Hace unos años me quedé escuchando un programa de radio dedicado a Cernuda. Y mentaban esta, Ocnos, como un gran libro, el libro en prosa de Luis Cernuda. Tiene una forma de escribir limpia, poética, sencilla, como un niño aplicado al máximo, un niño de treinta años. Tiene imágenes potentes. Hay un párrafo en el que he recordado aquella greguería en la que Ramón Gómez de la Serna apuntaba que estaba más en Venecia quien soñaba con Venecia que quien estaba realmente.
“Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos”.
“Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, soñar otra vez la juventud pasada”.
Las vivencias de Cernuda de cuando su niñez o juventud son las de cualquiera. En él lo talentoso está en la forma de contarlo, que es la forma que más se puede aproximar a la realidad.
Murió en el exilio, en México, justo a la edad que tengo yo ahora. Una consulta para ver unas molestias en el ojo. Una sugerencia para que fuera a ver a un especialista del corazón: qué no vería en el fondo de aquel ojo, y un ataque fulminante que le dejó a medias la lectura de un libro y quién sabe si de un poema sobre la muerte.
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