parte, una carencia de imaginación”. Cuenta para decir esto que un médico amigo suyo había pasado sesenta horas en un tren con enfermos de disentería y mutilados.
Seguiré leyendo pese a todo a este escritor de obra inagotable. Los habitantes del futuro, sus lectores, se lo debemos.
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